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Cantando con Cranberries

El grupo irlandés abrió el festival Jardins de Pedralbes en Barcelona

Dolores O'Riordan, cantante de The Cranberries, en el festival Jardins de Pedralbes.
Dolores O'Riordan, cantante de The Cranberries, en el festival Jardins de Pedralbes.MASSIMILIANO MINOCRI

Eran las diez y comenzaron a salir los músicos al escenario. Eran cinco, y puntuales. Luego salió la jefa, como manda la jerarquía. Dolores O’Riordan, vestida con mucho riesgo en plan Juani de Irlanda, combinando lentejuelas de fantasía volando bajo con mini tejana, cabello tizón, atacó Analyse. Así comenzaba una nueva edición del festival Jardins de Pedralbes. En los ídem. Ya de entrada la cantante de Cranberries comenzó a solicitar palmas del público, que no se hizo de rogar, menos aún cuando sonaron Animal Instinct, Wanted y Linger. A todo trapo.

En el cielo aun quedaban rastros de luz cuando tras Linger el público manifestó, terco, lo bien que se lo estaba pasando.

Cranberries es un grupo que maneja melodías que se tararean sin riesgo si no se imitan los tonos de Dolores, así que el personal coreó lo propuesto controlando sus agudos. When You’re Gone fue la siguiente pieza, una suerte de calentamiento sostenido en espera de Just My Imagination, que llegó cuando todo el mundo llevaba rato en pie, siguiendo el concierto como si se tratara de su recta final, cuando la empatía roza la sobredosis.

Y fue un concierto alegre, propio de composiciones llenas de oh oh oh, la la la y eh eh eh, una constante en el cancionero del grupo. Sus estribillos trotones, desbocados incluso en la versión atropellada que hicieron de Salvation, generan una empatía simpaticota de efectos espumosos.

De hecho, aunque algunos habían pagado hasta 128 euros por la entrada Premium, 16 por las que carecen de visibilidad, todos olvidaron sus sillas como a un amor antiguo, dejándolas abandonadas a su soledad.

Entre tanto Cranberries exprimían un repertorio de hits con pocos huecos para su cancionero más reciente, apenas un par de temas de su último disco, lográndose que el punto nata montada con Zombie, antes de los bises.

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Se resolvieron rápido, demasiado, y el público silbó un final que cerró abruptamente hora y media para trotar con Cranberries. Para casa. Quizás jamás se los había visto tan de cerca.

Antes, en el Village, lugar al que se llega una vez transitada la alfombra roja de acceso al recinto, iniciaron su actuación Hazte Lapón, un grupo tan extraño en aquel contexto como su mismo nombre. Ante una docena larga de señores y señoras, jovencitos y jovencitas sin atisbo de apuro económico alguno, explicaron sus tribulaciones de grupo que presume de discurrir. No sólo de eso, sino de hacerlo utilizando el humor, al que se refirieron con tanto hincapié que hicieron pensar en el obeso que hace chistes sobre sí mismo con la intención de disimular que sus quilos, en realidad, le importan.

Manuel, el cantante, explicaba prolijo el contenido de sus canciones pop con letras para hacer pensar, cincelando en la cara de su público expresiones de incomprensión. Porque comenzar allí, entre canapés y azafatas, con una canción que no descarta comerse a la propia mascota de ir mal las cosas, Hushpuppy, es como ir hacia una pared acelerando.

Pero, ventajas de los colegios de pago, nadie mostró disgusto, ni tan sólo cuando en Mudanzas cantaron que cuatro de ellas generan el estrés equivalente a la muerte de un familiar.

Se dijese lo que se dijese, los aplausos respondían con cortesía. Unos cincuenta minutos duró uno de los conciertos más extraños del verano barcelonés.

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