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FOLK Micah P. Hinson
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El alma desvalida

El trovador ofrece un concierto dolorido y lastrado por su desnudez y el poco recogimiento del público

Da igual que el calendario apunte hacia San Juan o los Santos Inocentes: el mundo es, en esencia, un paradero bastante triste. Lo constató este viernes, muy a su pesar, The Big Bench, apreciable trovador madrileño que se encontró en el Ocho y Medio con el desprecio grosero de quienes se cuentan sus naderías mientras los artistas intentan realizar un trabajo digno. Y lo corroboró sin ambages el gran protagonista de la noche, ese muchacho mustio y escuchimizado de Memphis que durante dos docenas de canciones taladró nuestra percepción de las evocaciones, los conflictos y las pérdidas.

No es Micah P. Hinson un epítome del revulsivo, incluso aunque su vida haya sido un temprano cúmulo de adicciones y calamidades del que la música ha parecido redimirle. Amarrado a su vieja guitarra acústica, en la que ejecuta cuatro acordes básicos, ha de lidiar incluso con algún lapsus. “Hace ocho años que no tocaba esto y no lo he practicado”, se confesó al cuarto de hora tras patinar en Or just rearrange. La militancia le jalea porque prevalecen la emoción, el dolor, la rosa espinada. Y los discursos mordaces, alguno tan incorrectísimo como su retrato sobre la antipatía francesa.

It’s been so long fue uno de los grandes momentos de la noche, igual que la preciosa y devastadora She don’t own me. El errático gafotas (dijo que volverá a publicar, por fin, en la próxima primavera) sabe lo que se trae entre manos, genera curiosidad, arrastra la voz como solo Kurt Wagner lo sabría hacer, transmite a ratos una sensación fascinante de alma desvalida. Pero es difícil sobreponerse a la sensación de que un concierto solista así es un hueso duro de roer. Y más aún si no acontece en un teatro, concentrados todos en ese cancionero compungido, sin bisbiseos ni charletas del vecindario.

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