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LA CRÓNICA DE MAR Y MONTAÑA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Conociendo a una postadolescente mentirosa

La icónica Salou esconde diversas caras detrás de los prejuicios que pesan sobre ella

Marc Rovira
La playa de Salou, al mes de agosto.
La playa de Salou, al mes de agosto.Josep Lluís Sellart

Que quede claro de inicio, tratar de explicar Salou es un ejercicio de riesgo. ¿Cómo se redacta un texto entretenido y curioso de un destino del cual todo el mundo tiene una imagen clara en la cabeza? Ya sea por vivencias propias o por el bombardeo informativo que periódicamente genera la población icono de la Costa Daurada, Salou no admite matices. Asumido está, pues, que mientras el lector avance por el texto soltará unos cuantos "¿pero qué cosas destaca el chalado este?" y otros tantos "y va y se olvida de nombrar el único rincón que merece la pena". Sin embargo, el encargo estaba claro y no ha habido opción de que a uno lo manden a Sídney o a Reikiavik para recoger cuan bonito e interesante es todo aquello.

Salou es una postadolescente descarada y mentirosa. Aparenta tener más edad de la que posee pero, en realidad, hace apenas un par de décadas que se independizó de Vila-seca para convertirse en municipio autónomo. En tan corto espacio de tiempo ha consolidado su trono en los catálogos de destinos turísticos y ha demostrado una capacidad portentosa para gestionar el ingente flujo turístico que acoge. El municipio cuenta con poco más de 25.000 vecinos censados pero multiplica por diez su paisanaje en temporada alta. Una temporada que no se sabe muy bien donde empieza y cuando acaba ya que Salou se sabe maquillar y emperifollar para que sus encantos sean ajenos a las estaciones. Su carácter camaleónico le sirve igualmente para agradar a forasteros de distintos pelajes. Solo así se explica que las mismas calles por donde zapatean jóvenes rebosantes de hormonas y de alcohol gusten, y no poco, a abuelos que se hipermotivan en un baile con acordeonista y que son capaces de saltar de un autobús en marcha si huelen el rastro de un menú que incluya pan, jamón, cava y flan con nata. Miquel y Maria son yayos, los míos para ser más concretos, de trasero curtido a prueba de viajes por carretera por media Europa. "Lo mejor de Salou es la tranquilidad, y hay que ver lo bien arregladas y limpias que tienen las calles", coinciden. No están de cachondeo ni son cosas propias de la edad. La misma Salou que durante las noches de verano supura vorágine juerguista hasta hacer extenuar los relojes se convierte a partir del inicio del curso escolar en un vecindario sosegado, que no soporífero, a orillas del mar. Un afamado viticultor de nariz fina y manos hábiles con la garnacha confiesa que, pese a haber nacido en tierras altas de Tarragona donde la playa se entiende como un elemento casi exótico, se encuentra cómodo residiendo en Salou porqué "es una pasada la tranquilidad que hay".

La quietud, como la alegría, va por barrios.

Salou, igual que la vecina Cambrils, se divide en dos a partir de una línea imaginaria que separa el "pueblo" de "la playa". Hablando con los autóctonos de cada barrio no será extraño atisbar que dibujan una mueca en el rostro cuando hacen referencia al otro distrito.

A un lado, la playa de Ponent. Se estira durante más de un kilómetro, siempre a la sombra de continuos bloques de apartamentos, hasta llegar a Vilafortuny. La fiebre constructora del desarrollismo sembró de cicatrices esta zona pero en Ponent se hallan los cimientos de Salou. Ahí se encuentran los restos del parque arqueológico de Barenys. Exhibe un yacimiento de época romana, correspondiente a una antigua factoría de producción de cerámica y ánforas para la exportación de vino tarraconense. Cerca de Barenys está la Torre Vella, una fortaleza construida en 1530 para proteger la villa y avistar la llegada de piratas. La torre es hoy un centro de exposiciones.

Ponent alberga también al vivaracho mercado municipal y al batiburrillo comercial que se despliega entorno a la calle Barcelona. Ahí está la estación de tren y la antigua andana del "carrilet", los bancos y los restaurantes que tienen calendarios de doce hojas. Más allá, remontando la playa por el paseo Jaume I y por sus preciosos palacetes de arquitectura modernista (espectaculares la Vil·la Enriqueta, el chalé de la Alemana, el Bonet o el Torremar, este último habilitado como sede del Patronato de Turismo) se alcanza el Salou de la parranda. Esto es Llevant. Bares por doquier, chiringuitos, terrazas y tenderetes. Comederos donde se sirven algún que otro precongelado pero, sobre todo, mucha sangría y cerveza. Una mezcolanza de acentos atiborra los oídos. Ingleses, franceses, rusos, vascos y maños, muchos maños. Por momentos parece que uno esté paseando por el Tubo zaragozano. Es recordado un reportaje del Heraldo de Aragón sobre la fiebre aragonesa por Salou donde se recogía un testimonio que afirmaba tener "el sobaco moreno" de tanto levantar el brazo para saludar a conocidos.

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Dormir, comer, ver... en Salou

Un lugar para visitar

La villa romana de Barenys: Data de finales del siglo I a. C., un tiempo en que los permaneces llegados a Tarraco construyeron numerosas villas para explotar los recursos de la zona.

Un lugar para dormir

L' Hotel Planas. Un histórico de Salou que ha ido transformándose para no quedar desfasado. Está situado en una posición estratégica, ante el mar y junto a los bonitos chalés modernistas.

Un lugar para comer

Un restaurante, La Goleta. A pie de la playa de los Capellans, las vistas que ofrece la terraza son comparables a la calidad de los pescados que sirven.

Es también en Llevant donde se descubre porqué Salou tiene imán. Cuando el frenesí afloja y los altavoces de las históricas Flash Back y la Cage enmudecen, la belleza de parajes como la Platja Llarga fulmina prejuicios.

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