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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Unas elecciones muy distintas

Aunque se presenten los mismos partidos y candidatos, las condiciones no son las mismas: en estos tres meses todos se han expuesto y la situación económica ha empeorado

Milagros Pérez Oliva

Uno de los argumentos que más se ha esgrimido en las últimas semanas para intentar lograr un pacto de gobierno es que volver a las urnas, aparte de costoso, puede ser inútil, pues según apuntan las encuestas, los resultados pueden quedar más o menos igual. Incluso con este respaldo demoscópico, el vaticinio resulta muy arriesgado. Es posible que todo quede igual. Pero también es posible que no. Aunque se presenten los mismos partidos con los mismos programas y hasta los mismos candidatos, lo que ya es seguro es que las nuevas elecciones serán muy distintas a las del 20-D. Por varias razones.

Un cambio en marcha. Los electores acudieron a las urnas en diciembre con el vaticinio de las encuestas de que el sistema de partidos iba a cambiar. Que la corrupción y la crisis política e institucional de los últimos años iban a dinamitar el modelo bipartidista. Efectivamente el bipartidismo sufrió un duro golpe, pero los resultados electorales más bien ofrecen la imagen de un proceso inacabado. Los resultados de las elecciones son ahora un dato fundamental para los electores. Quienes tenían dudas sobre el alcance del cambio saben ahora que hay unas fuerzas alternativas a los dos grandes partidos plenamente consolidadas. El 26-J dirá si la ciudadanía quiere que culmine el proceso de cambio, o prefiere replegar velas.

Duelo en izquierda. Los electores tienen también ahora muchos más elementos para juzgar la credibilidad de los partidos. Saben mejor quien representa un cambio, y qué tipo de cambio representa. Durante estos tres meses, todos se han expuesto de tal manera que ahora les va a resultar mucho más difícil camuflar sus verdaderas intenciones. Particularmente ilustrativa ha sido la representación que los partidos han hecho de las negociaciones para un pacto de Gobierno y el teatro que las ha acompañado para poder culpar al adversario del fracaso. Creo que los electores han podido hacerse una idea cabal de quien quería negociar qué y con quién. Al final, las estrategias de Sánchez e Iglesias se han neutralizado mutuamente. Con la colaboración de Compromís, Iglesias ha logrado poner en evidencia que lo que Sánchez pretendía era una abstención de Podemos incondicional y sin contrapartida alguna, una especie de trágala en aras a sacar a Rajoy de la Moncloa. Y Sánchez ha logrado hacer ver que con su estrategia de exigencias, lo que Podemos pretende es arrebatar al socialismo la hegemonía de la izquierda. Las cosas están ahora bastante claras.

Duelo en la derecha. Sentarse en la puerta a la espera de ver pasar el cadáver político de Sánchez le ha dado a Rajoy un rédito coyuntural, pero no resuelve el principal problema del PP: que es una fuerza vieja, anquilosada y corroída por la corrupción. La sucesión en estos tres meses de nuevos e importantes escándalos, incluida la renuncia de un ministro, supone un salto cualitativo en la descomposición de su imagen pública. Lo lógico sería que el electorado lo tuviera en cuenta. Incluso los poderes económicos más interesados en preservar el actual estatu quo ven con preocupación la situación del PP. La cuestión es si el electorado conservador se decidirá a apostar por el nuevo actor que aspira a sustituir al viejo PP o le dará una nueva oportunidad. Aunque Rajoy trate de frenar a Ciudadanos acusándole de querer facilitar el retorno de la izquierda al poder, lo que ha demostrado el pacto entre Rivera y Sánchez no es que Ciudadanos sea ahora más izquierdas, sino que el PSOE puede escorarse aún más a la derecha.

La economía, peor. El 20-D el PP trato de neutralizar el efecto de la corrupción centrando la campaña en el éxito de su política económica. En junio lo va a tener mucho más difícil. En tres meses, el cielo económico se ha cubierto de negros nubarrones y hasta se habla de una posible nueva recesión. En los años que ha gobernado, el Gobierno del PP ha agotado las reservas de la Seguridad Social, ha más que duplicado la deuda pública y ha propiciado una crisis de ingresos que puede llevar al próximo ejecutivo a una situación muy comprometida. En el primer trimestre ha caído de nuevo la población activa. Cinco años con una tasa de paro superior al 20% no puede calificarse de éxito. La reforma laboral no ha servido ni para crear empleo de forma duradera —pese al crecimiento del 3%— ni para evitar la dualidad de los contratos. El empleo que se crea es más precario y peor pagado, lo que, unido a la constante fuga de capitales hacia paraísos fiscales, puede provocar una crisis de ingresos sin precedentes. Todo esto está ahora más claro que el 20-D.

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