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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Vuelve la ficción

No es buena noticia para el conjunto de los catalanes la formación de una mayoría soberanista en el ‘Parlament’, que sólo servirá para devolver la ilusión a los fieles independentistas

No habrá elecciones autonómicas en marzo ni Mas ha sido investido como presidente de la Generalitat. Sólo lo primero es una buena noticia para todos. No es buena noticia para el conjunto de los catalanes la formación de una mayoría absoluta soberanista en el Parlament, que sólo servirá para devolver la ilusión a los fieles independentistas, sostener la ficción de que la independencia lleva a alguna parte y prolongar la parálisis de la institución parlamentaria para todo lo que no sea atizar el fuego de la independencia. La decisión que Artur Mas ha presentado como propia ha dejado bastante que desear en cuanto a la pulcritud de las formas democráticas. Elección a dedo, obediencia debida de la CUP y todos contentos. Todo vale si favorece el proceso hacia la independencia.

<TB>Es pronto para aventurar los despropósitos en que puede incurrir el nuevo Parlament. Lo que no puede negarse es que uno de los resultados más estridentes del proceso ha sido la ruptura de todos los partidos que, de una u otra manera, coquetearon con el nacionalismo catalán. Se han roto CiU, el PSC, la propia Unió, ICV ya no existe y no sabemos qué quedará de la CUP después de su autoinmolación. Sólo el PP y C's, contrarios desde siempre a la autodeterminación de Cataluña, mantienen la unidad interna. La diferencia entre unos y otros es que los partidos rotos han tenido que elegir entre el independentismo y la ideología que los identifica, porque el independentismo o es hegemónico o no es. Lo que más conocemos por ahora del recién investido president de la Generalitat es que lleva el soberanismo en los genes. Con estos mimbres, cada vez es más difícil tragarse el mito de que la independencia no es más que un instrumento para abordar en serio otras políticas más perentorias, como las políticas sociales. Por eso hay que priorizar: o independencia o derechos sociales.

No habrá un referéndum pactado sin una reforma constitucional aprobada por una amplia mayoría en las Cortes

<TB>Ha vuelto la ficción de que la independencia está al alcance de la mano. Los errores cometidos, en gran parte derivados de la prisa, no han servido para rectificar. Esta legislatura será corta —dieciocho meses o menos, dijo el nuevo president—, y se cumplirá la ley que convenga en cada caso, la española o la que emane del Parlamento catalán. El proceso continúa y no evitará la unilaterlalidad de las decisiones, que es otro de los errores cometidos. Siempre he dicho que la opción por la independencia de un territorio tiene que ser una opción política legítima en cualquier democracia, aunque muchos la juzguemos estrafalaria. La libertad ha de permitir equivocarse. Si no admite la equivocación, no es libertad. Pero el proceso debería llevarse a cabo correctamente. Por ejemplo, cumpliendo los dos requisitos que estipuló el Parlamento de Canadá en su Ley de la Claridad: que la mayoría que aspira a la secesión sea suficiente (más del 51%), y que el referéndum que ratifique tal mayoría lo haga con una pregunta clara y precisa, que no se preste a ambigüedades. Ninguno de los dos requisitos se ha cumplido en Cataluña hasta ahora, ni son apreciados por los líderes del movimiento soberanista. Hacerlos cumplir es, sin duda, una cuestión de voluntad política por parte de los partidos catalanes y de los partidos españoles. No habrá un referéndum pactado sin una reforma constitucional aprobada por una amplia mayoría en las Cortes, una mayoría en estos momentos imposible, a juzgar por los resultados de las elecciones generales. Los partidos que esgrimen la promesa de un referéndum como condición para negociar un pacto de investidura deberían aclarar para cuándo lo prometen.

<TB>No engañarse y no engañar al electorado es el primer deber de un buen político. Los independentistas engañan cuando dan a entender que tienen la mayoría suficiente tras lo que ellos quisieron que fuera un plebiscito. El proyecto independentista ha estado motivado por el tenim pressa, un móvil que se compagina mal con la prudencia y la sensatez. Veremos, al final de la legislatura, qué han dado de sí el procés constituent y las estructuras de Estado. Exigir de los políticos lo que no pueden dar es una constante de las democracias. Ante dicha exigencia, la buena política no es la que alimenta expectativas incumplibles, sino la que intenta hacer pedagogía de los límites y no ceder a la tentación del cortoplacismo. En las últimas horas, más de un parlamentario ha recordado la tradición catalana de hacer las cosas bien (la feina ben feta). Una tradición que me temo que amenaza con extinguirse.

Victoria Camps es profesora emérita de la UAB

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