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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

En favor de Victoria

Me conformo con que un gobierno socialista pactado con su izquierda vea el modo de que la nave no siga inclinándose y recupere tanto su centro como su izquierda

Jordi Gracia

Desde el sábado ha sucedido en este periódico algo relevante que obliga a decidir si sí o si no. Victoria Camps no es una profesional de las letras que haya aparecido hoy de golpe ni como rescate de otros tiempos. Es una institución en el ámbito de la filosofía moral, ha desplegado su inteligencia y su empatía en la dificultad de regular la ética (no los principios morales, sino la ética) en ámbitos como la biología y la genética, ha liderado la conveniencia de contar con comités éticos en ámbitos delicados (a sabiendas de la inutilidad de los comités de cualquier cosa, pero resistiéndose a despreciarlos) y además ha actuado también en política y sin esconderse, como diputada independiente en las listas del PSC. Algunos de sus libros han hecho un poco mejor la sustancia íntima de este país en los últimos treinta años, en las aulas y fuera de las aulas.

¿Es única, está sola, es excepcional? Quizá sí a las tres cosas, pero sin duda no a la sospecha de que su voz sea extemporánea o extravagante. Diría más bien que hay algo en las posiciones públicas de Victoria Camps que encaja muy y muy bien con las posiciones de la izquierda sociológica representada a partes iguales en el PSOE y en Podemos. Su artículo del sábado en este periódico sonaba a caído del cielo. Ni neutral ni equidistante, ni faena periodística ni sobreactuación de columnista sino la reflexión comprometida desde la experiencia y la honestidad ante la embarazosa situación política que han dejado unas afortunadísimas elecciones generales.

Ignoro si está en favor de un gobierno de PSOE y de Podemos, o quizá de una combinación más complicada de PSOE, Podemos y Ciudadanos. Su artículo aboga por el pacto sobre mínimos (relevantes, estructurales). Sí sé también que ha decidido contar abiertamente con Pedro Sánchez como secretario general del PSOE y sé también que en ese artículo no ha desestimado ninguna de las posibilidades de acuerdo de gobierno hoy abiertas.

¿Ha actuado como evasiva o ingenua profesora de ética y filosofía? Lo dudo. Como cualquiera que haya leído sus libros, ni me lo creo ni me parece verosímil. La presunta ingenuidad será quizá el instrumento de su retórica y de su estilo, pero no es en absoluto parte de su instrumental de fondo y pensamiento. El acuerdo negociado e inteligente, defendible a la luz del día y negociado en la oscuridad de la noche, es parte de lo que la izquierda —desde el centro-izquierda y hasta los confines de la indignación— puede ver y vivir con mejores ojos porque no habrá acuerdo óptimo en ningún caso sino democracia representativa, como repite en su artículo.

Puede que algunos teman ese pacto tan fuertemente como el Cid lloraba al principio del Cantar y aspiren a urdir un acuerdo que excluya a Podemos e incluya a Ciudadanos. Pero suena a falsa solución o solución muy frágil. En cambio, no suena ni a cuento chino ni a marimorena —ni a Viva la Pepa— que las izquierdas reales del país decidan intentarlo en serio, o tan en serio como decía Pedro Sánchez que iba, y tan en serio como Victoria Camps asume que Pedro Sánchez va.

Habrá muchos que sepan lo que yo no sé, y habrá muchos que desestimen esta conjetura en razón de cálculos e informaciones positivas que lo desbaratan todo o simplemente lo hacen imposible. Pero nada de eso deja sin sentido conjeturar y aun respaldar alguna forma de acuerdo de gobierno que propicie una salida política en el sentido contrario al que llevamos en los últimos años. Igual que en Marte, la película de Ridley Scott que vimos en casa la mar de a gusto: si la nave sigue inclinándose un poco más, cualquier golpe de viento la derribará e impedirá que pueda emprender el vuelo en situación de emergencia.

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Me conformo con que un gobierno socialista pactado con su izquierda vea el modo de que la nave no siga inclinándose abusivamente y recupere tanto su centro como su izquierda. De hecho, bastaría con recuperar la posibilidad misma de volar, aunque eso signifique pelear agónicamente en Bruselas. Y aunque signifique incendiar día y noche las redes sociales de la derechona, alarmadísima por unos hermosos sostenes negros en una capilla universitaria o una inocua palabra malsonante pronunciada fuera de lugar.

Jordi Gracia es profesor y ensayista.

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Sobre la firma

Jordi Gracia
Es adjunto a la directora de EL PAÍS y codirector de 'TintaLibre'. Antes fue subdirector de Opinión. Llegó a la Redacción desde la vida apacible de la universidad, donde es catedrático de literatura. Pese a haber escrito sobre Javier Pradera, nada podía hacerle imaginar que la realidad real era así: ingobernable y adictiva.

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