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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El basurero de la historia

En democracia, el único poder capaz de enviar a alguien a casa —no al basurero, ni a la papelera— es el voto de los ciudadanos

Pues sí, todos hemos equivocado los pronósticos. Se produjo el milagro. El instinto de conservación política resultó más poderoso que la distancia —bien real— entre las concepciones ideológicas y organizativas de Junts pel Sí y de la CUP. A la hora de escribir estas líneas, los mecanismos y procesos internos que, tanto en el seno de Convergència como en el de la CUP, hicieron posible el cambio de escenario del ultimo minuto me resultan en gran parte desconocidos. Pero el acuerdo llegó y, con él, el golpe de efecto del pasado fin de semana.

En el momento de valorarlo, todo depende de la previa posición de cada cual ante el escenario que se dibujaba ocho o nueve días atrás. Si, siguiendo a García Albiol, damos por bueno que la CUP había “puesto en la UCI el proceso independentista”, nos veremos obligados a deducir que desde el domingo el mencionado proceso ya ha pasado a planta, e incluso que está a punto de recibir el alta médica. Si compartimos el diagnóstico de Mariano Rajoy, según el cual unas nuevas elecciones se habían convertido en “la única salida”, habrá que convenir que el presidente del Gobierno en funciones ha sufrido un cierto revés. Para aquel unionismo progre que había depositado sus esperanzas en la al mismo tiempo denostada CUP —una buena paradoja, desde luego—, los cupaires son ahora unos traidores, unos vendidos, unos tránsfugas, unos lacayos de la corrupción.

Entre los partidos de la oposición catalana, las reacciones a la inesperada investidura de Carles Puigdemont han sido directamente proporcionales a las expectativas con que cada uno de ellos contemplaba una repetición electoral en marzo. Tanto el PSC de Miquel Iceta como el PP de Xavier García Albiol —uno y otro puestos bajo el piadoso lema de ¡Virgencita, que me quede como estoy!— han hecho los aspavientos mínimos exigidos por el guión, absorbidos como están además por el escenario político español.

En cambio, aquellas formaciones o espacios políticos —Catalunya Sí que es Pot, o como se llame la próxima vez, y Ciutadans—, que creían plausible obtener en un hipotético 6 de marzo, mejor score que el conseguido el 27-S han puesto mayor énfasis en su rechazo y descalificación del agónico acuerdo. Es lógico, pero esa lógica no exime de mostrar un cierto respeto por la realidad. Cuando Inés Arrimadas dijo que el pacto final JxS-CUP reflejaba “miedo a las urnas”, ¿se le olvidó que ese pacto era expresión del veredicto que las urnas habían dado cien días antes? ¿Por qué razón un eventual 6-M hubiera sido mejor fuente de legitimidad que el 27-S? ¿Porque a lo mejor perdían los independentistas? ¿Habría que seguir votando cada seis meses hasta que pierdan?

El anuncio del pacto vino acompañado, desde ambos lados, por duros reproches y pundonorosas autoreivindicaciones

Dicho todo lo cual, y sin ánimo de resultar aguafiestas, no puedo evitar un punto de duda acerca de la estabilidad del mandato del presidente Puigdemont. Ciertamente, el anuncio del pacto vino acompañado, desde ambos lados, por duros reproches y pundonorosas autoreivindicaciones. Ese es el contexto en el cual, compareciendo el domingo por la mañana ante los periodistas, el diputado de la CUP Benet Salellas se vanaglorió de haber “enviado a Artur Mas, a Irene Rigau, a Felip Puig, a la papelera de la historia”.

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Como el parlamentario cupaire por Girona sabe sin duda, su frase es una versión algo edulcorada de la que hizo famosa Lev Trotski el 25 de octubre de 1917 cuando, en la euforia tras el triunfo del golpe de Estado bolchevique, espetó a los mencheviques, los socialdemócratas rusos de la época: “¡habéis fracasado, vuestro papel ha terminado! ¡Id a donde pertenecéis, al basurero de la historia!” Sí, en política los excesos retóricos se dan a menudo; pero no sé si invocar la frase que es cifra y compendio del totalitarismo soviético, del totalitarismo comunista a lo largo del siglo XX, no sé si esa es la mejor manera de cimentar un acuerdo de tan ambiciosos objetivos como el que nos ocupa. En democracia, señor Salellas, el único poder capaz de enviar a alguien a casa —no al basurero, ni a la papelera— es el voto de los ciudadanos.

En fin, a todos los que, creyéndose administradores de la verdad y del bien, insisten en certificar la muerte política de Artur Mas, habrá que recordarles aquellos conocidos versos de paternidad confusa: “los muertos que vos matáis gozan de buena salud”.

Joan B. Culla es historiador

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