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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

En el Salvaje Oeste

Es de un cinismo inconmensurable presentar el fenómeno okupa como subproducto del proceso independentista, y a este como causante de una imaginaria ley de la selva

Tal vez ustedes, amables lectores, no lo sepan o, peor aún, se resistan frívolamente a admitirlo. Pero vivimos —me refiero a los catalanes en general y a los barceloneses de modo particular— en la jungla. Nuestra comunidad autónoma, y sobre todo su capital, son el Salvaje Oeste, el Chicago de la matanza del día de San Valentín, un suburbio latinoamericano sin ley ni orden, dominado por la violencia.

En Barcelona, los semáforos ya son puramente decorativos: al grito de independència!, muchos conductores los pasan en rojo entre risotadas y gestos obscenos. En el transporte público, los pocos días que funciona —porque la mayor parte del tiempo está de huelga— ya nadie valida su billete si no quiere pasar por un españolista redomado. Ahora que nos hallamos en plena temporada de la renta, las oficinas de la Agencia Tributaria son diariamente asaltadas por turbas que insultan y agreden a los funcionarios mientras gritan aquí no paga ni Déu! Los ciudadanos de bien fortifican sus domicilios y apilan muebles detrás de las puertas, ante el riesgo de ver irrumpir a una banda de okupas. Atemorizada —y con motivo—, la policía uniformada ha desaparecido de las calles, a la espera de ser reemplazada cualquier mañana de estas por milicianos y “patrullas de control”. En fin, la famosa kale borroka —el brazo “de masas” del extinto terrorismo etarra, ¿recuerdan?— ha migrado desde los pueblos de Guipúzcoa hasta las calles de Gràcia.

Si creen que exagero, lean el editorial de Abc del pasado martes (La degradación de Cataluña, se titula) o escuchen las simultáneas declaraciones del ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, y verán que todavía me he quedado corto. “La violencia física de la extrema izquierda y del independentismo es tan antigua como su naturaleza totalitaria”, sentencia el periódico madrileño. Y prosigue: “Ahora en Cataluña confluyen todos los elementos que hacen que una sociedad democrática se degrade hasta convertirse en jungla. (...) La violencia es el producto final de tanta corrupción de valores”. Etcétera.

La tesis de fondo del que fuera diario de los Luca de Tena es tan antigua, tan rancia como la propia cabecera: igual que el autonomismo de la Lliga se extinguió abruptamente ante el estallido de la huelga de la Canadiense, del mismo modo que las veleidades nacionalistas de Companys (pronúnciese Companis) perecieron ahogadas en la sangre vertida por la FAI, también los delirios independentistas de los Mas, Junqueras y Puigdemont van a acabar sepultados bajo el desorden y la violencia promovidos por la CUP y otros antisistema.

Hasta donde alcanzo a saber, la base fáctica para toda esta teoría de la jungla es el conflicto callejero en Gràcia alrededor del llamado Banc Expropiat y, el otro día, la incalificable agresión contra dos seguidoras de La Roja en Sant Andreu. En cuanto a lo segundo, en un país donde las fobias entre hinchadas futbolísticas han provocado más de un muerto, el ataque a las supporters de la selección española me parece condenable y perseguible, pero ni insólito ni una prueba de fascismo rampante. ¿O acaso es más grave el incidente de la Meridiana que el homicidio del hincha del Dépor arrojado al Manzanares en 2014?

Por lo que se refiere al caso del sedicente Banc Expropiat, no me considero sospechoso de simpatizar con el movimiento okupa, pero es un hecho que existen en toda España cientos de inmuebles okupados sin que las administraciones —incluyendo las controladas por el PP— muevan un dedo, porque todo el mundo sabe que desalojar uno de esos locales supone propinarle un puntapié a un avispero. Sin embargo, en todos aquellos casos, la prensa biempensante no clama ante el incumplimiento de la ley y la violación de la propiedad privada, ni denuncia “crisis moral” alguna. Sólo en Barcelona la okupación y el desalojo de unos bajos comerciales son la antesala del Apocalipsis.

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Desde luego, preferiría que no hubiese entre nosotros aprendices de faístas de esos que califican a cualquier miembro de cualquier cuerpo policial de malnacido. Pero me parece de un cinismo inconmensurable presentar el fenómeno okupa como un subproducto del proceso independentista, y a este como el responsable de la implantación en Cataluña de una imaginaria ley de la selva. Por suerte, en la España no independentista y libre de cupaires sólo un 82,3% de los ciudadanos consideran pésima la actual situación política. Enhorabuena.

Joan B. Culla i Clarà es historiador.

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