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TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un hombre corriente perdido en su tragedia

Discutible versión de 'Panorama desde el puente' en el Romea

En el prólogo que acompañaba la versión definitiva de Panorama desde el puente (On social plays), Arthur Miller dejaba constancia de su deuda con los clásicos griegos y lo hacía desde una perspectiva inesperada: la concepción del personaje trágico como un individuo que tiene que responder de sus actos ante sí mismo y ante su comunidad. La tragedia del hombre corriente que representa Eddie Carbone no se comprende sin atender a su responsabilidad social. La condena del estibador llegará sobre todo por atentar contra las normas no escritas que mantienen la cohesión entre sus paisanos y el vínculo con la patria chica abandonada.

PANORAMA DESDE EL PONT

De Arthur Miller. Dirección: Georges Lavaudant. Intérpretes: Eduard Fernández, Jordi Martínez, Mercè Pons, Marina Salas, Marcel Borràs, Pep Ambròs, Rafa Cruz y Sergi Vallès. Teatre Romea, 4 de febrero.

Eddie Carbone se convertirá en figura trágica por ser emigrante, italiano del sur, vecino del duro barrio de Red Hook en Brooklyn y trabajador en los muelles de Nueva York. Un hombre con sus problemas (celos, disfunciones sexuales) e ideas heredadas sobre la mujer, la masculinidad, el respeto, la traición, el orgullo y la honradez. Una concepción del mundo que poco tiene que ver con el perfil urbano que se extiende al otro lado del puente, esa isla lejana —en todos los sentidos— llamada Manhattan donde sólo viven los que se han podido liberar del pesado fardo de los tabús con raíces, como el abogado Alfieri (notable Jordi Martínez). Personaje elegido por Miller para ejercer de Casandra y corifeo.

En el Romea —en la versión dirigida por Georges Lavaudant— Eddie es un personaje amputado de su carácter social. En realidad todo el montaje prescinde de la suma de circunstancias sin las que esta tragedia se convierte en una fiebre abstracta sin otra meta que el colapso psicológico del protagonista.

Ni el uso del espacio, ni las distancias físicas entre los personajes, ni los códigos integrados por educación, tradición o circunstancias, son utilizados para explicar el devenir trágico. Sólo Mercè Pons (Beatrice, mujer de Eddie) y Pep Ambròs (Marco, un pariente ilegal) parecen haber asimilado a fondo aquello que son. Los dos comprenden a la perfección sus personajes y hacen que los comprendamos mejor, en especial la orgullosa introspección de Ambròs.

No se puede decir lo mismo de Marina Salas (Catherine, la sobrina objeto de deseo) —actúa como una adolescente del Upper East Side— y de un Eduard Fernández (Eddie) que da la sensación de estar perdido en su mundo interior desde la primera escena, desconectado de todo aquello que en principio debía ser el motor de su declive psicológico. Actor capaz de lo mejor y de lo peor —incluso en la misma función—, aparece en este montaje sobreactuado, aislado del entorno dramático, con la mirada con frecuencia colocada en el infinito, dependiente de la narración del resto de los personajes, encargados de recordarle —y recordarnos— qué le está pasando.

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