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Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El valor de confiar en la juventud

Marc Chornet busca lo esencial en su 'Romeo y Julieta' de La Seca

Casi siempre nos olvidamos de la edad que pide el autor para el personaje. Se hace más presente a medida que envejece y existen intérpretes que han reunido el suficiente bagaje para meterse en la piel madura sin mucho esfuerzo. Recordar a tiempo que Hamlet es un hombre joven, y Romeo y Julieta una pareja que recién ha abandonado la adolescencia. Recordar, porque los directores confían esos roles a actores y actrices que han cumplido con creces la edad natural de los personajes a cambio de asegurarse la solvencia interpretativa.

Marc Chornet es un valiente y ha trabajado Romeo y Julieta con una compañía que precisamente destaca por lo contrario, por una edad media que rejuvenece incluso a las figuras que representan la autoridad o la dignidad de la vejez. Una compañía joven, con todo lo bueno y malo de esa opción. A su favor, la posibilidad de trabajar a fondo con la enorme energía a su disposición; en contra, la falta de experiencia vital y profesional. También existe la tentación de aprovechar esa energía para explorar todas y cada una de las posibilidades que ofrece la obra. Una acumulación de ideas y propuestas —porque ellos pueden con todo-— que puede generar cierta sensación de dispersión, de exceso que distrae de la necesaria atención sobre el núcleo del conflicto.

ROMEU I JULIETA

De Shakespeare. Dirección: Marc Chornet. Intérpretes: Carlos Cuevas, Clàudia Benito, Alba José, Roser Tàpias, Rosa Serra, Toni Guillemat, Martí Salvat, Neus Pàmies y Jordi Llordella. La Seca Espai Brossa, Barcelona, 12 de mayo.

Algo de eso hay en el montaje que ahora Chornet presenta en La Seca, aunque es una fiebre que pronto remite, desde el primer momento (el cruce violento y mortal entre Capuletos y Montescos) en que la sombra de la tragedia empieza a guiar los hilos del destino de los protagonistas. Incluso el interesante experimento transgender (actores que interpretan roles femeninos y actrices roles masculinos) que actualiza el código isabelino abandona sus rasgos más estereotipados para acercarse a la sutilidad gestual que trabajan compañías como la británica Propeller. Un esfuerzo por ir a lo esencial después de un arranque atropellado que culmina en escenas tan intensas como la claustrofóbica tensión paterno-filial que se produce en el encierro de un paralelepípedo metálico o en la belleza coreográfica de las escenas de espadas, resueltas con un único garrote.

Esa dualidad de la juventud también se percibe en la pareja protagonista. Clàudia Benito ofrece una Julieta que nunca exagera su inocencia —tan fácil de caricaturizar— y cuida la intensidad de su descenso emocional hasta la tragedia prematura. Carlos Cuevas posee el físico —una Julieta del siglo XXI tendría su póster en su habitación—, naturalidad en las réplicas breves y muchas ganas de decir bien el texto cuando éste se extiende y se poetiza. Entonces se nota la lucha interna por hacerlo bien, por mostrarse como actor de teatro, aunque a cambio se perciba una fría distancia entre las palabras y el personaje.

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