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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El referéndum y otras líneas rojas

En el fondo, el problema es la impotencia general de la política sometida al dinero, que se ha hecho con la capacidad normativa

Josep Ramoneda

Un referéndum sobre el futuro de Cataluña podría ser una llave que abriera muchas puertas: desde la formación de gobierno en España hasta el encauzamiento del conflicto territorial planteado por el independentismo. Y, sin embargo, es tabú. Para las fuerzas políticas españolas, con la excepción de Podemos, se ha convertido en algo de lo que sólo se puede hablar para decir que es imposible. La demonización del referéndum (y de los independentistas con los que se asocia) ha llegado a tal absurdo que Pedro Sánchez, en plena negociación de la investidura, se ha reunido con Oriol Junqueras, a condición de que el encuentro fuera secreto. Y cuando se ha tenido noticia de la cita, inmediatamente la derecha y buena parte de los socialistas han puesto el grito en el cielo. De modo que los reunidos han tenido que hacer una filtración exculpadora: cuando Junqueras puso el referéndum sobre la mesa, Sánchez cambió de tema. Extraña manera de entender la política democrática, sometida al temor de las cuestiones intocables, como si fuera una subcultura religiosa.

De nada ha servido el intento de Podemos de romper este tabú. Se decía que si un partido apostaba por el referéndum en Cataluña se hundiría en España. Podemos lo ha hecho y no le ha salido mal, aunque es cierto que sus mejores notas las ha obtenido en las zonas periféricas del norte, donde iba coaligado con otros partidos u organizaciones de implantación autonómica. El referéndum es una apuesta política de riesgo para todas las partes, para quien defiende la unidad de España y para quien defiende la secesión. Pero tendría la virtud de desbloquear, por lo menos temporalmente, un problema de fondo, y de obligar a todas las partes a salir del cómodo espacio de los principios y de las fantasías para entrar en el de la concreción política. Obviamente, un referéndum hay que pactarlo, establecer los criterios y las pautas. Es una vía democrática y racional que, de una forma u otra, salvo irrupción autoritaria, se acabará imponiendo. Porque tarde o temprano hay que salir del pantano en que las relaciones de fuerzas nos tienen metidos en Cataluña. Y en democracia estas situaciones se resuelven votando. Pero es muy difícil avanzar entre tabús.

El referéndum como línea roja de la que ni siquiera se puede hablar es en el fondo una exhibición de impotencias. La impotencia del independentismo para imponerlo. Pero también la impotencia de los principales partidos españoles para construir proyectos políticos que les permitan dar y ganar batallas como ésta. Por mucho que se utilice la Constitución para declararlo ilegal y, en consecuencia, negarle carta de naturaleza, es una cuestión política y su rechazo es una expresión manifiesta de debilidad. De hecho, lo que revela estos días el pobre espectáculo del teatro de la investidura es precisamente la impotencia de la política.

La ciudadanía ha roto el marco bipartidista como reacción a la insoportable dominación de la religión de la deuda, la austeridad y el sacrificio. Con su voto, ha multiplicado los actores políticos con la confianza de poder ampliar el ámbito de lo posible. Pero a la hora de la verdad, estos se ven impotentes para conseguirlo: hay más partidos pero el espacio sigue acotado, por unas líneas rojas mucho más potentes que el referéndum: las que marca la economía y las que marcan las instituciones europeas (que son las mismas). Pero de ellas se habla poco porque resultan vergonzantes.

En el fondo, el problema es la impotencia general de la política sometida al dinero, que se ha hecho con la capacidad normativa. Dicho de otro modo, la economía ya no es sólo determinante en última instancia, es también superestructura que dicta los comportamientos: también políticos. Y la política no encuentra la manera de hacerse con el mando real. Hasta el punto de que se está desangrando peligrosamente, como vemos con la crisis política, social, y moral que vive la Unión Europea. Si la política quiere volver a ser digna de este nombre, y dar poder a los que no tienen poder (que es su sentido en democracia) hay que romper las líneas rojas. Y empezar a abrir puertas que conduzcan a nuevas expectativas. Es decir, recuperar el poder de la política.

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