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LA CRÓNICA DE MAR Y MONTAÑA
Crónica
Texto informativo con interpretación

El mejor lugar para no hacer nada

Viladrau, en la falda del Montseny, ofrece entre sus seculares alicientes un marco ideal para la introspección y el reposo teñido de noble vagancia

Jacinto Antón
Rincón umbrío con fuente en Viladrau.
Rincón umbrío con fuente en Viladrau.Massimiliano Minocri

En los últimos días no he hecho absolutamente nada, excepto decidir que no voy a la salida en bicicleta ni a la excursión nocturna para ver estrellas fugaces (second chance tras tampoco ir por San Lorenzo), ni participo en el torneo de tenis. Me levanto tarde, salgo al jardín con los prismáticos y observo displicentemente a un arrendajo gordo picotear en el comedero de los cacahuetes. Luego dejo vagar la mirada por las copas de los altos árboles y de ahí sigo al cielo donde veo pasar una nube y trato de discernirle, sin esforzarme demasiado, una forma. Me entretengo luego con el vuelo de una libélula mientras sopeso regar las hortensias. Bueno, seguro que aguantan hasta mañana. Una suave brisa provoca un interesante movimiento en la rama de un abeto. Recojo una piña y estudio la delicada forma en que la ha roído una ardilla. Apenas me he dado cuenta y ya casi ha pasado la hora del desayuno. Me habré vuelto a quedar sin diario y sin cruasán; me he olvidado de cargar el móvil, aplazo un día más arreglar el armario. Hoy tampoco me va a dar tiempo de ir a la piscina: es igual porque a lo mejor llueve. Vaya, si ya es casi hora de comer.

Bienvenidos a Viladrau, el mejor sitio de veraneo para no hacer nada. Desde los 12 años que paso parte de mis vacaciones aquí y he tardado casi medio siglo en descubrir que su secreto —como en realidad el de la vida misma— es no tener muchas expectativas, dejar resbalar las horas sin aferrarte demasiado a ningún propósito. Lo decía el abuelo Sallés: “El feliz aburrimiento”.

Eso no quiere decir que el lugar no tenga una gran (bien, gran, gran, tampoco) oferta de actividades estivales. Es obligado dejarse ver por la mañana en las terrazas de los bares de la plaza y en sus aledaños haciendo como que compras algo para entablar relaciones sociales y comentar las noticias del verano: el rayo que ha caído en casa Picañol, el homenaje en el Mas Rusquelles (viejo cau de poetes) a Alicia de Larrocha (que veraneaba aquí, en Viladrau), o que ya no hacen barra de nata en la Font. Existe una larga tradición de excursiones a fuentes (200) y parajes —que en su mayor parte yo desconozco—, como la Font de l’Oreneta o el Castanyer de les nou branques —la última vez que lo vi conté solo 8, pero encontré una salamandra—; se organizan puntualmente actos y conciertos (desde el activo festival Marcos Redondo al recital de Pedro Ayesa, la disco móvil o la noche Country). Y también de eventos deportivos. El tedio produce también grandes deportistas, como si pudieras huir de tí mismo.

Mi memoria recoge una sucesión de chocolatadas, botifarradas, sardanas, carreras populares, gincanas, concursos de paellas o identificación de árboles, "psicodélicos" (así se denomina desde los sesenta a las animadas sesiones de discoteca en el club de veraneantes, que continúan), misas, salidas en moto o a pescar cangrejos (esto ya son cosas menos frecuentes). Actividades punteadas antaño por momentos realmente épicos en los hoy ignotos Campos del tío Leopoldo donde solíamos refocilarnos de adolescentes, en general —al menos yo— de manera que hoy parece entrañablemente casta.

Comer, dormir y ver

UN SITIO PARA COMER

Mejor cenar: El viejo molino de la Barita, antigua posta de diligencias que la tradición quiere que fuera asaltada por Serrallonga, oriundo de la vecina masia fortificada de La Sala. Trucha con almendras o a la brasa. Unos postres deliciosos.

UN SITIO PARA DORMIR

El hotel Bofill. Un clásico. Los ventanales del viejo comedor arrojan una vista preciosa sobre el Montseny.

 UN SITIO PARA VISITAR

El paseo al atardecer hasta la masía de Can Batllic. Posibilidad de observar un zorro o un tejón, o los misteriosos chotacabras. Los románticos ingleses hubieran encontrado buena inspiración.

Yo qué quieren que les diga, amo este pueblo que es en realidad como el reverso de mi otra mitad de vacaciones en Formentera. Estático, contemplativo, verde, lluvioso, introspectivo. Un paisaje de omnipresente montaña y denso bosque de haya y castaño —entre otras muchas especies— que puede trastornar a los amantes de los espacios abiertos pero que vivifica con su altura (845 metros) y la pureza de su aire.

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Habrá quien les diga que Viladrau es un destino estival aburrido y con una secular colonia de veraneantes Premium históricamente endogámica, beata, pretenciosa, cotilla y maledicente. También se podría decir eso del Jardín de los Finzi Contini. En realidad incluso aquí los tiempos han cambiado y la mayoría de la gente, tanto estiuejants como locales y residentes son personas absolutamente normales y cabales. Pero indudablemente del pasado han quedado trazas, psicológicas y físicas, como esos grandes caserones, las torres de las familias benestants, muchos hoy cascarones vacíos en venta y llenos de fantasmas de veranos ya idos que esperan su gran cronista.

Me doy cuenta de que les hablo de un Viladrau muy concreto. Hay muchos más. Agustí Fancelli, una de las presencias que aletean aquí, lugar también de nostalgias, melancolías y pérdidas, lo tenía por un pueblo wagneriano. Es una localidad sin duda con un grande y apasionante pasado que incluye romanos, bandoleros (¡Serrallonga!), brujas, carbonerías, pastoreo, y poetas noucentistes, indisolublemente ligados a las fuentes.

Su riqueza natural es abrumadora. Buena parte del municipio está dentro del Parque Natural del Montseny. Cualquiera se convierte aquí en naturalista aficionado o jardinero, sin necesidad de mucho esfuerzo. A veces las dos cosas: yo mismo el otro día confundí una gran culebra verde con la manguera. Otras alternativas son la lectura, los naipes y la amistad.

No hay verano como este para desconectar del futuro y vivir un eterno y lento presente. Ese presente, sin embargo, no deja de columpiarse en un pasado que se empeña por volver en cada una de las delicuescentes horas del veraneo. Y que se cuela por las brechas que unas puestas de sol realmente grandiosas abren cada tarde en las sombras del corazón.

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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