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Tres décadas sin Tierno

Treinta años después, la capital no olvida al alcalde que recuperó Madrid para la democracia

Tierno Galván con uno de sus bandos, en 1983.
Tierno Galván con uno de sus bandos, en 1983. Jordi Socias (Cover)

La muerte de Enrique Tierno Galván, hace ahora tres décadas, arrebató a Madrid su alcalde más querido. Lo puso de manifiesto el largo millón y medio de madrileños de ambos sexos que el 21 de enero de 1986, para acompañarle en su último viaje, desfiló junto a la carroza mortuoria que le conducía desde el centro de la ciudad hasta el cementerio del Este.

Entre las claves de su carisma, la capacidad para generar afectos con la que él contaba, figuró la sabiduría cosechada a lo largo de seis décadas de estudios y cinco de docencia universitaria, durante los que se adentró en saberes humanísticos, literarios, jurídicos y filosóficos que ya en su primera juventud le convirtieron en un pensador original, con una amplia erudición que transformó en un criticismo pugnaz y creativo. Combatiente durante la Guerra Civil en un batallón anarquista, nunca le abandonaría cierto sentir libertario y transgresor, como reconocen sus allegados. Es el caso de Manuel Ortuño, quien compartiera con él ideario socialista y luego seis años de cercanía como concejal de Relaciones Internacionales del Ayuntamiento de Madrid, relaciones que Tierno cuidó delicadamente para lograr que Madrid ocupara el lugar que le correspondía entre las capitales del mundo, como así sería: presidió e impulsó la Unión y la Federación Mundial de Ciudades Capitales. Mantuvo además despierta atención hacia su amada Iberoamérica y siempre consideró que las ciudades del mundo, que recorrió intensamente, eran instrumentos claves para amistar a los pueblos frente a las rivalidades entre Estados, reconoce Ortuño.

Tierno Galván (Madrid, 1918-1986) había accedido a la alcaldía en las primeras elecciones municipales democráticas, en 1979. En 1983 sería reelegido con mayoría absoluta. Con 23 concejales socialistas y 9 comunistas, se propuso conquistar las metas prácticas que había ideado teóricamente tiempo atrás, durante la proscripción a la que el régimen de Franco le sometió por sus ideas, antifascistas, sobre la igualdad y la libertad. Estructuralista, funcionalista y marxista no escolástico, el Viejo Profesor partiría al exilio, donde sería docente en Princeton, tras ser desprovisto a perpetuidad de su cátedra de Derecho Político por secundar la protesta estudiantil en 1965.

Entre las metas logradas por el inolvidado alcalde figuran la reconquista cultural de Madrid por los madrileños, señaladamente los jóvenes, que durante la larga noche de la dictadura habían sido obligados a vivir bajo el atroz discurso autoritario. Aplicó una planificación urbanística anticlasista, reequilibradora del postrado Sur de Madrid respecto del privilegiado norte, concentrando infraestructuras, vivienda nueva, equipamientos culturales y deportivos —las tres cuartas partes de las hoy existentes— en el área meridional. Una cabal reindustrialización revitalizó la economía y un extraordinario Plan de Saneamiento acabó con los vergonzosos vertidos al Manzanares de aguas sin depurar, que el franquismo toleró 40 años. De igual modo, bajo su mandato, Mercamadrid se convirtió en el primer polo comercial europeo e Ifema despegó como ferial de referencia.

Sobre todos sus logros, Tierno permanecerá en la historia de Madrid como el primer edil que con su palabra escrita y verbal, seductora, culta y grácil —aquellos bandos rezumantes de sabiduría y de sonrisas— contribuyó a devolver en clave cívica y democrática la alegría de la inteligencia a una ciudad que, con el esfuerzo de varias generaciones, recobró el pensamiento libre y el respeto por sí misma, tantos años sepultados bajo el intolerante furor dictatorial.

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