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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El aura de Ada

No basta con el corazón para hacer política municipal ni de cualquier otra. El problema de los manteros no es de orden público sino de derechos y legitimidades

Jordi Gracia

No sé si es cosa sólo de los viejos, pero si es así, los viejos tienen razón. El respeto ético e intelectual por los ya larguísimos trabajos políticos de Rafael Ribó en mi caso sigue incólume y firme, como si tuviera los veintitantos años que debía de tener yo cuando empecé a votarlo y a seguirlo, o incluso cuando escuchaba hablar a Pep Viñeta sobre Ribó siendo por entonces su jefe de prensa en Iniciativa (o algo parecido).

Mis conformidades tienen que ver tanto con la libertad con la que supo manejar el estigma de pertenecer a la izquierda pija o semipija como con la empatía que mostró con Manuel Vázquez Montalbán en alguna de las etapas de su trayectoria política en el PSUC y en Iniciativa. Vázquez Montalbán valía por entonces como voz cómplice y a la vez heterodoxa de la izquierda en Cataluña, a veces con un encono antisocialista muy virulento pero casi siempre justificado.

Repasando papeles antiguos resulta casi extravagante la falta de reflejos del PSOE cuando emergió mediáticamente la corrupción de los servicios secretos del Estado y las noticias sobre involucración criminal en más de veinte asesinatos contra el terrorismo etarra. Recuerdo vagamente que por entonces Jordi Pujol justificó a la europea esas operaciones sucias y recuerdo también el encabritamiento de intelectuales y políticos de izquierda frente a ese estrangulamiento legal del Estado de derecho.

Seguro que Ribó ya andaba por ahí, y ahora ha vuelto a reaparecer en su papel institucional. Ha vuelto a hacerlo sin rehuir la incomodidad de una intervención que a la izquierda va a sentarle mal. El aura de Ada Colau puede ser el enemigo interior más peligroso de una alcaldesa que sigue buscando el modo de equilibrar convicciones ideológicas y pragmatismo institucional. Dicen los periódicos y hasta la experiencia directa que el aumento de manteros ha sido correlativo a la sospecha de una permisividad hacia sus actividades por parte del Ayuntamiento, lo que a su vez ha hecho despertar las protestas gremiales de comerciantes que sienten sus derechos maltratados por grupos ilegales de vendedores callejeros.

Como votante de izquierda también mi corazón está con los manteros y me parece que lo está también el de Ribó, lo tenga ya descolorido o no, como lo está el mío. Pero no basta con el corazón para hacer política municipal ni de cualquier otra, y ese problema sigue siendo no de orden público sino de derechos y legitimidades.

Ribó ha querido mediar entre ambos sectores para buscar impopulares medidas que la izquierda de la CUP y quizá de Podemos asociará de inmediato con un Estado policial, criminalizador de la miseria, insensible con el desamparo de los ilegales o incluso aliado de la burguesía menestral, mercantil y egoísta. Quizá sea verdad alguna de esas acusaciones pero no es una verdad que invalide la necesidad de encontrar una solución real a un conflicto de intereses legítimos y contrapuestos. Los manteros se achicharran al sol sin colchón de supervivencia y los comerciantes hacen sus cálculos de inversión y de consumo como cualquiera de quienes no tenemos que vivir pegados a la calle, madrugando para coger el mejor puesto y vigilando las posibles redadas de la urbana mientras nos escondemos en grupo en el vestíbulo de la estación del Metro.

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Por descontado no tengo la menor idea de cómo puede solucionarse. Lo que me alivia es que creo que Ribó y su equipo, y Ada Colau y el suyo, probablemente sí tienen herramientas para buscar una salida decente y de izquierdas, sin que el poder público municipal se inhiba y sin que parezca favorecer o apadrinar la ilegalidad aunque sea de poca monta. Un Estado de derecho es exactamente esto, también a escala municipal: la fuerza del Estado está en encontrar dentro del entramado legal las vías para hacer menos mala la solución de un conflicto en que hay dos legitimidades conflicto. Y aunque eso pueda estropear el aura de Ada Colau, y es seguramente lo que no espera el votante más irreflexivo de En Comú Podem, es posiblemente lo que hace crecer a la alcaldesa como poder público. Si las vitaminas y los auxilios que necesite proceden de Rafael Ribó, posiblemente haya los mimbres para encontrar una solución que no será óptima pero será democrática, aunque sea impopular y hasta irritante para un sector de sus votantes.

Jordi Gracia es profesor y ensayista.

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Sobre la firma

Jordi Gracia
Es adjunto a la directora de EL PAÍS y codirector de 'TintaLibre'. Antes fue subdirector de Opinión. Llegó a la Redacción desde la vida apacible de la universidad, donde es catedrático de literatura. Pese a haber escrito sobre Javier Pradera, nada podía hacerle imaginar que la realidad real era así: ingobernable y adictiva.

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