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Jugad, jugad, malditos

La pokemanía puede que sea algo sintomático; un reflejo de una sociedad que, harta de la complejidad y la dureza de la realidad, prefiere invertir su tiempo en algo placentero y entretenido

Pablo León
Una pareja durante la quedada pokémon en Madrid.
Una pareja durante la quedada pokémon en Madrid.Jaime Villanueva

Cuando en los ochenta los juegos de rol seducían a chavales y adolescentes, sus mayores se escandalizaron ante los supuestos peligros que suponían. La eclosión de las videoconsolas —en la que Nintendo también tuvo algo que ver con su Súper Mario, el modelo NES o posteriormente la Gameboy— también preocupó a muchos padres, que veían cómo sus vástagos preferían pasar horas ante una pantalla plagada de colores que en la calle o delante de un libro. Con Pokémon Go se está produciendo un fenómeno parecido. Pero con un matiz: el público objetivo no son solo jóvenes o adolescentes, sino también toda una generación de treintañeros que creció siguiendo las aventuras animadas de Pikachu y Charmander y que ahora se reencuentra con ellos a través de sus móviles.

Ayer más de 3.000 personas, según los organizadores, acudieron a la quedada convocada en Sol para cazar a esos monstruitos. Jugar es divertido. Y necesario. Para los más pequeños y también para los adultos. La capacidad de Pokémon de poner a toda una sociedad a jugar es maravillosa. A lo que se añade la revolución que supone para la técnica de la realidad aumentada. Pero tiene un reverso tenebroso. Aparte de los riesgos asociados a la tecnología —la aplicación te mantiene geolocalizado todo el tiempo (a los menores también); accede a tu cámara o hace acopio de información sobre el jugador, por lo que abre una nueva vía para robar datos—, la pasión de los pokemaníacos revela que muchas personas en el mundo están dispuestas a movilizarse para jugar y para divertirse. Son capaces de invertir tiempo —y mucho— en ampliar su colección de criaturas a la vez que reconocen carecer de minutos del día para ir al gimnasio, para escribir ese libro que tienen en mente o para acabar aquel proyecto que les ronda la cabeza.

La pokemanía puede que sea algo sintomático; un reflejo de una sociedad que, harta de la complejidad y la dureza de la realidad, prefiere invertir su tiempo en algo sencillo, placentero y entretenido. Prefiere jugar a Pokémon que pelear por su felicidad. Quizás es que simplemente son más felices cazando pokémon.

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Sobre la firma

Pablo León
Periodista de EL PAÍS desde 2009. Actualmente en Internacional. Durante seis años fue redactor de Madrid, cubriendo política municipal. Antes estuvo en secciones como Reportajes, El País Semanal, El Viajero o Tentaciones. Es licenciado en Ciencias Ambientales y Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS. Vive en Madrid y es experto en movilidad sostenible.

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