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Columna
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Salazar

Desde 1905 esta papelería-imprenta Salazar alivia toda la sana enfermedad que rodea al papel.

JORGE F. HERNÁNDEZ
JORGE F. HERNÁNDEZ

Parece que en la sintomatología básica de todo escritor aparece no sólo la recurrente visita a las papelerías, sino una sincera devoción hacia ellas. Desde 1905 la papelería-imprenta Salazar se yergue en los números 7 y 9 de la calle Luchana para aliviar precisamente toda la sana enfermedad que rodea al papel. En esta época en que parece que nos volvemos cada día más y más digitales, es innegable que santuarios de la carpeta, papeles de colores, lápices, bolígrafos, plumas fuente, lupas y gomas entre otros placebos merecen no sólo encomio sino preservación y respeto.

En el año cinco del siglo pasado, D. Jerónimo Martín abrió un estanco de tabacos que, pocos años después, ampliaron sus hijos y en 1953, D. Ramón Martínez Carrascosa y Dña. Elena Salazar Martín establecieron imprenta de tipo móvil, además de apuntalar el expendio de todo el reino de la papelería. Al día de hoy, debemos a Dña. Ana y Dña. Fernanda Martínez Salazar el milagro de que siga tirando tinta la vieja imprenta Heidelberg de tipos móviles y el entrañable local de vitrinas en flor, escaparates de ilusión y muebles de madera repletos de todas las hojas, todos los mapas, papeles y papelitos que, de noche, seguramente salen a bailar con plumas de alcurnia, bolígrafos al vuelo, plumines de finísimos puntos y lápices sin punta aún que completan la secreta coreografía de tantas historias, dibujos, cuentas y proyectos que seguirán cuajándose en papel y tinta.

Reconocida ya con la placa que da fe de que Salazar es de los establecimientos centenarios de Madrid que siguen con vida —esta papelería que es imprenta— en el corazón de Luchana queda tan cerca de lo que fuera el café Comercial, ya cerrado con lápida de nostalgia. A menudo camino hasta sus puertas con la urgencia de reponer un cuaderno ya escrito por otro, pero virgen y sustituir plumines con pequeñas lanzas de tinta a estrenar, pero también es una peregrinación con plegaria: que nunca dejen de aliviarnos los discretos templos donde uno compra no sólo papel y lápices acuareleables, sino incluso dijes y juguetes ocasionales, llaveros de emergencia y hasta libros sueltos. Salazar es Babel y oasis, en taquicardia constante por sacar unas invitaciones bien alineadas de su luenga imprenta, proveer las cartulinas con los colores exactos para resolver una tarea escolar y largas hojas cuadriculadas que alivian el peso de los contables, pero también es un relicario de estilográficas y tintas moradas que de vez en cuando se conceden como premio a sí mismos los poetas que han logrado un verso o los cuentistas que remataron una trama regalándose en Salazar una chulapona de plomo o el sereno a escala que ha de recordarle desde el estante más pegado al escritorio que aún quedan muchos milagros en Madrid que te reciben con una sonrisa.

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