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Arqueología contemporánea

El Macba reconstruye las vídeo-esculturas experimentales de finales de los años ochenta de José Antonio Hernández-Díez

'San Guinefort', una de las obras de Hernández-Díez que pueden verse en el Macba.
'San Guinefort', una de las obras de Hernández-Díez que pueden verse en el Macba. Miquel Coll

No hay nada que se pueda comparar con la evolución tan rápida y radical, que ha experimentado la tecnología en las últimas tres décadas. Lo confirman las obras reunidas en No temeré mal alguno, la primera exposición individual de José Antonio Hernández-Díez (Caracas, 1964) en una institución española, abierta en el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (Macba), hasta el 26 de junio.

Aprovechando la presencia en las colecciones del Macba y de La Caixa (actualmente integradas en un único fondo) de dos obras especialmente representativas de la primera época del artista, Latitudes (la pareja de comisarios formada por Mariana Cánepa y Max Andrews) ha rescatado una serie de piezas que, tras estrenarse en la galería RG de Caracas en 1991, fueron a colecciones particulares y nunca más se expusieron. Es la época de la nueva iconografía cristiana, durante la cual Hernández-Díez, monaguillo hasta los 14 años, reinterpreta en clave tecno pop los símbolos más venerados del catolicismo en esculturas e instalaciones audiovisuales experimentales, que tratan de la muerte y la resurrección combinando tecnología y creencias paranormales. Es el caso de San Guinefort, una insólita pieza que consiste en un relicario más parecido a una incubadora, donde yace un perro disecado que, según una leyenda medieval silenciada por la Iglesia, representa la verdadera naturaleza de este santo protector de los niños.

Son obras inquietantes, ajenas al morbo, que revelan el interés del artista venezolano, afincado desde hace años en Barcelona, para la literatura de terror, la tradición romántica, la estética gótica, el ilusionismo y las ciencias ocultas. El miedo ancestral a ser enterrado vivo, toma forma en la sección transversal de una tumba, con un vídeo en blanco y negro que revela bajo la tierra aún blanda una mujer convulsionando. La situación resulta aún más terrorífica por el contraste entre el paisaje bucólico de la mitad superior de la instalación y la terrible realidad que se oculta en la mitad inferior. Un corazón animal que flota en formaldehído y continúa latiendo gracias a la tecnología medica, un conjunto de monopatines hecho con corteza de cerdo (La Hermandad) y una misteriosa proyección de luz roja que esconde una especie de poltergeist listo para revelarse cuando un espectador acciona el flash, son algunas de las obras más provocadoras y sugerentes de la selección.

Encadenado

Considerado el imaginario del artista no podía faltar un homenaje a Houdini, el más célebre escapista de la historia, interpretado por el propio Hernández-Díez que aparece encadenado intentando salir de su cautiverio, en la retransmisión un televisor de los años 70 sumergido bajo el agua. “Me atrae la relación imposible entre agua y electricidad”, afirma Hernández-Díez, que para contextualizar en el presente las obras realizadas entre 1988 y 1994, ha creado un nuevo conjunto inspirado precisamente en la percepción de la luz. “Cuando llegó lo digital perdí todo el interés por el vídeo. Ahora me interesa la luz en su sentido no funcional”, explica el artista, representado por la galería Estrany-de la Mota. Sus últimas obras son grandes grabados, realizados con ácido sobre paneles de cobre, que representan los filamentos de las bombillas y a la vez evocan torres de alta tensión y símbolos ocultistas.

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