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De estreno por A Coruña

La Joven Orquesta Nacional de España inicia su encuentro de verano en el Palacio de la Ópera de la ciudad gallega

El Palacio de la Ópera, sede de la Orquesta Sinfónica de Galicia, ha sido “invadido” durante diez días por las fuerzas de la Joven Orquesta Nacional de España. La JONDE ha ensayado el programa y ha celebrado el primer concierto de su encuentro de verano, el más importante del año, con el enorme despliegue de energía que, desde cualquier punto de vista caracteriza estos encuentros.

Las actividades de este de verano culminan con un total de cuatro conciertos -el de A Coruña, uno en Évora y dos en Lisboa- con dos diferentes programas. Los celebrados en la capital portuguesa forman parte del Lisbon Music Festival, festival que se viene celebrando desde el pasado 9 de julio y en el que participan importantes agrupaciones de jóvenes músicos y cantantes de Europa, Estados Unidos, Canadá y Japón.

El programa del concierto de A Coruña estaba formado por dos obras de gran envergadura: en primer lugar, el estreno absoluto de La rutina de lo invisible, de Álvaro Martínez León y, tras el descanso, la Sinfonía nº 5 de Gustav Mahler. A Portugal, además de este han llevado el Interludio y Danza española nº 1 -de La vida breve, de Falla, y el Capricho español, op 34 de Rimski-Korsakov.

La rutina de lo invisible es un encargo a Martínez León de la propia JONDE, en colaboración con la Fundación SGAE/AEOS (Asociación Española de Orquestas Sinfónicas) de la que, si hay algo que no puede decirse es, precisamente, que sea una obra rutinaria. Se trata de una música con auténticas cualidades didácticas para una orquesta joven: por sus dificultades de encaje y ejecución y por el repaso técnico y estilístico que hace de autores que marcaron hitos en la música del siglo XX.

Por otra parte, la entrada en escena por grupos y secciones, las actitudes físicas y movimientos que requiere de los músicos la convierten en un bienhumorado espectáculo, una broma musical cuyo antecedente más señero encontramos en el viejo Joseph Haydn. La “Guía para un disfrute pleno de la experiencia de concierto de música contemporánea”, que se entregaba como parte del programa de mano, forma parte tanto de la broma como de un experimento de colaboración con el auditorio.

Las instrucciones escritas fueron luego señaladas por un “auxiliar de relaciones con el público” (el propio compositor, según pudimos saber por el director artístico de la JONDE, José Luis Turina), situado bajo el borde del escenario. Gran parte del auditorio las siguió gozosamente, como se pudo comprobar a lo largo de la obra. Por citar solo un detalle, las toses solicitadas en el nº 6 de las instrucciones tuvieron una más que notable intensidad y duración. Superiores ambas, incluso, a las que se dan en los “conciertos de toses” que espontáneamente surgen entre movimientos de una sinfonía en pleno pico de una fuerte epidemia de gripe.

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La interpretación de la obra estuvo dirigida por Hermes Hellfricht (Dresde, 1992), director asistente del encuentro, que hizo una versión de la obra caracterizada por su buen ajuste y soberbio sonido. Toda una demostración de que la buena música no tiene que tener necesariamente ínfulas de trascendencia ni necesidad de ser escuchada con el ceño fruncido y un cierto rictus de enojo y suficiencia.

El final de la obra quizás solo estuvo claro para amantes de Haydn. La retirada de los componentes de la orquesta fue progresiva, permaneciendo en el escenario solo los metales graves y un pequeño grupo de cuerda, que se hicieron cargo de interpretar e improvisar un tema jazzístico. Mientras, el resto de los presentes en el escenario –incluidos compositor y director-, desfilaron despidiéndose del público hasta con un pañuelo. Este montaje cohibió el aplauso que algunos iniciaron y la ovación a compositor, director e instrumentistas resultó excesivamente tibia para sus méritos.

En la segunda parte del concierto, la JONDE estuvo dirigida por Lutz Köhler (1945), fagotista, pianista y director. Su larga trayectoria en este último campo incluye su paso por la Orquesta Sinfónica de Berlín y las Sinfónicas de Hamburgo, o las de la Radio de Fráncfort y de Saarbrüken. Su actividad didáctica incluye la Royal Scotish Academy of Music and Drama, la JONDE, la Orquesta Joven de Viena y nada menos que veinticinco años de colaboración con la Orquesta de Jóvenes de la Comunidad Europea, que recientemente ha sido salvada en el último instante de su anunciada desaparición.

La dirección de Köhler estuvo caracterizada por su claridad y energía gestual y logró momentos de memorable fraseo y matizada gradación dinámica. Se pudo vivir en todo momento esa especial retroalimentación de energía y saber hacer que solo se da entre músicos jóvenes y directores veteranos. La de Köhler con los miembros de la JONDE fue magnífica en todo momento y su versión de la Quinta de Mahler estuvo cargada de fuerza y entrega desde la primera intervención de la trompeta solista hasta la escala descendente en una octava que marca a fuego su final.

A lo largo de toda la obra se apreció el buen sonido de todas las secciones. Cabe si acaso destacar el de las cuerdas, de una suavidad y empaste bastante raros en orquestas juveniles, lo que contribuyó sin duda a la buena conexión con el público en el celebérrimo Adagietto. Los vientos tuvieron una buena paleta tímbrica y la percusión desarrolló su labor con poderío y precisión.

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