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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Socialdemocracia a dos voces

Unidos Podemos ha retirado el discurso escandaloso porque fue una estrategia de emergencia para asaltar las pantallas mediáticas. Hoy afinan un discurso posibilista para un Estado gripado

Jordi Gracia

Entre los muchos efectos colaterales de Podemos está la marginación mediática del independentismo como solución radical, pacífica, óptima y única. Pero no porque hayamos pasado de un mundo de magia a otro mundo de magia sino porque ha obligado a emplazar en la tierra política los celestiales planes ideológicos. Mientras el independentismo ha explotado a mansalva el descontento legítimo de una población catalana maltratada desde los poderes oficiales, incluido muy por delante el Partido Popular (incapaz incluso de hacer caso a sus líderes en Cataluña), el movimiento podemita ha tenido una evolución diferente y más consistente.

Vuelvo a hablar de este asunto al borde de la redundancia y de la piscina, y a pesar de que un buen amigo me tirará un jarrón a la cabeza, y el jarrón no será chino: me dejará una abolladura de tres pares de narices. Pero mientras sea virtual, trataré de explicar mi afinidad con las nuevas movilizaciones y mi desconfianza hacia quienes las combaten con encono, a pesar de que sospecho que no votaré a En Comú Podem. Pero disiento de quienes se definen sobre todo como antipodemitas. En el fondo, me recuerda una vieja secuencia indeseable: una cosa era abandonar el Partido Comunista y otra cosa era convertirse en anticomunista profesional.

En Comú Podem va a llevarse, según las encuestas, un porcentaje estratosférico de votos en Cataluña. Con ese evidente desequilibrio entre socialistas y Podemos, ni vamos a ningún sitio ni se consigue nada demasiado estimable de cara a gobernar en Madrid. No pienso exactamente en un voto útil pero sí táctico y humildemente posibilista para que el socialismo clásico no quede hundido ni sea una fuerza real o simbólicamente abatida. Cualquiera de las dos cosas conducen a un gobierno de derechas o a la tentación de conciliar de algún modo a PP y PSOE. Creo que la beligerancia y la argumentación podemita han mejorado sustancialmente su capacidad persuasiva y creo también que han sorteado los problemas insolubles que Iniciativa (o Izquierda Unida) tuvieron para crecer por sí mismas y atraer el descontento social de los más castigados.

También creo que el aggiornamento actual de Podemos, estilístico e ideológico, pudo estar en sus planes desde tiempo atrás. Pero si no lo estuvo, ha llegado para quedarse después de obtener cinco millones de votos de gente que tiene cosas que perder porque son clases medias depauperadas y no sólo desharrapados. Han ido disolviéndose en el aire —aunque estén todas registradas— las palabras que hipnotizaron a los medios, han rebajado el color y el timbre de las voces, y hoy los hace peligrosos precisamente el lenguaje de la cordura pedagógica y el pragmatismo socialdemócrata.

Hablan como partidos de izquierda sistémica (porque no han sido nunca extra sistémicos). Incluso más: hablan como una izquierda que busca forzar a los socialistas a actualizar sus mejores convicciones socialdemócratas. No fue muy buena idea que Jordi Sevilla acudiese al debate sobre economía en La Sexta con una argucia de vieja derecha y mencionase hasta tres veces, al menos, el documento del Partido Comunista de España con su propuesta de salir del euro. No veo yo a Unidos Podemos empeñados en reclamar la salida del euro, y mucho menos en cuanto tecleen el primer password del primer PC ministerial.

Unidos Podemos ha retirado de la circulación el discurso escandaloso porque fue una estrategia de emergencia en los dos sentidos: para asaltar las pantallas mediáticas con ruido y porque había que exagerar sin miedo al escándalo porque se trataba de escandalizar con mucho ruido. Hoy no veo yo ni a Íñigo Errejón ni a Pablo Iglesias ni a Xavier Doménech ni a Bescansa instalados en una fantasiosa burbuja de neocomunismo sino afinando un discurso posibilista para un Estado gravemente gripado.

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Gobierne quien gobierne, tendrá que gestionar o renegociar recortes y ajustes o ajustes y recortes que todos los partidos conocen y nadie menciona en campaña. Pero prefiero que la gestión de esos nuevos agobios esté en manos de una izquierda combinada y capaz de defender la trascendencia del I+D, moderar el peso político de los poderes financieros y los intereses de las grandes empresas e incluso dispuesta a impulsar cambios relevantes en la progresividad del sistema de tributación, en la calidad de un empleo muy deficiente, o en la consideración de España como obvio Estado plurinacional. Y todo eso suena a inequívoca socialdemocracia a dos voces.

Jordi Gracia es profesor y ensayista.

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Sobre la firma

Jordi Gracia
Es adjunto a la directora de EL PAÍS y codirector de 'TintaLibre'. Antes fue subdirector de Opinión. Llegó a la Redacción desde la vida apacible de la universidad, donde es catedrático de literatura. Pese a haber escrito sobre Javier Pradera, nada podía hacerle imaginar que la realidad real era así: ingobernable y adictiva.

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