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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Una generación se abre paso

El empuje hacia el cambio político que el 20-D destruyó la mayoría absoluta del PP pero no bastó para levantar una mayoría de izquierdas está ahora más maduro

Enric Company

Después de tanta y tan descalificadora acusación de populismo lanzada contra Podemos y sus líderes ahora resulta que en plena campaña electoral son los recién admitidos en el club liberal europeo, Ciudadanos, los que se visten teatralmente la camiseta de la selección española de futbol para enviar a los ciudadanos la secuencia de su inefable júbilo patriótico por la consecución de un gol contra el equipo de Turquía en la Eurocopa. Si eso no es populismo, y del más reconocible, el populismo nacionalista, por cierto, que alguien lo explique. No es desde luego la única impostura en esta campaña. Los candidatos del PP presumen en todos los debates de que el Gobierno de Mariano Rajoy es el que más ha legislado contra la corrupción política. ¡Vaya por Dios! Un partido imputado como beneficiario a título lucrativo por prácticas corruptas sin que su principal dirigente se dé por aludido. Con centenares y centenares de afiliados procesados en una apabullante lista de causas por corrupción. Y presumiendo. Nada de perdón y enmienda.

El PSOE de Pedro Sánchez, en graves apuros electorales por haber asumido sin chistar en 2010 los dictados de la política económica neoliberal dictada desde Bruselas y Berlín, acusa de impostura a Podemos porque los dirigentes del nuevo partido han decidido definirse también como socialdemócratas. ¿Pero no acaba de sellar Podemos una alianza electoral con un comunista confeso como Alberto Garzón? Una vez que les dan la razón histórica y se lo toman como que les quieren robar la cartera, cuando en realidad se le abre a Pedro Sánchez la oportunidad de sumar, el día después de las elecciones, una mayoría socialdemócrata. ¿O no?

Francesc Homs, el candidato de Convergència Democràtica (CDC), el partido que desde 2012 aspira a dirigir la creación del estado catalán soberano, defiende estos días que la mejor manera de evitar que el Gobierno de España adopte sistemáticamente todos los viernes alguna medida perjudicial para el autogobierno de Cataluña, como ha hecho el PP en esta inacabable legislatura, es que el nacionalismo catalán por él encarnado ahora vuelva a tener la sartén por el mango, es decir, recupere la posición de bisagra en el Congreso de los Diputados. Como en los mejores tiempos de Miquel Roca, cuando ni Felipe González ni José María Aznar disponían de mayorías absolutas. Como cuando Jordi Pujol se ufanaba de estar en disposición de hacerles “pasar por el aro”. Debía ser en 1996, más o menos. ¿Era eso, la independencia?

Si entre las causas profundas del terremoto electoral que ha desestabilizado al sistema electoral casi bipartidista en España se cuenta la crisis de la socialdemocracia europea, tiene bastante miga que Podemos, el partido emergente surgido de la suma de casi todos los descontentos acumulados en por lo menos un década, se adhiera ahora también a la socialdemocracia. Pero así es. Aquellos jóvenes profesores y los indignados ocupantes de las plazas españolas han madurado deprisa, deprisa, forzados por sus éxitos electorales y ayer su líder, Pablo Iglesias, argumentaba su nueva adscripción como resultado de que él y sus compañeros de equipo se han hecho mayores.

Esa es más o menos la experiencia que protagonizó el PSOE entre 1976 y 1982. Ahora como entonces, hay una generación nueva, que aspira al cambio político, que dispone de una cohorte dirigente suficientemente desacomplejada como para rebelarse ante sus mayores e intenta sustituirla en el reto de asumir el Gobierno. Esto fue lo que hizo el PSOE en 1982 y eso es lo que ahora sueñan en hacer los jóvenes que votan a Podemos. Nunca hay dos situaciones históricas ni dos coyunturas políticas que se repitan miméticamente, pero los cambios generacionales sí existen.

El que está pidiendo paso en España pilla a contrapié al partido socialista y a Podemos en fase expansiva. Este es el interrogante mayor en este 26-J y el que le confiere un significado particular. Lo otro parece cantado. El empuje hacia el cambio político que el 20-D destruyó la mayoría absoluta del PP pero no bastó para levantar una mayoría de izquierdas está ahora más maduro. Después de la caída de gobiernos de la derecha en Francia, Grecia, Italia y Portugal, ahora le toca al electorado español enviar a la Unión Europea el mensaje de que el sur de Europa rechaza las recetas neoliberales impuestas al gobierno de José Luís Rodríguez Zapatero y entusiásticamente seguidas por el de Mariano Rajoy.

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