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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Baño de realidad

El independentismo no tenía rival y el discurso era fácil: la ilusión está de nuestra parte y al otro lado no hay interlocutores. Eso es lo que En Comú Podem ha echado por tierra

La verdadera esencia de cierto independentismo se revela cristalinamente cuando algunos de sus líderes identifican a En Comú Podem como la pieza a abatir en las elecciones del 26-J. En realidad, esa estrategia electoral nos descubre una herida que sangra y que no parece que vaya a cicatrizar con facilidad. Hasta no hace mucho, el independentismo se las prometía felices porque no tenía rival serio que le saliera al paso. Un PP reducido a la práctica marginalidad política en Cataluña, un Ciudadanos en crecimiento, pero con objetivas dificultades para ampliar el magnífico resultado que obtuvo en las municipales, un PSC convaleciente de una brutal crisis interna mal gestionada hasta la llegada de Miquel Iceta a la primera secretaría, y una Iniciativa sonámbula y víctima del síndrome de Estocolmo del nacionalismo.

No había rival y el discurso era fácil: la ilusión está de nuestra parte y al otro lado, en España, no hay interlocutores; eso es así, y seguirá siéndolo hasta el fin de los siglos. En esto llegaron Podemos y los comunes y se rompió el encanto. Se quedaron la alcaldía de Barcelona (estratégica para el impulso del procés), controlaron otras localidades importantes del área metropolitana y fueron la primera fuerza catalana el 20-D; para colmo, y si las encuestas no fallan, van a ampliar su liderazgo cuando se vote el próximo domingo.

Mientras tanto, los independentistas de orden, fruto de errores propios (una lectura equivocada del 27-S y una alianza imposible con los —antes— simpáticos chicos y chicas de la CUP) y de una hoja de ruta que hasta ellos saben intransitable, andan de capa caída e intentando sacar un nuevo conejo de la chistera para animar a la tropa, que está entre emprenyada y desconcertada porque, vaya por Dios, esto no era lo que nos habían contado. El nuevo conejo se llama RUI, Referéndum Unilateral de Independencia, y parece que en Harvard y Columbia no se habla de otra cosa.

Pero volvamos a Podemos, Izquierda Unida y los comunes. Su irrupción demostró que no solo de nación viven el hombre y la mujer, mientras que, como por arte de magia, más de seis millones de españoles empezaron a votar opciones que hablaban de plurinacionalidad y referendos. Para no haber nadie al otro lado, no está nada mal.

Inmediatamente aparece el aguafiestas: sí, pero seguro que no harán el referéndum esta legislatura, estará claro que su vía no lleva a ningún sitio y entonces solo quedará en pie la opción de la independencia. Que es tanto como decir que lo que no pueda conseguirse en uno o dos años ya no se conseguirá nunca. Es la visión infantil del mundo que hay detrás del “tenim pressa”, tantas veces coreado por el independentismo. Por supuesto, nada de pararse a escuchar al tantas veces ensalzado Alex Salmond cuando les recuerda que Roma no se construyó en un día y que a ellos, los escoceses, les costó décadas arrancarle el referéndum al gobierno británico.

A quienes defendemos una salida federal al problema territorial español se nos suele decir que, siendo esta solución inviable ahora (y, puedo aceptarlo, en un futuro inmediato), más vale dejarla por imposible. Por esa regla de tres, aquí no debería de haber habido un solo independentista desde los tiempos de Pau Claris, porque ya me explicarán ustedes cuándo ha habido en los últimos cuatro siglos una posibilidad real de hacer de Cataluña un Estado independiente.

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Lo que demuestra la experiencia de estos últimos años es que las realidades políticas son cambiantes, y que lo que parecía imposible un día (por ejemplo, que Convergència esté a punto de irse a la papelera de la historia por méritos propios) puede suceder cuando menos se lo espera. La sociedad española no es el conjunto de mostrencos que no se han quitado el pelo de la dehesa que el independentismo tantas veces ha retratado. Como la catalana no es el pueblo cohesionado y en marcha detrás de su Moisés que algunos creyeron ver en algún momento. Las cosas son en todas partes plurales y complejas, y si uno echa la realidad por la puerta, le vuelve a entrar de inmediato por la ventana. En esta ocasión, encarnada en Ada Colau, Xavier Domènech y otra gente de mal vivir. Y yo diría, amigos, que esto va para largo.

Francisco Morente es profesor de Historia Contemporánea en la UAB.

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