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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La metamorfosis de Convergència

Los herederos del partido de Jordi Pujol renuncian a ejercer como moderadores en el escenario político español

Enric Company

La definición como independentista del Partit Demòcrata Català (PDC) nacido el pasado fin de semana de las cenizas de la Convergència Democràtica (CDC) abrasada por la corrupción y la muerte política de Jordi Pujol, está preñada de consecuencias. Una de ellas, la más inmediata, es que le impide actuar en el escenario político español como fuerza moderadora, tal como CDC hizo durante décadas. En la actual coyuntura, esta decisión le inhabilita como grupo bisagra en el Congreso de los Diputados, la codiciada posición que las matemáticas electorales le han dado repetidamente. La última vez fue hace solo dos semanas, el 16-J.

Décadas atrás, Jordi Pujol y CDC fueron en la política española el personaje y el partido que decantaron mayorías parlamentarias hacia el centroizquierda o hacia el centroderecha. Lo que Pujol y CDC aportaban era eso, el centro, una cierta ambivalencia. Decidieron, en su momento, quien sería el presidente del Gobierno. Felipe González y José María Aznar se lo deben.

Despreciar tan privilegiada posición es un absurdo. Hacerlo en nombre de un objetivo a un año vista —la creación de un estado catalán soberano, compartido como máximo por apenas la mitad de la población— es un exceso de doctrinarismo, es una decisión impolítica. Es una opción que, además, entra en contradicción con el moderantismo, los matices, con la diversidad ideológica interna imprescindible para toda fuerza que aspire a representar a grandes mayorías sociales. Le resta la ductilidad necesaria para que electores no nacionalistas puedan ver en el PDC algo de lo suyo y nada que les excluya. Esa era la gran baza de CDC.

Si el PDC aspira a ser también el pal de paller articulador del ámbito central del espacio político catalán que CDC fue en su apogeo, yerra al limitarse a solo una de las dos adscripciones nacionales de los ciudadanos. Los promotores de esta definición del PDC quizá crean que con ella dan credibilidad plena a la apuesta independentista en que están metidos. Quizá piensen que así pueden competir mejor con sus aliados y sin embargo adversarios de Esquerra Republicana (ERC). Es un mal cálculo. La capacidad de maniobra del propio PDC es la primera víctima de esta decisión. Y ERC, el PP y Ciudadanos, los grandes beneficiarios.

Al dar este paso, el PDC se proclama a sí mismo como un partido rupturista. Está en la política española, pero actúa como si ya se hubiera ido. Lo hace en un momento en el que la gran fuerza emergente, Podemos y sus confluencias, nacidas hace pocos años y configuradas inicialmente también como rupturistas, empiezan un camino en dirección contraria, aprenden a enfrentarse de verdad con los condicionantes reales de la política cuando se está en posiciones de poder.

El referéndum consultivo, legal, pactado en las Cortes y con el Gobierno de España, parecía un posible punto de encuentro. El independentismo, no obstante, sigue moviéndose en el quimérico empeño del unilateralismo, en las premisas de la épica, del ahora o nunca, del todo o nada. Para el PDC, y para sus socios de ERC, la definición, la hoja de ruta y el calendario para su desarrollo, son un condicionante mayor, casi único. Convierten el programa máximo en objetivo táctico a corto plazo.

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A efectos prácticos, esta posición sirve estos días para convertir a los cinco escaños del PNV y los dos de CC en la fuerza bisagra del Congreso de los Diputados. Ellos van a ser, si quieren, quienes junto con el PP y Ciudadanos forjen la mayoría absoluta parlamentaria de centroderecha posible según la actual composición de la cámara: 176 escaños. Hay otra mayoría absoluta parlamentaria teóricamente posible, pero políticamente improbable, la que formarían el PSOE, Podemos y sus confluencias, ERC, CDC, más el PNV y CC: sumarían 180 escaños.

El PP ha perdido su mayoría absoluta, ciertamente, pero confía en mantenerse en el poder. El PSOE, por su parte, ha entrado de lleno en el juego de las incompatibilidades mutuas con los independentistas al que le empuja el PP y en el que se han colocado el PDC y ERC. No parece que haya negociación posible. Aunque nunca se sabe. Esta semana se negocia la formación de la Mesa del Congreso. Se verá con quien escoge formar mayoría el PSOE. La última vez escogió PP y Ciudadanos. Ahora puede repetir o cambiar, si quiere.

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