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Historias de ‘El patillas’, ‘La canaria’ y ‘La rubia’

Batres es un pueblo a la vieja usanza. Aquí el verano se pasa entre pipas y todo el mundo tiene su apodo

Una calle de Batres.
Una calle de Batres.Kike Para

Hay algo en Batres que remite a veranos anteriores. Como si esta localidad del sur de la Comunidad de Madrid fuera, acaso, el trasunto de todos los agostos vividos. Aquí la sensación que percibe el visitante al llegar es que todo está por descubrirse. La naturaleza que rodea a esta comarca se conserva salvaje. Y las historias de los lugareños remiten a travesuras de su infancia, a orillas del castillo que corona a este pueblo, y a relatos contados con una linterna y rodeados de cáscaras de pipas. Porque a eso huele y sabe Batres. A verano. Un verano que parece que nunca va a terminar.

Si el viajero quiere emociones fuertes, mejor que siga hasta Serranillos del Valle. Porque a este pueblo de 1.639 habitantes viene uno a jugarse la piel cogiendo moras. A ser otra vez niño, en definitiva, mientras se escapa la tarde y los planes se improvisan. Aunque Batres tiene otros encantos, que también están por descubrirse. Y los desvela José Ángel Fernández, su alcalde: “Somos un pueblo muy desconocido. Y eso que tenemos parajes naturales preciosos y rutas fabulosas. Batres aporta el 75% de su territorio al Parque Regional de la Cuenca Media del Guadarrama. Y aquí también se pueden ver águilas, buitres o jinetas. Por no hablar de nuestro patrimonio”.

El edil de esta localidad se refiere, por ejemplo, a su iglesia y también al majestuoso castillo, rodeado de una extensa arboleda, que corona a esta comarca cuyos orígenes se creen que datan de la época prerromana. La película Aquí huele a muerto, de Martes y Trece, es más reciente. Y se rodó, precisamente, en los alrededores de ese monumento, según los lugareños. Algunos de ellos, ya creciditos, recuerdan como aprovecharon para hacer infinidad de travesuras. Se resisten, naturalmente, a dar su nombre. Aunque si por algo destaca esta edificación del siglo XV y todo su conjunto -declarados en 1970 Histórico Artístico- es por otros vecinos que sí tienen nombre y apellido: como Garcilaso de la Vega.

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El poeta y militar pasó muchos veranos y su niñez en esos aposentos gracias a que era hijo de doña Sancha de Guzmán, a la sazón Señora de Batres. Así, se valió de sus lazos para inspirarse. Porque aquel niño, que vivía rodeado de naturaleza, se serviría años más tarde de estos recuerdos para componer algunas de sus famosas églogas; iniciadas, tal vez, a la sombra de esa frondosidad que, hoy en día, sigue rodeando a este castillo de titularidad, eso sí, privada. Aunque, en sus alrededores, hay otros enclaves que el viajero no puede eludir. La fuente de Garcilaso queda muy cerca y su historia también es digna de mención.

Peregrinar a por agua

Según cuentan las crónicas, fue lugar de peregrinación de otros muchos escritores que buscaban bajo ese manantial, acaso, la fuente de su inspiración. Y otra fuente reseñable es la del chorro. Rodeada de un paisaje de fresnos, sigue siendo el lugar donde muchos vecinos se abastecen. Desde el Ayuntamiento señalan que no está clorificada, pero eso no impide que se beba de ella. “De hecho, vienen de fuera a llevarse botellas de agua”, explican. A eso y a disfrutar del paisaje. Aquí es fácil ponerse en la piel del poeta al escuchar el sonido bucólico del arroyo del Sotillo, otra de las maravillas de la zona.

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En esos rincones, llenos de maleza y senderos interminables, los críos de antaño pasaban el verano como muchos otros: contando historias de miedo. Con la luz de la linterna iluminando una parte del relato. Y las bicis aparcadas a la carrera. Beatriz Olea creció así y aunque ahora pasa su tiempo buscando setas –“no te digo dónde están porque entonces van a venir y me las van a quitar”-, La canaria, como conocen a esta vecina de 37 años, conserva aún el brillo de aquella niña en los ojos: “Este es un pueblo muy pueblo. Nos lo hemos pasado muy bien contando historias o yendo a la zona del cementerio, que es donde están las mejores vistas. Desde ahí se ve todo el Monte de Batres”.

Puede que el relato aquí haya cambiado. Pero continúan los mismos protagonistas y las historias se siguen acompañando de pipas. Esther Escudero –o La rubia; 49 años en Batres- recomienda algo tan sencillo como sentarse en un banco de la plaza y ver pasar ese verano que no acaba. Si el visitante se queda a escuchar, acabará con un sobrenombre. Como es menester, por otro lado. El patillas o El tirillas son otros de los vecinos más ilustres. Otra cosa es conseguir que La Cati le haga sus famosos pestiños, una de las delicias batreñas. A falta de harina, bueno es el bar Salvador, el único bar del pueblo. Y donde el forastero, a nada que se descuide, saldrá convertido en un lugareño más. 

Una cruz con leyenda

R.C.

Una de las historias más repetidas en Batres tiene que ver con la cruz que hay en su iglesia, la de Nuestra Señora de la Asunción. Según la creencia popular, en el siglo XVI un campesino del pueblo llevó a su casa unos trozos de leña que había recogido para calentarse. Pero tras varios intentos, no consiguió encender el fuego. Los lugareños explican que entonces un resplandor de luz y fuego iluminó el lugar y en su centro se formó una cruz con los leños. Aquel milagro, dicen, tuvo su repercusión. Y hoy se recuerda con una gran cruz de madera que se guarda en esa iglesia. Y también con la costumbre, en fiestas, de prender una hoguera en la plaza.

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