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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La decisión del PSOE

Si los socialistas se hubieran decantado por formar mayoría con las izquierdas y los catalanistas, habrían negociado primero con Podemos en vez de con Ciudadanos

Enric Company

La aritmética electoral del 20-D otorgó al PSOE el privilegio de ser la única fuerza política imprescindible para cualquier mayoría parlamentaria de gobierno. Desde la misma noche electoral, hace ya cuatro meses, las direcciones de todos los partidos saben perfectamente que solo hay dos opciones para formar gobierno: una es la que podrían componer el PP y el PSOE, la que siguiendo el ejemplo alemán suele denominarse como gran coalición. La otra es la que podrían formar el PSOE con Podemos, Izquierda Unida y uno o varios de los partidos de izquierdas y nacionalistas de Cataluña y Euskadi. No hay otra. Sin el PSOE, ninguna de las eventuales sumas de escaños entre varios partidos alcanza para formar una mayoría de gobierno en el Congreso.

El problema político planteado ante este panorama es que al PSOE no le satisface ni le interesa ninguna de las dos opciones y, en consecuencia, se resiste a escoger entre ellas. Si no se decide por una u otra, si no elige, habrá repetición de elecciones. Todo está en sus manos, no en las del PP o en las de Podemos. Ni, por supuesto, en las de Ciudadanos, un partido cuyos escaños no son necesarios para ninguna de las combinaciones posibles. La tardanza, el largo rodeo dado para terminar llegando al cabo de cuatro meses al punto de partida es, no obstante, muy comprensible. Aunque ambas opciones de pacto ofrecen el premio de acceder al gobierno, presentan también grandes inconvenientes y riesgos para el PSOE.

Formar la gran coalición con el PP supone para los socialistas bascular fuertemente hacia la derecha. Exigiría abandonar la crítica de la política socioeconómica del PP llevada a cabo por Pedro Sánchez durante la anterior legislatura y sustituirla por la leal colaboración en la aplicación de esta misma política, que por lo demás es la que emana de Bruselas. Esta opción tiene una gran lógica de fondo, puesto que reproduciría en España la misma coalición que los socialistas ya forman con la derecha conservadora en el Parlamento Europeo. Pero tiene la obvia desventaja de dejar libre a la izquierda restante todo el amplio espacio social y político de la oposición, algo que a los socialistas podría costarles muy caro a medio plazo. El PSOE teme que si aparece comulgando en España con la política económica neoliberal le ocurra lo que a los socialistas griegos: que fueron barridos en las urnas por la otra izquierda.

La otra opción, el pacto del PSOE con Podemos y los catalanistas, supone sumar los esfuerzos de un eventual gobierno progresista en España a los de Portugal y Grecia para combatir la orientación neoliberal de la política económica de la Unión Europea. Y, además, requiere entrar en la negociación de una solución al contencioso catalán que no excluya la convocatoria, tarde o temprano, de una consulta al electorado. Una eventualidad que el comité federal del PSOE rechaza de plano.

La prohibición expresa de cualquier acuerdo que incluya a los partidos que reclaman o apoyan un referéndum en Cataluña, como Podemos, DiL, ERC o PNV, tiene también su lógica, la lógica de los choques de nacionalistas contra nacionalistas. Es, desde luego, un nuevo éxito de la política seguida por el PP cuando lanzó por toda España la campaña contra el Estatuto de Autonomía de Cataluña de 2006. Aquella campaña aterrorizó tanto a los barones del PSOE que el pánico todavía les dura y ahora les ha movido a imponer a Pedro Sánchez el anatema a toda negociación con partidos catalanistas o con aquellos que les apoyen.

Los cuatro meses transcurridos desde las elecciones han sido consumidos por el PSOE para negociar y firmar un acuerdo parlamentario con Ciudadanos, y presentarlo como ineludible base para cualquier pacto con los que realmente puede formar mayoría. La opción de política económica y social de este acuerdo es una variante de la aplicada por el PP. En la práctica, eso es decantarse por la fórmula de la gran coalición, aunque de forma disimulada, o vergonzante, puesto que no la ha firmado con el PP sino con un intermediario. Es un intento de aparentar que la decisión es de los otros, los que no se suman a su oferta. Pero si el PSOE hubiera optado por un pacto con las izquierdas, habría comenzado las negociaciones con Podemos y los demás partidos. No lo ha hecho. El método prefigura el resultado, es ya una opción, marca la preferencia. En estos asuntos lo que cuenta no es qué se dice sino qué se hace.

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