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ROCK Juntémonos con Bowie
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Pecar de timoratos

La realeza ‘indie’ oficia un tributo con más cariño que valentía, y solo asier etxeandía sale auténticamente victorioso

Asier Etxeandía ofrece el micrófono al público.
Asier Etxeandía ofrece el micrófono al público.ALICE PLATI

David Bowie es uno de los artistas más colosales que ha conocido el género humano. Partiendo de esta premisa, que solo algún mostrenco podría rebatir, el homenaje de la realeza indie española al Duque Blanco es un acto tan loable y hermoso como temerario. Puede que hasta suicida. El repertorio que este viernes desfiló por las Noches del Botánico era tan inmenso que asustaba. Y así se vio, o intuyó, a buena parte de los cantantes que desfilaron por el escenario de la Universitaria: ateridos por la responsabilidad, abrumados ante la evidencia de que ni ellos ni casi nadie podrían afrontar un reto tan inabarcable. Y enredados en una disyuntiva envenenada: aproximarse al original (y salir malparados) o reivindicarse ellos mismos (y parecer, quizás, jactanciosos).

Contábamos con buenos mimbres para este Juntémonos con Bowie, que gozó del espléndido favor de 2.100 aficionados en la nochecita complutense. Un espléndido octeto de músicos, curtidos a la vera del autor de Ziggy Stardust, ofrecían el soporte a 14 reconocidos, y casi siempre notables, vocalistas peninsulares. El empeño, voluntad y amor propio de ellos fue incuestionable en la mayor parte de los casos. El resultado, sin embargo, pecó de timorato. Marc Ros (Sidonie), bowieólogo con trienios, se entregó a la causa con Rebel rebel pero no logró sonar ni a Bowie ni a sí mismo. A Shuarma (Elefantes) le entraron los pudores y no desarrolló ni teatralidad ni manierismo en un The man who sold the world que le venía al pelo. Deu (We Are Standard) maltrató el sistema occidental de afinación en Star, mientras que Sean (Second) y Alberto Jiménez (Miss Caffeina) naufragaron con estrépito en un Let’s dance que debía servir como clímax y más pareció una evocación de OT.

El gran revulsivo lo propició, en cambio, el menos ortodoxo de los oficiantes. Asier Etxeandia ya había encendido los ánimos proclamándonos “apóstoles de un evangelio raro” e invitándonos a “beber, fumar, follar, bailar, vivir”, pero su acercamiento a Sound and vision le consagró como el más osado, el único dispuesto a adorar a su Dios con todas las consecuencias. Y no nos referimos solo a esa fascinante manera de agitar las caderas y sus rotundos músculos anexos. El bilbaíno se atrevió a exteriorizar la sinceridad del tributo, cantó con aplomo y, llegados al punto de Under pressure, materializó el sueño de su vida: encarnarse en Bowie y Freddie Mercury a un mismo tiempo.

De entre las chicas, Zahara salió casi airosa de Life on Mars y Maika Makovski, la mejor, le echó coraje a Rock and roll suicide. Miguel Rivera (Maga) se quedó muy pequeñito con Starman e Iván Ferreiro suscribió un Space oddity correcto pero escaso de arrebato. Un poco como le sucedió a Javier Vielba (Arizona Baby), razonablemente chuleta con Suffragette city aunque sin encontrar un espacio propio.

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