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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El largo túnel con Mas

Atribuir los males que aquejan Cataluña a una España malvada implica la regresión a simbolismos anteriores al esfuerzo de razón que va de Almirall o Cambó a la Constitución de 1978

El hecho de que a Artur Mas le diera apoyo un manifiesto de antiguos terroristas de Terra LLiure y no lo rechazase indica hasta qué punto la vida institucional de Cataluña pasa por una degradación equiparable a sus fracasos más irracionales en el pasado. Es el abracadabra de la presidencia de la Generalitat en manos de un grupo de asamblearios como la CUP, de naturaleza desestabilizadora. El túnel al que ha conducido Mas pasará a los anales como fatigoso, hiriente y desolador. ¿Cómo rehacer la vida pública de Cataluña después del túnel? Tampoco sabemos si alguien va a asumir responsabilidades por la autodestrucción de autoestima, la frustración y el daño social y económico de una política causante de tanto desequilibrio. Tocqueville escribe que nadie que haya estado presente en la destrucción de organizaciones sociales o religiosas puede predecir lo que vendrá a continuación.

El lenguaje del nacionalismo catalán, a partir de su momento fundacional primario y reactivo, fue paulatinamente incorporando formulaciones políticamente más racionales. Readaptaba el victimismo instintivo y defendía la idea de una “Espanya gran” dispuesta a la modernización industrial y a la regeneración. Así, de la queja primaria se pasó a la reivindicación más razonada, como fue el caso de Valentí Almirall, aunque la pretensión de intervenir en la vida pública de España presuponía que el Estado, tanto en términos simbólicos como procedimentales, dejase de intervenir en Cataluña. Fueron alternándose radicalidad y participación posibilista en las tareas del Estado. Ahora, el lenguaje regresivo de inicios del pasado siglo ha reemergido y no solo porque algunos líderes del populismo secesionista insistan en que Santa Teresa o Cervantes son catalanes de ADN integral. La contraposición entre una España antropófaga y una Cataluña ocupada por el invasor ha sido invocada por protagonistas destacados del proceso pro-secesión, que ahora mismo está en manos de una asamblea anti-sistema, además de la aparición de un frente conglomerado en torno a Ada Colau. Pero esta vertiente del conflicto muy probablemente ya no es tan solo un retorno a las fórmulas tradicionales de la regresión, sino a otros ámbitos de la ruptura, más al populismo de la izquierda radical que al populismo de la “caseta i l’hortet” según Macià o al “fer país” de Jordi Pujol.

No sabemos si alguien va a asumir responsabilidades por la autodestrucción de autoestima, la frustración y el daño social y económico de una política causante de tanto desequilibrio

Actualmente ambas resistencias a la España maligna parecen coexistir, aunque tal vez no acaben sumándose sino contraponiéndose. Prescindir del euro es una intención jubilosa del anticapitalismo mientras que para el nacionalismo clásico —entonces empeñado en la acción industrial y la capacidad de comercio— quedarse fuera de la Unión Europea sería un sacrificio al que uno puede estar dispuesto in extremis si el fruto inmediato es la emancipación histórica de Cataluña. Eso sí, con genealogías distintas, el lenguaje se hace retrógrado. En una publicación reciente de la Institució de les Lletres Catalanes, dependiente de la Generalitat y pagada con el dinero del contribuyente, uno de los ponentes da por supuesto que “Cataluña ha dejado atrás el miedo” y se dispone a “definirse más allá de la subordinación a este concepto malvado —para los catalanes, pero también para los españoles— que se llama España”. En fin, se habla de una Cataluña irreversiblemente dispuesta a desconectar con la España tóxica. Desde este punto de vista, ha de resultar paradójico que más del setenta por ciento de los catalanes sojuzgados por la maldad hispánica hayan ido a votar a unas elecciones para un nuevo Congreso de los Diputados. Pero lo más ofensivo es que eso se escriba a propósito del centenario del poeta Joan Teixidor, un hombre tanto de profunda voluntad de concordia hispánica como de catalanidad esencial, uno de los fundadores de Destino, pieza determinante en los logros que el posibilismo catalanista y liberal hizo posibles en tiempos del régimen franquista.

En el entorno digital y en las brigadas secesionistas del Twitter esas cosas se dicen todos los días, hasta extremos de rara violencia verbal, pero ya es más grave cuando las propaga una institución de la Generalitat presuntamente dedicada al fomento de una literatura de calidad. En esta fase histórica, atribuir todos los males que aquejan Cataluña al concepto de una España malvada implica la regresión a simbolismos anteriores al esfuerzo de razón que va de Almirall o Cambó a la Constitución de 1978. Pocos puentes del diálogo pueden reconstruirse con estos materiales de derribo iliberal.

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