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ROCK Black Mountain
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Alucinaciones en torno a 1969

El quinteto canadiense estrena su excitante ‘IV’, con un sonido antiguo y visceral, ante una sala Arena de aforo demediado

La humareda que empañaba el escenario al principio de la comparecencia de Black Mountain fue seguramente lo menos psicodélico que experimentamos este jueves en la sala Arena, así que hagan cábalas respecto a todo lo demás. La flamante Mothers of the Sun, apertura también de ese catártico nuevo álbum (IV) que hoy mismo ve la luz, sirve casi como catálogo de habilidades: cuatro minutos de amagos etéreos hasta que el melenudo Stephen McBean pone la pedalera en efervescencia y se erige en vástago más que legítimo de Jimmy Page.

Tras la tormenta, el teclista Jeremy Schmidt juguetea con sus viejos cacharros como si Richard Wright hubiera regresado de las tinieblas eternas. Buena cosa es imaginarse a Led Zeppelin y Pink Floyd compartiendo alucinaciones en el club UFO, pero conste que Schmidt no se limita a esas coordenadas: por sus dedos también llegaron a pasar Keith Emerson (en el obstinato fascinante de You Can Dream) o Ian McDonald, de los primeros King Crimson, entre trallazo y trallazo de Wilderness Heart.

No rebasó esta vez la Arena una discreta media entrada, aunque generosa en pelos largos, barbas prolijas o la combinación de ambos factores. Perdurará en todo caso el recuerdo de un concierto seco, enérgico y fascinante, porque el quinteto de Vancouver se comporta como si corriera el verano de 1969, anduviéramos inmersos en la isla de Wight y la audiencia hubiese desorbitado los ojos y alguna otra parte del organismo.

Entre tanta lisergia queda la ligera incógnita de Amber Webber, cantante de pose retraída que, por mucha chupa de cuero de la que se pertreche, recuerda más a la absorta Natalie Merchant que a la enfurecida Joplin. Es fácil tambalearse ante la avalancha de músculo y decibelio, pero tampoco importa demasiado. Y menos aún tras verla blandir la guitarra en Cemetery Breeding, lo más parecido a un single que han concebido estos canadienses excitantes.

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