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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Lo dice la historia

Lo sensato sería mirar los resultados del 27-S y del 20-D sin anteojeras, y aceptar que no existe masa crítica ni en Cataluña para una ruptura unilateral, ni en España para el mantenimiento del status quo

Interpelado por Juan Carlos Girauta (Ciudadanos) en un debate televisado entre los candidatos catalanes en las recientes elecciones generales, Gabriel Rufián (ERC) se reafirmó en unas declaraciones en las que había tachado de fascistas, tal cual, a los ponentes de la constitución de 1978. Y con la engolada solemnidad que le caracteriza, exhibió su argumento de autoridad: “No lo digo yo, lo dice la Historia Contemporánea”. Un auténtico crack, este Rufián. Al historiador Oriol Junqueras se le debieron de abrir las carnes al oírlo, y más de uno se imaginó a la señora Historia Contemporánea apareciéndose en el plató y anunciando a todo el mundo la buena nueva.

La ignorancia, como suele decirse, es muy atrevida, pero ¿quién sabe? quizás la fórmula tiene éxito y se inaugura una nueva corriente historiográfica catalana, el rufianismo histórico, que podría llegar a dar mucho juego. Así, de aquí a, pongamos, diez o quince años, la Historia Contemporánea se le volverá a aparecer a Gabriel Rufián y le revelará que, aunque el 27-S su candidato favorito a la presidencia de la Generalitat se esforzó en convencer al mundo (“We have won, nous avons gagné!”) de una victoria que nadie más veía, los plebiscitos que no superan el 50% de votos favorables se pierden.

Rufián and friends reconocerán entonces, en estricta aplicación de su método historiográfico, y aunque sea con algo de retraso, lo que todo el mundo sabe ya hoy y Antonio Baños confesó la noche electoral: “Vam perdre, perdimos, we lost, nous avons perdu”. Y es que, amigos, lo dice la Historia Contemporánea: no hay mandato democrático para la independencia, y mucho menos unilateral.

En el mundo real, bastó que el ministro Montoro cerrara por unos días el grifo de la financiación para dejar claro qué futuro le espera a la desconexión solemnemente aprobada en el Parlament. Andreu Mas-Colell, entre cuyos defectos no figura la estulticia, siempre lo ha sabido, así que me imagino que cuando oye hablar de esas cosas a Rull, Turull, Junqueras y compañía debe de pensar cómo demonios se le ocurrió abandonar la placidez de su despacho en Harvard para acabar embarcado en semejante chapuza: independencia por las bravas, sin mayoría absoluta de votos ni simpatías (no digamos ya apoyos) internacionales. No lo digo yo, lo dice la Historia Contemporánea.

Nada de esto arredra al capitán del navío que viaja hacia una Ítaca cada vez más mitológica, aunque a sus espaldas algunos miembros de la oficialidad respirarán secretamente aliviados si dentro de tres días la asamblea de la CUP niega los anhelados dos votos a nuestro Ulises. Tampoco parece haber hecho mella en los líderes juntistas que el pasado domingo se haya vuelto a constatar que ni hay mayoría social para la independencia ni se la espera. PSC, Ciudadanos y PP acumulan más votos y diputados que ERC y la disfrazada Convergència. Y a estos no se les pueden sumar los de En Comú Podem porque su gran triunfo se ha construido arrastrando, además de a antiguos votantes socialistas, a otros muchos de la Cataluña urbana que el 27-S votaron Ciudadanos, cuando el eje político de las elecciones fue de forma asfixiante el nacional-identitario, lo que ahora no ha ocurrido. No hay más que ver en qué ciudades y en qué barrios han arrasado los comunes.

A la espera de lo que tengan que decirnos la CUP y la Historia Contemporánea, lo más sensato sería analizar los resultados del 27-S y del 20-D desprovistos de anteojeras, y aceptar que no existe masa crítica en Cataluña para una ruptura unilateral ni en España para el mantenimiento del status quo. Y que sí existe una mayoría social aquí y allí que está a favor de un cambio profundo del sistema institucional y de las políticas económicas y sociales.

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Del agujero en el que estamos metidos en la cuestión territorial solo se saldrá con algún tipo de consulta en Cataluña. Ahora bien, aunque es legítimo pretender asaltar los cielos, los independentistas deberían calibrar si, con las fuerzas acumuladas y con los aliados disponibles, no resultaría más razonable aprovechar la ocasión para subir del principal al ático y esperar allí mejores tiempos. No descarten, eso sí, que el ático resulte suficientemente confortable como para que una mayoría de catalanes decida quedarse en él. Al menos por una buena temporada.

Francisco Morente es profesor de Historia Contemporánea en la UAB.

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