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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Elogio del ‘botifler’

El ideólogo de la Hacienda catalana vuelve, escopeteado, a la agencia ministerial, tras facturar por nada: la marca del ‘prusés’

Xavier Vidal-Folch

La espantada del ideólogo de la Hacienda catalana, aunque ignorada por la prensa del movimiento, es piedra de toque del prusés. Joan Iglesias se embolsó abultados honorarios por vender humo fiscal al presidente Artur Mas. Escribió el libro más tontorrón jamás publicado sobre Hacienda, Una Hisenda a la catalana, Angle, 2014. Su tesis es que “Cataluña ya tiene Hacienda propia, la Hacienda catalana somos todos los contribuyentes catalanes”, con lo que todo el resto, que glosa un futuro fisco amabilísimo, sobra.

El librillo no podía contar con un prólogo más cursi, debido a Mas, que hagiografió al autor, del que “lo primero que destacaría es su compromiso”… con una Hacienda secesionista. Tan potente era ese compromiso que el inspector Iglesias se ha vuelto a servir a ese “pobre Goliat [que] ha quedado obsoleto”, o sea, la AEAT, la Agencia Tributaria española, de la que salió para cobrar a la Generalitat por informes inútiles.

Si el arquitecto ha vuelto, despavorido, a España, porque era un botifler oculto, al fin desenmascarado por el vice Oriol Junqueras, o si este le ha despedido con cajas destempladas pues sus servicios no valían un pimiento, se sabrá. Más le valga pasar por traidor, que algún antipatriota le elogiará por ello, que por inane. El caso es que una vez esfumado —él, y su padrino— nos enteramos de que la Agencia Tributaria catalana, existente por ley desde 2007, estaba tan vacía como su libro póstumo.

La tal agencia no cobraba a los grandes morosos ni las multas de tráfico, penosa tarea que descargaba en la AEAT, para lo que le pagaba 10 millones; no liquidaba impuestos, para lo que confiaba en los registradores de la propiedad, a quienes abonaba 25 millones anuales; y recaudaba menos y menos por la lucha contra el fraude, no fuese que se topase con la Familia.

Y este es el primer invento de quienes pretendían erigir Estructuras de Estado, ya que el Estado no funcionaba, o nos tenía manía, nos era ajeno cuando no hostil, y por eso había que subcontratarlo como a un Cobrador del Frac.

El botifleret presta en su huída el gran servicio de radiografiar la nada, esencia de los constructos administrativos del prusés. Y de ilustrar la inexistencia de pensamiento nacionalista (si tal existe) en torno al Estado (el que sea) y sus estructuras (las que son y desconocen). Una estructura tal es la destilación del alto cuerpo que la maneja y a la que se enrosca. Una Hacienda es sobre todo un conjunto organizado y reglamentado de inspectores de Hacienda.

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Y así con todos los altos cuerpos: los abogados del Estado, los economistas y técnicos comerciales, diplomáticos y altos funcionarios del banco emisor, registradores y jueces, militares de Estado Mayor y registradores de la propiedad. Ellos configuran el esqueleto permanente del Estado. Son sus árboles de hoja perenne, frente a los parlamentarios, ministros y otros interinos de hoja caduca.

El nacionalismo despreció esos cuerpos. Y los catalanes lo han pagado caro. Un ejemplo. El artículo 206 del Estatut, que asienta el principio de ordinalidad financiera, defiende que, tras contribuir a la nivelación (solidaridad), las comunidades contribuyentes no pierdan puestos en el ránking de ¡rentas per cápita! (imposible) en lugar de la financiación per cápita (lo que ocurre cada día). Algún ducho abogado del Estado se lo coló así a un imberbe letrado de la Generalitat, quizá cooptado en suprema calidad de pariente.

El pujolismo pudo optar entre generar unos altos cuerpos de calidad propios, o enviar cachorros becados a formarse e infiltrarse en los ajenos exigiendo a cambio servicios a la Generalitat durante un plazo. No hizo ni lo uno ni lo otro. Prefirió actuar como agencia de colocación de segundones, arribistas y otros inútiles (alguno eficaz se coló), siempre que fuesen dels nostres.

Y para darles un ligero barniz de preparación creó un organismo prescindible, por carente de prestigio e influencia, la Escola d'Administració Pública. Algunos intentaron convertirla en algo más que una dispensadora de certificados de PPO’s irrelevantes. Pero ya estamos aliviados. El nuevo Govern ha designado como su nuevo director al que lo fuera de la Fundación Trias Fargas, luego CatDem, la blanqueadora de los fondos saqueados al Palau de la Música. ¿Para qué queremos una nueva Agencia Tributaria si ya disponemos de todos los expertos necesarios en la gloriosa asignatura del 3%?

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