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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Catalunya es charnega

El 70% de la población catalana procede de la inmigración: si no fuera por ella, los catalanohablantes serían irrelevantes

La mejor reacción al manifiesto monolingüista del grupo Koiné es la de la escritora catalana Najat El Hachmi, nacida en Marruecos: “Si no fuera por la inmigración, el catalán tendría muchos menos hablantes de los que tiene ahora”.

El manifiesto imputaba a la “inmigración llegada de territorios castellanohablantes” haber sido utilizada por la dictadura de Franco como “instrumento (aunque “involuntario”, se les perdonaba la vida) de colonización lingüística”. Empeño en que la democracia supuso “la continuidad de la imposición”.

Esta afirmación es muy grave. Merecería adjetivos. Pero es mejor analizarla e insertarla en la (larga) tradición de un sector del catalanismo adepto a la ecuación: inmigrantes, igual a desastre para la lengua y cultura catalanas.

Su precedente más inmediato y conspicuo se debe a la pluma de Jordi Pujol, aunque eso escuece al columnismo prenafetista. Distinguía el Ex entre “dos tipos de inmigrantes; uno, es el que viene con mentalidad de amo (....) el otro (...), un hombre poco hecho (...) que hace centenares de años que pasa hambre y que vive en un estado de ignorancia y de miseria cultural, mental y espiritual. Es un hombre desarraigado, incapaz de tener un sentido un poco amplio de comunidad.”

“Con frecuencia” —concedía— “da prueba de una excelente madera humana, y todo él es una esperanza, pero de entrada, constituye la muestra de menos valor social y espiritual de España (...) es un hombre destruido y anárquico. Si por la fuerza del número llegase a dominar, sin haber superado antes su propia perplejidad, destruiria a Cataluña. Introduciría su mentalidad anárquica y pobrísima, es decir, su falta de mentalidad”.

Perdonen por la longitud de la cita (de La immigració, problema i esperança de Catalunya , Nova Terra, 1976). Pero es frondosa. Aunque el autor la matizaría luego, expresa al dedillo la mentalidad profunda de algunos nacionalistas, incluida Marta Ferrusola.

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El baremo del “valor social y espiritual” arranca de la herencia de la eugenesia, o sea de “la ciencia que trata de todas las influyencias que mejoran las cualidades innatas de la raza, también trata de aquellas que la pueden desarrollar hasta lograr la máxima superioridad”, según su inventor, sir Francis Galton. Y que tuvo su máxima deriva patológica en Alemania, al distinguirse entre “los representantes menos valiosos de la sociedad, minderwertige, y los plenamente meritorios, vollvertige” (Richard Evans, El tercer Reich, Pasado/Presente, 2015).

La eugenesia pujoliana arranca en Cataluña de Josep Antoni Vandellós (Catalunya, poble decadent, Edicions 62, 1985; La Immigració a Catalunya, Patxot, 1935): al primer demógrafo moderno le inquietaban una “Catalunya sense catalans”, llena de gente pero sin catalanes, y los “nuclis forasters” que diluirían la lengua. Pero se resignó (contra la receta nacionalsocialista) a la inevitabilidad de “facilitar la barreja”.

Eso sí, en el Manifest per la conservació de la raça catalana, que promovió y publicó el 12 de mayo de 1934, postulaba “una población creciente y sana, homogeneizada en cuanto al sentimiento patriótico” y que los catalanes “autóctonos tendríamos que ver cuáles serían las características de los nuevos catalanes descendientes de inmigrantes o producto de mezcla”, coordinando “la búsqueda de los medios adecuados de defensa de nuestra raza”.

El terror a la minorización de los autóctonos —y de su lengua— fue destruido en 1999 por la gran demógrafa Anna Cabré (El sistema català de reproducció, Proa). Cabré demostró que, sin inmigrantes, los 2 millones de catalanes de 1900 habrían pasado a solo 2,36 en 1980 y a 2,5 a final del siglo XX (Nadala 2007, Fundació Lluís Carulla”). De modo que “con seis millones éramos dos veces y media los que habríamos sido sin migraciones”. Porque desde 1717 Cataluña ha doblado cuatro veces su población. La mezcla poblacional es pues un sistema inherente a la catalanidad, no un azar.

Desde entonces sumamos 1,5 millones más. Somos 7,5 millones. O sea, que “en torno al 70% de la población residente en Cataluña” es “producto directo o indirecto de la inmigración solo de los siglos XX y XXI” concluye su colega Andreu Domingo (Immigració i política demogràfica en l'obra de Josep Antoni Vandellós (Treballs de la SCG, número 73, 2012). Cataluña es plena (mezcla): plenamente charnega.

Así que ni Cataluña ha desaparecido, ni el catalán, ni la cultura catalana. Existen más que nunca. Los dicterios de Vandellós, de Pujol y de los Koiné son falsos. Tiene razón la escritora El Hachmi.

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