_
_
_
_
_
OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El Born, memoria y rencor

Juzgar sin ver una propuesta de exposición o pedir que cambie parece ser, desde el caso del Macba, el deporte de las guerras culturales barcelonesas

Mercè Ibarz

Cada tema con su loco. Este agosto ha segregado unos cuantos temas pegados a sus locos, como si los chalados temiesen coger frío en sus iluminaciones mediáticas si no indignan y necesitaran el ardor de lo primitivo. El tono es grave, venga a sentenciar en letras de imprenta, sean de periódico o de blogs, tuits y toda la pesca. El caso es emitir el son de ¡firmes! Y dos focos cegadores: quién los tiene mejor puestos y que la razón es una y sólo una, sin posibilidad de duda ni de matices ni de perspectivas otras.

Evitas leer tales cosas y basta, es el derecho de la lectura. Pero hieden igual, y ahí quedan. Los gritos por escrito me retraen incluso más que los hablados, pero lo que más ardor (de estómago) me causa es aquello que nos resistimos a percibir, la matriz de las cosas. Lo que no se dice. En esta cuestión hay un punto inquietante: las exposiciones culturales y artísticas que se censuran antes de que se puedan ver. Algo que hace mucho que no sucedía y que ahora pasa demasiado en Barcelona, donde las guerras culturales son (también) el último berrido de la moda política. Nos vamos acostumbrando, como si nada.

En cosa de un año largo, tres veces. Una exposición, La bestia y el soberano, en el Macba, (¿recuerdan?), estuvo un día censurada y sin abrir; luego se pudo ver, pero la censura fue palmaria: se eliminaron la rueda de prensa y la inauguración de aquella tarde de marzo de 2015 y durante unas horas la expo parecía que no se abriría al público. Unos meses después, en el mismo museo, una exposición sobre el fotógrafo Xavier Miserachs desató las iras de algunos de sus amigos y uno de ellos se hizo eco y pidió, en su periódico, la retirada de la exposición. Así, como suena. Ahora, estas semanas del verano de 2016, en artículos y tuits y lo que sea, venga a poner a caldo o a ensalzar una exposición histórica en el Born que no se verá hasta octubre. A favor o en contra, de entrada.

La mirada ciega. Se han escrito cosas sensatas, pero la cuestión sigue siendo otra. No sabemos cómo será la exposición, pero lo que se sabe es al parecer suficiente para hacer como si ya la hubiéramos visto y, sobre todo, que lo no visto lleve a un juicio. Pero en esto de las exposiciones no vale más que lo que se ve. Como en todo, la verdad. Centrarse en unas esculturas que estarán en la calle es, ahora, criticar sin ver. Por otra parte, no diría que nuestro contexto pueda ser comparado al alemán, no hemos tenido un Nuremberg.

Por lo demás, un juicio sobre una propuesta cultural tiene el valor de advertir a los futuros visitantes que merece o no la pena ver una exposición, o dar argumentos críticos a quienes la han visto ya. Pero, sea como sea, hay que verla. Una exposición no es una arquitectura que permanece: una exposición empieza y termina, es efímera por sí misma. Después de una, vienen otras. La programación de los comunes en el Born, al igual que la de la anterior etapa independentista, es lo que permitirá juzgar el centro y sus valores de ahora, no una sola exposición.

Lo penoso es hacer con Franco Victòria República, impunitat i espai urbà lo que tantos hicieron (artistas incluídos) con la expo censurada en el Macba: cargársela sin verla. De forma coloquial se cree que criticar algo es atacarlo, pero criticar es examinar ese algo en profundidad. El resultado puede ser negativo o positivo, o de todo un poco. Es un juicio crítico nulo juzgar de entrada una cosa sin revisarla a fondo. Eso es más bien de agit-prop, agitación y propaganda, como de momento parece ser este caso. Todos podemos caer en ello, claro, pero, en fin, para eso está el examen a fondo de las cosas y ver qué papel juegas en ellas.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Las guerras culturales barcelonesas de moda no tienen por contendientes a los viejos chalados en sus locos cacharros de antaño, convergentes versus socialistas y al revés (aunque ahí siguen), sino a los jóvenes leones con sus nuevos cacharros. Comunes versus indepes. Vaya por Dios. Los chicos y las chicas están bien. Tiempos movidos. Hay que preveer el futuro, sobre todo el propio, que depende, para tantos voceros de unos y otros, de quien gane estas lamentables guerras, que son el eco de los pasos. Claro, claro. Pero que no vengan con sermones. Para muchos de nosotros, la memoria no es el rencor.

Mercè Ibarz es escritora y profesora de la UPF.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_