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¿Otra cultura es posible?

El controvertido modelo que impulsa el gobierno de Ada Colau para Barcelona, a debate de ocho expertos

La Fabra i Coats, una de las fábricas de creación que quiere impulsar el gobierno municipal.
La Fabra i Coats, una de las fábricas de creación que quiere impulsar el gobierno municipal.J. SÁNCHEZ

A diez meses de la llegada al Ayuntamiento de Barcelona del equipo que lidera Ada Colau, sus prioridades en el ámbito de la cultura pasan por un cambio radical en el funcionamiento de las instituciones y centros municipales. La receta: menos intervención pública y más corresponsabilidad ciudadana con una participación activa, proximidad en el territorio y sostenibilidad de los equipamientos. Todo, para gestionar el 7% del presupuesto municipal, que es lo que el Ayuntamiento destina a la cultura frente al 0,7% de la Generalitat. Por el camino, han desaparecido conceptos hasta ahora fundamentales: como Marca Barcelona y la proyección internacional de la cultura de la ciudad. Un cambio de modelo que aborda Jaume Asens, tercer teniente de alcalde, y la comisionada de Cultura, Berta Sureda, en una larga conversación con EL PAÍS. Los dos advierten que es una transformación estructural y que, por eso mismo, tardará en tomar forma: no antes de mediados de 2017. Año en el que, por ejemplo, la organización y diseño de los contenidos del Grec ya no los hará el Institut de Cultura de Barcelona (ICUB). Sobre estas cuestiones, este diario ha convocado a políticos y expertos del sector: Ferran Mascarell (ex consejero de la Generalitat y ex regidor de Cultura del Ayuntamiento de Barcelona), Jaume Ciurana (regidor y teniente de alcalde de Cultura con Xavier Trias), Jaume Collboni (regidor socialista del consistorio), Josep Ramoneda (filósofo y primer director del CCCB), Gemma Sendra (vicepresidenta del CoNCA), Artur Duart (gestor cultural y museólogo) y Joan Maria Soler, vicepresidente de la Federación de Asociaciones de Vecinos (FAVB).

¿Cuál es el modelo cultural del Ayuntamiento de Barcelona?

Jaume Asens y Berta Sureda defienden un modelo de democracia cultural, en el que lo fundamental es convertir a los barceloneses de consumidores a emisores, agentes activos y diseñadores de la política cultural. En este empeño uno de sus retos es aproximar y descentralizar la cultura a los barrios. Sin embargo, para Jaume Ciurana, el problema es que “no hay política cultural desde un punto de vista ideológico y de fondo, porque ha desaparecido del discurso de la ciudad y de las mesas donde se toman las grandes decisiones, las presupuestarias”. El problema es, insiste, “de origen, como lo demuestra que no haya una regiduría de Cultura”. Josep Ramoneda cree que es difícil tener una opinión: “Falta alguien que de una manera clara la represente. Da la sensación de estar en interinidad y pendiente de pactos de futuro. Tal vez por eso todo resulta confuso”.

Jaume Collboni resume que, de momento, no pasa de generalidades y vaguedades: “Hemos pasado de cuatro años de un proyecto cultural al servicio de la “causa”, con el Born y el Tricentenario como norte, a otro que, de momento, le falta definición. Lo que preocupa es que no hablen nada de la capitalidad cultural de Barcelona, esa vocación parece que ha desaparecido”. “De momento hay poca percepción, más allá del enunciado de aproximar la cultura a los barrios y de apostar por la participación”, apunta Gemma Sendra que añade que en los últimos años se ha dejado de lado a sectores culturales por “falta de recursos y equipos desdibujados”. Ferran Mascarell, prudente, cree que “todavía están en fase de construir la política cultural”, aunque avisa que no se ha de confundir “método con contenido”. Para Joan Maria Soler de la Federación de Asociaciones de Vecinos de Barcelona (FAVB) de momento, lo que hay, es “una política de gestos interesante que demuestra una tendencia pero la apuesta cultural es un camino largo. No es la cultura del espectáculo sino la dinámica que surja de los barrios y las entidades”. Artur Duart sostiene que es evidente el inicio de una nueva etapa. No solo porque exista un cambio político en el gobierno municipal, sino porque el modelo ha evolucionado. “Hay que reflexionar imaginativamente sobre las nuevas líneas de gestión, interpretación y consumo de la cultura. Seguro que los nuevos gestores son conscientes de estas necesidades y adecuaran sus prioridades a las nuevas tendencias”, explica.

El Born Centre Cultural, uno de los centros que depende del área de Memoria Histórica del Ayuntamiento de Barcelona.
El Born Centre Cultural, uno de los centros que depende del área de Memoria Histórica del Ayuntamiento de Barcelona.Consuelo Bautista

¿Por qué existe la sensación de parálisis cultural?

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Desde el Ayuntamiento defienden que “cualquier cambio de modelo lleva un periodo de transición. Por ejemplo, los concursos [ya se han convocado los de la Virreina y Fabra Coats y se convocarán para el Museo Picasso, Grec, Mercat de les Flors, Born y Museo de las Culturas / Etnológico] tienen un precio: todo es más lento que si nombras a dedo”. Según Sureda, “la oposición ha ayudado a que se instale este discurso de parálisis; ha hecho mucho ruido,pero se están haciendo cosas". Precisamente Ciurana reconoce que “que no caerá en la tentación de decir que Barcelona está paralizada culturalmente, porque, por suerte, gran parte de la actividad no es atribuible a la administración, pero el estímulo, acompañar a los creadores y a la industria, se está dejando de hacer, y eso me preocupa”. Duart entiende que en todos los países de nuestro entorno la cultura institucional “ha sido una víctima colateral de esta crisis global. Y Barcelona no ha sido una excepción. Los cambios en sus áreas de gestión son complejos. El mundo de la cultura es un gran generador de expectativas. Pero también lo puede ser de frustraciones”.

Para Ramoneda, la sensación de parálisis es una realidad: “si parece que el ayuntamiento no tiene iniciativa política en el campo de la cultura es porque igual está preparando cosas o porque busca alianzas. Lo que está claro, es que no hay una emergencia concreta de estrategias e ideas”. La FAVB cree que, después de nueve meses, algo debería empezar a notarse. Sendra atribuye la falta de acción “a que se está trabajando de puertas a dentro”. Y coincide con Mascarell en que cree ese Proceso de trabajo “tarde o temprano se conocerá”.

¿La cultura es dependiente de las instituciones? ¿Hay que promover la cultura de proximidad?

Uno de los conciertos de la Mercè, en la antigua fábrica Damm.
Uno de los conciertos de la Mercè, en la antigua fábrica Damm.CARLES RIBAS

“Hay un sector que tiene una percepción de exceso de verticalidad y dirigismo de la cultura” explican Asens y Sureda, que ponen como ejemplo de la no intervención municipal en cuestiones recientes  como el polémico poema de Dolors Miquel durante la entrega de los Ciutad de Barcelona o el proyecto de Frederic Amat para la fachada del Liceo, a la espera de informes técnicos.

Para Sureda, la independencia cultural pasa por “encontrar otros recursos que no sean institucionales, creando una oficina de acompañamiento a los creadores y productores”. Tras negar que el ICUB se haya dividido en dos, (el área de Memória Histórica, en la que se encuentran equipamientos como el Monasterio de Pedralbes, el Born o el Muhba; y el resto) afirma que sigue con la misma estructura que hasta ahora y añade que “lo que le toca al ICUB es ser intermediario y no destinar todos los recursos a la actividad propia". Pone un ejemplo: el Grec de este año ya está cerrado; y en 2017 su contenido lo definirá “alguna estructura jurídica que les dé independencia, tipo cooperativa, que sea sostenible”.

Ramoneda considera que la cultura de una ciudad no debe depender de las instituciones y debería apoyarse en un proyecto educativo potente y una demanda cultural fuerte. “Pero la demanda no existe sino se estimula y eso lo debe hacer el poder público”. A Ciurana le extraña que BComú diga que hay una fuerte institucionalización cultural “porque, lo contrario, llevaría a un sistema mercantilista de la cultura”. El político defiende que “para que la cultura ambicione la excelencia, o la vanguardia, es preciso que la institución garantice el trabajo de los creadores al margen de su rentabilidad económica. Y sino lo hará el mercado y no siempre en pro de cultura y sí de otros intereses”. Una idea parecida es la que mantiene Collboni, que añade: “No se tiene que confundir impulso de proyectos y actividades que no serían rentables con dirigismo”.

Otra firme defensora del apoyo público es Sendra: “para apuestas que no son rentables y para impulsar proyectos de innovación, contemporáneos y educativos. Más allá de eso, se debe garantizar la plena independencia de los centros, algo que no pasa ahora porque el Ayuntamiento tiene un control absoluto”. En cuanto a la cultura de proximidad, Sendra, afirma que son los centros culturales los que la tienen que ejercer: “Si el Macba está en Ciutat Vella debe tener alianzas con las entidades y, sobre todo, colectivos artísticos”.

El Festival Grec, en uno de los espectáculos de inauguración.
El Festival Grec, en uno de los espectáculos de inauguración. CARLES RIBAS

Desde la óptica de los vecinos, la clave es modificar el foco donde se hace la cultura: “Hace falta una gestión mucho más descentralizada y que tenga más en cuenta los barrios”. La proximidad es importante también para Duart pero sin renunciar a su capacidad de internacionalizarse. No hay cultura sin personas, pero desgraciadamente sí que hay personas sin acceso a la cultura. Para acabar con ello, cree que se debe superar el eterno enfrentamiento entre la cultura institucional y la popular. Mascarell, por su parte, defiende que “en términos generales hay muy poca dependencia institucional de la cultura, más bien al revés”. Además, asegura, que “si algo ha caracterizado significativamente al modelo cultural de Barcelona es que es mixto, como lo demuestra el ICUB o el ICEC, ambas con participación del sector. Barcelona ha sido pionera en participación”.

¿El modelo participativo es aplicable a Barcelona?

“Estamos convencidísimos. Será un proceso de ensayo, error y, además, lento”, reconoce Sureda. Procesos que para los gestores municipales no son impedimento para el buen funcionamiento cultural de la ciudad. “Suman, aportan y legitiman”, explica. “Y empoderan, ya que convierten a los barceloneses en un elemento activo y comprometido, no pasivo. Barcelona es una de las ciudades punta de lanza en implicación ciudadana. A los ciudadanos no hay que verlos como enemigos. Quiero que me interpelen y me presionen”, reta Asens. En cuanto a las ciudades que aplican este modelo, Sureda solo cita A Coruña, y ningún referente en Europa, limitándose a recordar que la Agenda 21 [un documento que describe las directrices de desarrollo cultural de las ciudades aprobado en el marco del Fórum de las Culturas de 2004] “insta a los gobiernos locales a realizar procesos participativos”. ¿Y quién gestiona los procesos? “Hay un oficina técnica que va cambiando de personal según el tema, pero siempre cuenta con técnicos del ICUB y personal externo del Plan de Cultura”, destaca Sureda.

La participación será positiva o no, según los protocolos de funcionamiento, en opinión de Ramoneda. “Una gran capital es compatible con un modelo de gestión de participación pero lo importante es saber cómo se ejecuta porque si las cartas están marcadas, no sirve”. En cualquier caso, considera que son los directores de los centros los que deben asumir la responsabilidad y a quienes se les debe exigir.

Según Ciurana, “los centros culturales y cívicos tienen consejos de participación desde hace tiempo, también los museos. Pero una cosa es que se amplíe su perímetro de participación, y otra “que no estén claras las políticas. El proceso participativo no puede ser excusa para no tomar decisiones. Y estamos viendo durante estos meses que la ineficacia y el desconocimiento de lo que hay que hacer se esconde bajo la bandera de la participación. Hay personas que están en un lugar porque fueron escogidas para tomar decisiones, y eso es lo que falla”. En términos parecidos se manifiesta Mascarell: “Los procesos participativos no son suficientes. Las políticas culturales son también a medio y largo plazo. Por eso, hay que tener programas, ideales y proyectos. Si solo hay ideales es mala política, antigua y populista”. Para Collboni, es la propia indefinición de objetivos lo que les lleva a abrir procesos participativos que “a veces se convierten en una coartada para no hacer nada. Lo importante es tener claras las prioridades y no ir a los procesos con la hoja en blanco”.

Sendra lo resume así: “Hay que tener claro en qué liga quieres jugar. Y Barcelona en los últimos años no ha propiciado el impulso para que los grandes centros culturales estén en la liga internacional. Tenemos grandes equipamientos e infraestructuras culturales pero no con los contenidos suficientes y, además, no están conectados con los espacios de vanguardia. La participación está muy bien pero tampoco tiene que ser un mantra”. Un rotundo sí es la respuesta de Duart que está convencido de que la participación es positiva para la cultura y para la ciudad. “Hay que superar uno de los problemas endémicos del mundo de la cultura: el exceso de celo en sus ámbitos de decisión y la carencia de participación procedente de ámbitos no considerados estrictamente culturales”.

¿Una participación a todos los niveles no puede convertirse en un impedimento, en un freno?

Para Ciurana los procesos no deben de ser un impedimento para la cultura. “Lo que reclamamos es que se tomen decisiones, que las apliquen y que no se escondan detrás de los procesos para no tomar decisiones”. Lo peor para él es que “si se instala un modelo en la ciudad de Barcelona en el que el creador o la industria cultural no se sienta acompañado o comprendido, es evidente que la creatividad puede cambiar de lugar. Hoy aquí, mañana en Berlín”. Lo que está en peligro, explica “es que la cultura sea un signo de identidad de Barcelona”.

Collboni entiende que quienes deberían ser los agentes más activos en la participacíón de los proyectos y centros culturales son los creadores y el tejido industrial: “Hay que diseñar políticas que fortalezcan la industria cultural y a los creadores porque sin ellos no habrá consumo cultural”. En opinión de Ramoneda, para que funcione un centro cultural hace falta un proyecto y un responsable claro: “A partir de ahí, sí se puede plantear la participación, pero lo primero es lo primero”. La FAVB admite que los procesos de participación hacen la gestión más lenta “pero no tiene que frustrar las nuevas dinámicas”. Duart subraya que, por norma general, se quiere asociar el concepto “participación” con la idea de caos y eso es falso. La participación efectiva tiene diversos niveles de implementación. Probablemente no todos pueden decidir la programación de un museo. Pero sí se pueden generar espacios comunes de dialogo para debatir e incidir sobre la responsabilidad social del equipamiento, los valores que representa y su futuro.

¿Una ciudad que ha hecho de la cultura una de sus marcas puede dar por cerrado su mapa de centros culturales?

“Partiendo de la base que el resto de las administraciones, Estado y Generalitat en porcentajes iguales, se han ido retirando de los centros culturales compartidos, desde el Ayuntamiento tenemos que hacer nuevos esfuerzos”, explica Asens. “No nos negamos a hacer nuevos equipamientos, pero la prioridad es que los que tenemos funcionen, todo depende de los presupuestos”, prosigue. Pese a eso, se les ha recriminado que una de sus primeras medidas fue anunciar la compra del Principal y la antigua Foneria de Canons, los dos en las Ramblas. “Aquí hubo una cosa muy especial. Están donde están y para evitar que no se conviertan en sede de una gran cadena hay que recuperar espacios, hay que actuar”, asegura Sureda, que quiere dejar claro, que “no estamos en contra de un museo de la arquitectura, pero construir ahora un edificio nuevo quizá sería una irresponsabilidad”.

Ramoneda está de acuerdo en que, en líneas generales, el mapa de equipamientos culturales está acabado pero que en los contenidos hay mucho campo: “Hay que mejorarlos y potenciarlos y darles una autonomía real en todos los sentidos, especialmente del poder político”. Para Mascarell, en cambio, “un proyecto cultural de una ciudad nunca está terminado. Nunca. La idea de democratizar los equipamientos la comparto, pero una ciudad y capital líder, nunca se puede dar por terminada, porque la ciudad no es solo una ciudad, sino un proyecto cultural”. Collboni sí está de acuerdo en que ahora hay que hablar más de los contenidos, y no tanto de los continentes: “Ahora toca generar públicos que vayan a los sitios y para eso hay que profesionalizar a los creadores”.

Sendra cree que la asignatura pendiente son los proyectos: “que sean innovadores, arriesgados, de apuesta contemporánea y de vanguardia y crear redes internacionales de iniciativas, como lo ha hecho en los últimos años el Mercat de les Flors. Duart apunta que los actuales equipamientos hay que valorarlos por sus resultados, especialmente por los cualitativos, y por su vocación de servicio público. Algo inasumible sin una gestión transparente, social y consciente que la cultura somos (y la hacemos) entre todos. Un mapa que, cuando sea posible, pueda crecer en aquellos ámbitos en que se detecten nuevas necesidades. Ciurana niega que el mapa esté acabado: “Una ciudad que quiera jugar en la primera división culturalmente no puede dejar de tener la ambición de crecer”.

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