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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

18 de julio

Ni la bandera ni el himno de España generarán emociones unánimes, liberadas de vergüenzas y terrores, mientras no se desprendan de la odiosa salpicadura del franquismo

José María Mena

Hace ochenta años que Franco y los suyos, a sangre y fuego, iniciaron una guerra de exterminio, conquista y confiscación. Se apropiaron hasta del himno y la bandera de España. Con ambos Franco entraba bajo palio en sus catedrales, presidía sus desfiles, o las finales de su copa de futbol. Durante cuarenta años, himno y bandera fueron los símbolos de la dictadura. Por eso, para muchos, todavía hoy, sería difícil entonar la música del himno español con el envidiable fervor que muestran los franceses al cantar la Marsellesa.

La música del himno de España se remonta, al parecer, a Carlos III, aunque algunos de sus acordes son similares a melodías mucho más antiguas. Federico de Prusia regaló una marcha del cuerpo militar de Granaderos a su ahijada María Amalia de Sajonia cuando, con catorce años, fue casada, por poderes, con Carlos de Borbón. Así llegó el himno a la Corte española en 1738.

Era una marcha solemne de pífanos y tambores que fue declarada Marcha Nacional de España en 1815 por Amadeo de Saboya, el único rey de nuestra historia elegido democráticamente por las Cortes. En 1908 la marcha de Granaderos fue armonizada por el maestro Pérez Casas, perteneciéndole los derechos de propiedad intelectual. El Himno de Riego interrumpió la vigencia de la Marcha Nacional, pero duró lo que duró la Segunda República, y el 27 de noviembre de 1937 Franco ya había restituido la Marcha Nacional como su himno para todos los territorios ocupados. Así permaneció como himno nacional hasta el final del franquismo, y hasta hoy.

Aznar, en 1997, adquirió todos los derechos de la propiedad intelectual de la Marcha Granadera o Marcha Real Española y en 1998 aceptó “la cesión a título gratuito a favor del Estado”. Desde esa fecha se podría cantar el himno de España sin deber nada a los herederos de Pérez Casas, pero solo cabe tararearlo porque no tiene letra.

Si el himno de España está todavía salpicado por el recuerdo de la dictadura, la bandera no corre mejor suerte.

La bandera de España no es de origen medieval como la cuatribarrada. Es de 1843. Casi tan moderna como la Ikurriña diseñada por los hermanos Arana en 1894. La histórica bandera de los Borbones era blanca, con la cruz de Borgoña, o de San Andrés, con el escudo borbónico. Por su mala visibilidad en el mar Carlos III ordenó sustituirla por otra más visible. Encargó doce modelos para elegir uno de entre ellos. Eligió el rojigualda. Esta bandera naval sólo llegó a ser la bandera de España en tiempos de Isabel II.

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La primera República pretendió cambiar la bandera rojigualda, que consideraban monárquica, por una tricolor, roja, blanca y azul, pero la República se acabó en menos de dos años, y no llegaron a usarla. Una suerte parecida corrió la otra tricolor, rojo, amarillo y morado, instituida como bandera de la República en la Constitución de 1931. En 1937 Franco repuso la rojigualda, pero añadiendo su aguilucho con pretensiones de eternidad imperial. Con la Constitución de 1978 la bandera se liberó del aguilucho y recuperó el escudo de la dinastía reinante.

Unas notas musicales o un paño de colores, por sí mismos, son una realidad neutra, pero pueden ser los símbolos de un grupo humano, una patria, o un Estado, si son percibidos como un himno o una bandera. Para ello es necesario que los que oigan esa música o vean esos colores simbólicos los vinculen a sus ideas o sentimientos, los asuman, racional y emocionalmente, como expresión de su identidad colectiva, los transmitan a la siguiente generación con orgullo, sin las vergüenza o los terrores de las viejas historias depredatorias y fraticidas.

Una marcha militar alemana de segunda mano y sin letra que cantar, o una bandera elegida en un concurso de colores náuticos, con el transcurso de los años, también podrían desencadenar esas emociones. Pero no pueden, porque los que, a día de hoy, son los símbolos de España, aún conviven apaciblemente con su recuerdo de símbolos franquistas, salpicados por la terca presencia de símbolos y signos vivos de la dictadura, como el Valle de los Caídos, el monumento de la batalla del Ebro en Tortosa, o innumerables nombres indeseables de algunas calles. Por eso nunca generarán emociones unánimes, liberadas de vergüenzas y terrores, mientras no se desprendan de la odiosa salpicadura de aquel 18 de Julio, ahora hace ochenta años.

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