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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

En clave catalana

La aritmética parlamentaria tras el 20-D sitúa el referéndum en el epicentro de las negociaciones para alcanzar mayorías en el Congreso

Lluís Orriols

Las elecciones generales siguen resistiéndose a ser un escenario amable para las fuerzas independentistas. Con un 31% de los votos, el apoyo a los partidos del bloque soberanista se aleja de los niveles cosechados durante los últimos años y se retrotrae a valores cercanos a 2008, cuando el PSOE de Rodríguez Zapatero, con su eslogan “si tu no vas, ellos vuelven”, convenció a muchos nacionalistas catalanes de que debían votar a los socialistas para evitar el regreso del PP a la Moncloa.

El pasado domingo muchos catalanes fueron de nuevo a las urnas para evitar que “ellos” volvieran. Pero en esta ocasión en lugar de coordinarse en torno al PSC lo hicieron sumándose al proyecto de Podemos. Lo que estaba en juego el pasado domingo no era sólo la reelección de Mariano Rajoy sino también conseguir superar la lógica bipartidista. Así lo avala el hecho de que el principal partido en la oposición (PSOE) fuera incapaz de obtener algún rédito de la mayor debacle electoral sufrida por un partido gobernante desde 1982.

No hay duda de que, para muchos votantes, el bipartidismo en su conjunto es el responsable de la situación económica y política que vive el país.

De hecho, es la primera vez que en unas generales tanto gobierno como oposición retroceden al mismo tiempo. Según las encuestas, la mala valoración de la situación económica y de la gestión del Gobierno no sólo ha acabado pasando factura al PP, sino también al PSOE. No hay duda de que, para muchos votantes, el bipartidismo en su conjunto es el responsable de la situación económica y política que vive el país.

Durante los meses de otoño, las encuestas abrieron las puertas a un escenario político distinto al que venían pronosticando hasta entonces. Tras las elecciones “plebiscitarias” del 27-S, la cuestión soberanista parecía estar llamada a monopolizar la política catalana incluso en las generales. Este nuevo escenario representaba un verdadero hándicap para Podemos, que siempre se ha sentido incómodo en ese terreno. Cuando Cataluña se polariza en torno a la cuestión identitaria, los partidos con posiciones intermedias quedan fuera de juego a costa de las opciones más extremas.

Los resultados del pasado domingo han acabado desmintiendo tales pronósticos. La alianza entre Podemos, ICV y la plataforma En Comú ha ayudado a que el partido de Pablo Iglesias pueda romper la polarización nacionalista a la que parecían estar condenados. Ada Colau ya demostró en las elecciones municipales de Barcelona su capacidad para poder agrietar las férreas fronteras identitarias. Todo indica que el pasado domingo volvió a lograrlo.

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Aun con ello, sería erróneo inferir que la remontada que ha vivido Podemos en las últimas semanas se deba particularmente al éxito de las formaciones regionales como las Mareas, Compromís o En Comú. Es cierto que la decisión de aliarse con estas fuerzas políticas fue la clave para que Podemos saliera del retroceso que sufría encuesta tras encuesta durante todo 2015. Inicialmente el ascenso de Podemos respondía a un artificio demoscópico derivado del mero hecho de que las encuestas quitaron a estas formaciones regionales de la categoría de “otros partidos” para incluirlas en la intención de voto a Podemos.

Sin embargo, este ascenso artificial fue aprovechado para que Podemos afianzara su exitoso mensaje de campaña: remontada. A partir de entonces los datos indican que el mayor crecimiento de Podemos con respecto a los pronósticos preelectorales se encuentra en las provincias donde la formación se presentaba sin estar coaligada con otras formaciones. En efecto, la candidatura de Podemos “a secas” ha conseguido prácticamente doblar la estimación de escaños que le otorgaba el CIS. En cambio, en Cataluña, Galicia y la Comunidad Valenciana, aún mejorando los pronósticos, el ascenso ha sido más modesto. Con respecto a las estimaciones del CIS, el incremento en escaños en estas tres comunidades autónomas ha sido de casi el 20%.

En definitiva, el independentismo ha perdido el protagonismo que tuvo en los comicios autonómicos que tuvieron lugar hace apenas tres meses. Pero irónicamente la aritmética parlamentaria surgida tras el 20-D ha situado el referéndum en el epicentro de las negociaciones para alcanzar mayorías parlamentarias. En estas condiciones, la estrategia de ignorar el “problema” catalán bajo las tesis del respeto a la legalidad vigente se vuelve más complicada. Guste o no, en las próximas semanas, la política española deberá ser leída, más que nunca, en clave catalana.

Lluis Orriols es profesor de ciencia política de la Universidad Carlos III de Madrid.

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