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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Rechace imitaciones

Si el PSOE ofreciese, con respecto a la arquitectura político-territorial española, otro producto distinto al PP, existiría una competencia real entre Sánchez y Rajoy

Es un fenómeno tan añejo como curioso. Lo mismo en el gobierno que en la oposición el PSOE —que en materias bien sensibles, como el aborto, el matrimonio homosexual, la eutanasia, la enseñanza de la religión, etcétera, no ha dudado en desafiar los valores del conservadurismo y los dogmas de la Iglesia católica— se muestra incapaz de hacer otro tanto, de apartarse de aquellos valores y dogmas, cuando de lo que se trata es del concepto de España como nación única, de la sagrada unidad de la patria, de la intangibilidad de la soberanía nacional y asuntos similares. Ahí, a los socialistas les resulta imposible alejarse conceptualmente —cosméticamente no es difícil— de las tesis de José María Aznar o de monseñor Cañizares, por citar un par de referentes bien acreditados.

Según he apuntado, la cosa viene de antiguo. Para no hurgar más atrás, de 1981, cuando un PSOE deseoso de hacer méritos como alternativa de gobierno consideró necesario apoyar la LOAPA, aquella ley que desvirtuaba el espíritu autonomista de la Constitución apenas aprobada. Luego, entre 1983 y 1989, un Felipe González que gobernaba sin oposición efectiva —la derecha permanecía aplastada bajo el “techo de Fraga”— no quiso hacer nada consistente para modificar la cultura política española, para corregir sus rancios reflejos unitaristas e impregnarla de conceptos pluriidentitarios y federalizantes. Si fue por convicción o por táctica, por jacobinismo o por oportunismo, eso lo ignoro.

Bajo el liderazgo de Rodríguez Zapatero, pudo parecer que las cosas cambiaban. No hubo tal, y la relación política entre el leonés y Pasqual Maragall constituye un buen testimonio de ello. Tras haber apoyado sin entusiasmo y a la baja el nuevo Estatuto catalán, el presidente Zapatero no se atrevió a dar un golpe de autoridad frente a las cavernas mediática, funcionarial y judicial, que acabaron ganando la partida con la sentencia del Constitucional del verano de 2010. Todo induce a pensar que Pedro Sánchez mantiene, en esta materia, la continuidad con sus predecesores, añadiéndole el candor del debutante.

Cuando, a finales de octubre, el joven líder del PSOE brindó a Rajoy su apoyo político frente al “desafío secesionista” y acordó con el inquilino de la Moncloa sustraer el proceso catalán de la inminente pugna electoral, ¿creyó de veras que el Partido Popular renunciaría a tan formidable argumento de campaña?

“El PP defenderá la unidad de España como ha hecho siempre”; es decir, que la derecha tradicional lleva esa defensa en su ADN, en su historia (se remonte esta a Fraga, a Franco, a José Calvo-Sotelo o a Cánovas)

Si lo creyó, ya debe de haber comprendido su error. De hecho, sea en Béjar (Salamanca), en Lorca (Murcia), en Las Mesas (Cuenca) o en Madrid, Mariano Rajoy no deja pasar ningún mítin sin insistir en dos ideas clave. Una, que “el PP defenderá la unidad de España como ha hecho siempre”; es decir, que la derecha tradicional lleva esa defensa en su ADN, en su historia (se remonte esta a Fraga, a Franco, a José Calvo-Sotelo o a Cánovas), como algo metaconstitucional, lo que no puede decir todo el mundo... Y dos, que frente a quienes amenazan con saltarse la ley, la garantía de su acatamiento, quien tiene los instrumentos y la voluntad para poner de rodillas a la Generalitat (véase el FLA) es él, el presidente Rajoy.

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No sé cómo lo ven los spin doctors de Ferraz, pero, puestas las cosas en este terreno, el PP tiene, a mi modesto juicio, todas las de ganar. Si el PSOE ofreciese, con respecto a la arquitectura político-territorial española, otro producto inequívocamente distinto, otro modelo —no una gaseosa reforma constitucional huérfana, además, de la mayoría exigida—, entonces existiría una competencia real entre Sánchez y Rajoy. Sin embargo, y con los socialistas situados a remolque táctico y estratégico de los populares, va a funcionar el viejísimo eslógan comercial: cómprenos la marca genuina y rechace imitaciones.

Peor aún: al PSOE no le queda siquiera la esperanza de atraer a electores con una concepción unitaria y homogénea de España, pero asqueados de Bárcenas y Gürtel, o hartos del estilo cansino y gris de Rajoy, o anhelantes de un cierto regeneracionismo. A este perfil de votantes los tiene ganados Ciudadanos que, aun sin la solera del PP, hace valer su origen catalán pero antinacionalista y su cuasi virginidad política. Cuando Albert Rivera es capaz de atribuir al modelo escolar la supuesta fractura social existente hoy en Cataluña, cuando su cabeza de lista por Barcelona es un antiguo colaborador de Federico Jiménez Losantos, el peligro para Pedro Sánchez es quedar tercero en el ránquing patriótico-electoral.

Joan B. Culla i Clarà es historiador.

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