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Mujeres asesinadas, algo más que cifras

La violencia machista tiene que ver con los cambios sociales profundos que se han producido en los últimos 40 años. Pese a la resistencia de algunos hombres, ese cambio no tiene marcha atrás porque no solo es colectivo sino también individual

Los asesinatos de mujeres a manos de sus parejas o exparejas nos deja sin habla. Tanto que algunos creen que es mejor no informar de ello por el efecto mimético. Otros consideran que sí que hay que informar, aunque no tienen muy claro cómo. El tema es que las más de 50 mujeres que han muerto este año en España se añaden a una larga lista de más de 1.000 desde 1999 (cifras oficiales), bastantes más que las víctimas de ETA en toda su historia. Sin embargo, el terrorismo era una violencia pública, y por tanto un asunto de Estado, y los asesinatos de mujeres son, según esta lógica, una violencia privada, íntima, individual en la que sólo están involucradas las personas que se ven envueltas en esos episodios que siguen siendo relatados, mayoritariamente, en forma de suceso. Pero un suceso es un hecho fortuito del que no cabe dar razón, mientras que un asesinato siempre tiene un porqué.

Esta larga ristra de hechos que se suponen inconexos necesita, sin embargo, de un relato para que no queden como acontecimientos trágicos fuera de la historia. Todos los conflictos —y la violencia contra las mujeres lo es— necesitan una explicación, un contexto, unas coordenadas espacio-temporales donde situarlos para dar sentido a esa experiencia.

El relato que falta por elaborar sobre los asesinatos de mujeres tiene que ver con el cambio social experimentado en este país en los últimos 40 años. Aunque parezca mucho tiempo, no es nada si consideramos que las mujeres eran asimiladas a los menores de edad o los impedidos hasta el final de la dictadura. Los cambios sociales pueden ser superficiales o profundos, y los operados en el rol social de las mujeres en nuestro país pertenecen a estos últimos. No fueron pocos los que contemplaron con recelo las reivindicaciones de las feministas durante los años setenta y ochenta, que en muchos casos se trataba de desacreditar: son feas, lesbianas, odian a los hombres, aborrecen la maternidad. Y todavía son muchos los hombres que han visto con estupor que lo que era un derecho en 1975 —el acceso carnal a sus esposas a demanda— se ha convertido en un delito. Es comprensible su estupefacción.

Aunque los cambios no han sido propiciados por los hombres, muchos los han aceptado de buen grado y los han asumido con naturalidad, de forma que actualmente podemos ver en numerosos sectores unas relaciones igualitarias que eran impensables tiempo atrás. Otros se han visto arrastrados a regañadientes, y muchos no sólo no han aceptado que las mujeres ya no van a seguir siendo las sumisas y complacientes chicas de antaño, sino que se revuelven y reaccionan con agresividad ante los avances de la igualdad. No hay más que ver la inquina que desprenden las ristras de comentarios que siguen a las noticias que dan cuenta de todo lo que tiene que ver con los avances femeninos o cualquier asunto que ponga de relieve que, pese a los logros conseguidos, aún persiste la desigualdad.

Sin embargo, este cambio espectacular operado entre las mujeres ya no tiene marcha atrás, porque no sólo es colectivo, sino también individual, que es ese momento en que cada una de las mujeres asume que es un sujeto de pleno derecho dispuesto a gestionar su propio proyecto de vida. Y su conciencia le dice: hasta aquí hemos llegado. Es en este contexto donde hay que situar la violencia contra las mujeres, que es un fenómeno que va más allá de la pareja, y que engloba violaciones, agresiones, acoso, desprecio o intimidación.

El grado más extremo, el asesinato, es la reacción impotente y desesperada de un hombre que observa cómo una mujer cuestiona su autoridad y decide emprender un nuevo camino, ya sea sola, acompañada, con pareja o sin ella, y que pese al miedo, el dolor del proceso y los múltipes impedimentos que va a encontrar, decide que tiene derecho a ejercer su libertad. Una libertad que él está dispuesto a impedir.

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Las revoluciones siempre se han cobrado sus víctimas, y aunque la protagonizada por las mujeres haya sido silenciosa, ahí tenemos cada año más de 50 mujeres que son asesinadas en lo que, lejos de ser catalogado como un suceso, debería ser contemplado como un atentado contra sus derechos humanos y contra su dignidad. Las mujeres asesinadas son algo más que cifras y tenemos que empezar a explicar las causas de tanta barbarie.

Juana Gallego es codirectora del Máster Género y Comunicación de la UAB.

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