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Pureza barroca en Torroella con el sello de Antonio Florio

Lección de estilo y sensibilidad al frente de su grupo en una velada con el encanto vocal de Valentina Varriale

Valentina Varriale y Antonio Florio, durante su actuación.
Valentina Varriale y Antonio Florio, durante su actuación.Martí Artalejo

El arte de Antonio Florio recrea las esencias de la música barroca con extraordinaria delicadeza. No esperen un espectáculo de virtuosismo ni dinámicas violentas en sus interpretaciones: su mundo es otro, pues busca la belleza en la pureza sonora. Esa naturalidad expresiva convirtió el lunes el debút del prestigioso director italiano en el Festival de Torroella de Montgrí (Girona) en una de las más exquisitas veladas del verano musical catalán. En el programa, al frente de la Cappella Neapolitana, brilló el encanto vocal de la soprano Valentina Varriale.

La Cappella Neapolitana es el grupo habitual de Florio, conocido hasta hace poco como Cappella Della Pietá de' Turchini. Ha cambiado de nombre, pero mantiene la identidad forjada a lo largo de casi tres décadas de actividad consagrada especialmente a la difusión de los tesoros musicales de la escuela barroca napolitana, repertorio en el que Florio es una referencia como musicólogo y director. La transparencia sonora es su gran virtud, y la excelente acústica del Auditorio Espai Ter de la localidad ampurdanesa permitió disfrutar cada detalle con pasmosa claridad.

Para su debút en Torroella, Florio preparó una selección de antífonas marianas del esplendor barroco de Nápoles, Roma y Venecia; el Salve Regina, la más conocida de las antífonas dedicadas a la Virgen María, iluminó una velada con cuatro bellas cantatas que Florio recreó en una lección de estilo y sensibilidad.

De hecho, el nivel de excelencia musical fue in crescendo, desde la discreta pieza de Orazio Benevoli que abrió el programa a las joyas del género firmadas por Leonardo Leo —toda una especialidad de Florio—, Giovanni Battista Pergolesi y el glorioso Antonio Vivaldi.

La voz pura y cristalina de Valentina Varriale permitió disfrutar el encanto melódico y la ornamentada escritura de estilo operístico de las cantatas sin excesos ni deformaciones estilísticas. La soprano italiana, que ha trabajado con directores del calibre de Jordi Savall, Ottavio Dantone y, naturalmente, el propio Florio, dio brillo en la coloratura pero sin el más mínimo efecto de cara a la galería.

La Cappella Neapolitana completó el programa con una anodida y poco consistente sinfonía de Nicola Fiorenza y el bellísimo Concierto para violín en re mayor, op. 3, núm. 9 RV 230 de Vivaldi, con el concertino Alessandro Ciccolini como escrupuloso e inspirado solista. La velada se cerró en un clima de belleza y serena espiritualidad con la interpretación, como única propina, del Gloria patri, para soprano, violín y continuo, delicada pieza del vivaldiano Laudate pueri. Pura magia barroca para despedir un gran concierto que, a pesar de su calidad, no logró llenar el auditorio de Torroella.

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