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Mostar premia al exalcalde de Valencia que reconstruyó la ciudad

Se cumplen 20 años de la administración de Pérez Casado sobre la ciudad bosnia destruida por la guerra, que hoy sigue dividida

Ignacio Zafra
Ricard Pérez Casado en su etapa de exadministrador de la UE para Mostar.
Ricard Pérez Casado en su etapa de exadministrador de la UE para Mostar.REUTERS
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Hace 20 años que el exalcalde socialista de Valencia Ricard Pérez Casado tuvo una intervención clave en el renacimiento de Mostar, la ciudad de Bosnia Herzegovina cuyo asedio se convirtió en símbolo de la guerra en la antigua Yugoslavia, como administrador de la UE para la ciudad. El Centro para la Paz y la Cooperación Multiétnica de Mostar ha entregado ahora, en un acto solemne, su distinción a Pérez Casado por haber contribuido "a su reconstrucción y a la celebración de las primeras elecciones libres, transparentes y democráticas, que sirvieron de referencia a las que se sucedieron después en las antiguas repúblicas yugoslavas".

Pérez Casado ha regresado a España con una impresión ambivalente. Satisfecho por el reconocimiento al trabajo que él y otros muchos españoles prestaron en aquella etapa dramática. Desde los miles de militares y guardias civiles que garantizaron la seguridad y los comicios, al papel del exdirector de la Unesco Federico Mayor Zaragoza, también premiado en Mostar, en la recuperación del patrimonio. Pérez Casado también ha vuelto, sin embargo, "con la constatación de que hay allí una nueva generación de políticos, pero siguen siendo igual de intransigentes".

Los españoles, queridos por todos

Ricard Pérez Casado se sintió bienvenido en Mostar por la población de Mostar, donde estuvo desde abril a julio de 1996, tras la celebración de las elecciones y el traspaso del poder político a los cargos locales electos. Militares, guardias civiles y diplomáticos se vieron favorecidos por varios motivos, afirma. "Los españoles nunca habíamos intervenido en la zona. El recuerdo que despertaban los alemanes en los serbios era nefasto. El que inspiraban los turcos en los croatas, igual. Y el papel de los franceses y los ingleses en las guerras balcánicas estaba vivo".

Los españoles, además, eran vistos por los croatas como católicos, "gente de fiar". Por los serbios, como herederos del bando republicano en la Guera Civil Española, al que apoyaron, comenta Pérez Casado ("Tito estuvo en las Brigadas Internacionales"). "Y para los bosnios, en mi caso personal, yo era alguien que había hecho una mezquita y un centro cultural islámico en su ciudad, Valencia".

Además de Pérez Casado y de Federico Mayor Zaragoza, el Centro para la Paz y la Cooperación Multiétnica de Mostar ha distinguido en su edición de 2016 al expresidente Jacques Chirac (cuyo premio recogió su hija), al fiscal jefe del Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia, Serge Brammertz, y a los también exadministradores de la ciudad por la UE por Hans Koschnick y Martin Garrod.

Prueba de ello es que desde 2008 Mostar no consigue celebrar elecciones municipales al no ponerse de acuerdo las comunidades "ni siquiera en los distritos en que debe expresarse el voto".

"Han desaparecido por muerte o por condena aquellos personajes que conocimos en su día: los Milosevic, Tudjman... Pero han aparecido otros igual de intransigente. El partido croata es fundamentalista católico, de extrema derecha. El bosnio es partidario del islam wahabita, el más radical, y la comunidad está muy influenciada por los países del Golfo y Arabia Saudí. Y el SDS serbio es ultranacionalista y quiere convocar un referéndum en la República Srpska —una de las entidades de Bosnia-Herzegovina— para agregarla a Serbia".

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Alcalde de Valencia entre 1979 y 1988, Pérez Casado llegó a Mostar en abril de 1996, y halló una ciudad en la que la guerra había dejado más de 2.000 muertos y 5.000 edificios derruidos, además de forzar la huida de cerca de 60.000 personas. Los momentos más trágicos habían pasado, pero la tensión se mantenía alta. Su predecesor como administrador de la ciudad, el alemán Hans Koschnick, había renunciado tras sufrir un intento de linchamiento por parte de exaltados croatas.

"Lo que encontré fue desesperación, encono y destrucción", recuerda Pérez Casado. Lo más difícil de resolver, el odio entre comunidades, permanece. "Lo que sí conseguimos fue hacer las elecciones, el 30 de junio. Y fueron un modelo".

El trabajo de reconstrucción fue arduo. Aunque menos que rebajar el enfrentamiento entre las comunidades croata y musulmana. Cuando desembarcó en Mostar, la presencia de los serbios ya había quedado reducida "a la mínima expresión". La ciudad estaba dividida estrictamente entonces y sigue viviendo en compartimentos estancos, conforme a las líneas fijadas en 1995. Pero ahora no hay controles en las calles de hombres armados.

"Había que restablecer las comunicaciones para que la gente pudiera desplazarse e ir a trabajar. Los puentes, el ferrocarril, los autobuses urbanos. Pasar de los hospitales de campaña a hospitales de verdad. Hacer escuelas, por cierto tan bien o mejor equipadas que las que yo había dejado en Valencia, la destrucción tiene estas cosas también", dice el exalcalde.

La experiencia como regidor de la tercera ciudad española lo ayudó en la gestión urbana. Sus vivencias durante la llamada Batalla de Valencia —definición claramente hiperbólica cuando se compara con lo que sucedió en Mostar—, en la que salvando enormes distancias también se vivió un conflicto social por motivos identitarios a principios de los años ochenta, cuando el propio Pérez Casado fue agredido en un acto público, también le resultaron útiles para afrontar la tensión de Bosnia.

"Ambos hechos me sirvieron para tomar distancia sobre los elementos identitarios que, cuando se exacerban, pueden concluir como en Bosnia en una violencia inaudita: limpieza étnica, campos de concentración, desplazamientos masivos y genocidio, como en Srebrenica, con más de 9.000 muertos. Levada al extremo la identidad, como dice Amin Maalouf, puede resultar asesina".

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Sobre la firma

Ignacio Zafra
Es redactor de la sección de Sociedad del diario EL PAÍS y está especializado en temas de política educativa. Ha desarrollado su carrera en EL PAÍS. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Valencia y Máster de periodismo por la Universidad Autónoma de Madrid y EL PAÍS.

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