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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La mirada exterior

Desde una euforia desmesurada proveniente de los años noventa, España pasó en 2009 a un pesimismo exagerado, del que ahora comenzamos a salir

Francesc de Carreras

Almuerzo el lunes pasado con un periodista francés, enviado por un prestigioso semanario de París. Compruebo que conoce muy bien la política española y catalana. Pero de entrada, quizás preocupado por los votos alcanzados por el Frente Nacional de Marine Le Pen el día anterior, me expresa su admiración, y también su extrañeza, por la envidiable situación política de España: “No tenéis partidos populistas de extrema derecha, no han cuajado partidos antieuropeos ni xenófobos antiinmigración, vuestros partidos emergentes son modernos, con jóvenes líderes muy capaces, muy cercanos, muy buenos comunicadores”.

Admite que quizás Podemos pueda ser populista pero también añade que tras sus orígenes antisistema se ha centrado, ya no plantea políticas extravagantes y demagógicas sino mucho más realistas y pragmáticas. También me cuenta que el día anterior había asistido a un mitin de Rivera en Nou Barris de Barcelona y le sorprendió que el joven líder no tuviera el tono engolado y vacío tan propio de un mitin sino que su intervención consistiera en una explicación muy pedagógica, plagada de argumentos y datos concretos, sobre las reformas que precisan la economía y las instituciones políticas españolas. “¡Esto no es frecuente en los demás países europeos!”, me confiesa.

El mismo día por la noche leo en EL PAÍS un artículo de John Carlin de sugestivo título La envidiable política española. Dice Carlin: “Arranca la campaña electoral española y hay razones para alegrarse (...) el mundo político en España empieza a gozar no sólo de buena salud sino de un grado de madurez, decencia y racionalidad que deja en evidencia a las democracias más antiguas”.

Refiriéndose al debate sostenido en EL PAÍS por Iglesias, Rivera y Sánchez, dice Carlin: “La seriedad, la rapidez mental, el manejo de los datos, la agilidad verbal y, pese a sus diferencias, el trato mutuo respetuoso que exhibieron los jóvenes dirigentes indica que estamos frente a una nueva realidad, que el futuro de la democracia en España está en buenas manos”. Y añade refiriéndose a nuestro sistema democrático: “Se detecta no solo un salto de calidad (…) sino un nivel de sensatez y cordura difícil de encontrar hoy en cualquier otro lugar del mundo. (…) Los mismos que antes veían a España desde fuera con desprecio hoy deberían mirarla con un punto de envidia…”.

La iniciativa de las reformas no pueden provenir de los poderes públicos, sino que deben impulsarse desde la sociedad

Dos miradas exteriores —aunque Carlin resida ahora en España— confirman una doble sensación que me ronda por la cabeza desde hace un tiempo.

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En cuanto a la primera, creo que España ha pasado por una etapa excesivamente depresiva. Desde una euforia desmesurada proveniente de los años noventa se pasó en 2009 a un pesimismo exagerado. Parecía que habíamos vuelto a la cola de la UE, junto a Portugal y Grecia éramos de nuevo la excepción tras hacernos falsas ilusiones de avanzar a Francia y Alemania, unas expectativas desde luego inalcanzables que, al no cumplirse, sino todo lo contrario, condujeron a esta ola de pesimismo, a esta sensación de fracaso colectivo que ha dominado los últimos años y de la que empezamos a salir.

La segunda sensación es de otro orden: la iniciativa de las reformas no pueden provenir de los poderes públicos, es decir, del Estado y de las comunidades autónomas, sino que deben impulsarse desde la sociedad porque, en cierta manera, son reformas que reducirán el poder de los grandes partidos, los que manejan los poderes públicos. En el plano institucional, pensemos en la necesidad de reformar el Senado o el Consejo General del Poder Judicial: si realmente cambian, si el primero pasa a ser un órgano útil y el segundo uno imparcial, pierden quienes hasta ahora se han repartido el poder. Las organizaciones no se reforman casi nunca a sí mismas, sino desde el exterior, en este caso desde la sociedad. El objetivo de acabar con la partitocracia nunca lo tendrán los grandes partidos a menos que sean derrotados.

Los nuevos partidos nunca hubieran surgido sin las televisiones privadas y sin la libertad que dan las redes sociales; sin EL PAÍS y Atresmedia, no hubiera habido en estas elecciones verdaderos debates electorales. La próxima semana, Sánchez y Rajoy debatirán a dúo y suscitarán menos interés que los dos debates anteriores, será la imagen de lo antiguo, de una época pasada, de lo que debe renovarse. La mirada exterior nos lo confirma, la interior lo evidencia: quien no cambie, no saldrá en la foto.

Francesc de Carreras es profesor de Derecho Constitucional.

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