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Viaje a Hungría con la Sinfónica

Vigo y A Coruña, testigos de una gran interpretación de música húngara a cargo de la orquesta, Tausk y Demidenko

La Orquesta Sinfónica de Galicia (OSG) -dirigida por Otto Tausk y acompañando al pianista Nikolai Demidenko- ha protagonizado dos conciertos, el pasado jueves en el Auditorio Afundación, de Vigo, y el viernes en su sede coruñesa del Palacio de la Ópera. El programa estaba compuesto por los Minutos sinfónicos, op 36 de Ernö Dohnányi (1877 – 1960) y el Concierto para piano nº 2 en la mayor, S. 125 de Ferenc Liszt (1811 – 1886) en su primera parte. En la segunda, el Concierto rumano de György Ligeti y el poema sinfónico Los preludios, S. 97, también de Liszt. Un homenaje a la música húngara que, parafraseando la romanza de la zarzuela Alma de Dios, bien podía haberse titulado “Hungría de mis amores”.

Fue uno de esos conciertos de los que todo el mundo sale satisfecho: aportó la novedad de dos obras poco conocidas –las de Dohnany y Ligeti- pero de audición asequible para todo tipo de público; pero también la seguridad que proporciona escuchar otras dos bien conocidas. Suficientemente espectaculares además estas como para que todos puedan apreciar el virtuosismo del solista, el sonido de la orquesta y la dirección del maestro de turno. Si ese es el caso, claro.

Y lo fue, desde luego, en el concierto del viernes en A Coruña. Y por lo que se ha podido saber, también en el del jueves en Vigo. En el Concierto nº 2 de Liszt Demidenko demostró ser un intérprete idóneo, por técnica y musicalidad, desde que surgieron las primeras notas del piano. Tras la introducción orquestal a cargo de las maderas, se pudo gozar de un viaje casi permanente entre la oscuridad de su registro grave y la cristalina belleza de unas escalas de etérea levedad.

Luego, la garantía de origen lisztiano sellada con el poderío de sus octavas voló muy por encima de la mera gradación dinámica. La segunda sección, Allegro moderato, fue impregnada de serenidad por su diálogo inicial con el chelo de Ruslana Propopenko. Moderó así la gran emotividad del Allegro agitato assai inicial, antes del imparable Allegro deciso y del juguetón Un poco meno allegro con su brillante final.

Con una técnica más allá de un mecanismo “pirotécnico”, el magnífico sonido lleno de matices tímbricos y la idoneidad conceptual fueron las bases de la versión. Demidenko hizo así recordar al auditorio que Liszt, además de sucesor en el piano del virtuosismo impuesto por Paganini, debe ser considerado el pionero del poema sinfónico como género.

Y fue precisamente el tercero de sus poemas sinfónicos, Los preludios, la obra que cerró el programa. En su inicio, el profundo sonido de la cuerda fue cuna del misterio que nace del canto de las maderas y el tema principal surgió majestuoso y natural del largo crescendo que lo precede. El canto de chelos y violas estuvo lleno de serena belleza y la sección de trompas de la Sinfónica mostró una vez más su grandísima calidad.

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Los solos de trompa de José Sogorb demostraron el gran acierto de quienes lo seleccionaron para la OSG y de quienes apenas dos años después han hecho lo propio para llevárselo a la Orquesta del Concertgebow. En este sentido, hay que destacar que la proliferación de solos del programa estuvo espléndidamente servida a lo largo de toda la noche por el oboe de David Villa, el corno inglés de Scott MacLeod, la flauta de Claudia Walker Moore, el piccolo de Juan Ibáñez (que en el segundo tiempo del Concierto hizo, junto al violín de la concertino invitada, Carolina Kurkowski Pérez, moverse los pies de medio auditorio), el clarinete de Juan Ferrer, el clarinete bajo de Iván Marín y el fagot de Steve Harriswangler

El brillante final de los preludios fue la culminación de un concierto digno de memoria; por programa y por ejecución. Los Minutos sinfónicos de Dohnányi agradaron a todos por su facilidad de escucha, la variedad de sus ritmos y melodías. El sonido de la OSG fue sabiamente modulado en cada uno de sus cinco breves movimientos por Otto Tausk y cada sección o solista de la orquesta cumplió sobradamente con las más altas expectativas.

El Concierto rumano de Ligeti tiene la doble autentididad de su origen popular y del punto de rebeldía propio de los grandes talentos. A no olvidar, los caracteres cambiantes de sus cuatro movimientos, su atrevida armonización y esa preciosa orquestación que le confiere unos climas sonoros sumamente evocadores, con el aroma de lo auténtico. La versión de Tausk y la Sinfónica estuvo llena de dinamismo, energía y desde su tranquilo inicio a su esperado pero sorprendente final.

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