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TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Voces a la deriva

"Snorkel" es una dramaturgia que soporta con dificultades cualquier intento de hacerlo representable

Una isla de basura atrapada por las corrientes de un lago idílico. Copia humilde del continente de plástico que flota en un indeterminado rincón del Pacífico. La San Borondón eco-insostenible del siglo XXI. Un espejo de detritus del atolón de basura espacial que flota sobre nuestras cabezas. El mensaje inocente del Space Oddity de David Bowie dibuja condescendencias cuando te imaginas a Mayor Tom sentado en su lata-cohete, intentando calcular el vacío que contiene el universo entre órbitas saturadas de ingenios metálicos caducados.

La canción irrumpe estruendosa –como versionada por Nina Hagen– en el monólogo que sirve de saludo dramático a la puesta en escena de Snorkel, texto de Albert Boronat reinterpretado por Aleix Fauró de La Virgueria. Habla solitario el actor Javier Beltrán para conducir al público a la orilla del lago idílico que reunirá a gran parte de los personajes de la obra. Una minoría de los invocados se encontrará –lejos– en el puerto espacial de Kourou, en la Guayana francesa. Él no tiene nombre, pero compartirá con el resto de la comunidad (Clara, Carlos, Arne, Anita, Sóren, Irene y tres amigos más) la misma sensación de encontrarse a la deriva, sin rumbo ni destino en la vida.

Snorkel

De Albert Boronat. Dirección: Aleix Fauró. Intérpretes: Javier Beltrán, Isak Férriz, Isis Martín y Marina Fita. Sala Beckett, 26 de noviembre.

Un lago de montaña, una isla tropical, y una post-fiesta de la dimensión desconocida. Tres escenarios que Boronat trata como espacios no reales, pero sin etiquetarlos como ensoñaciones. Son asideros geoestratégicos para conjurar estados de ánimo. En realidad, un único estado de ánimo que se reparte entre varios monólogos, aunque Fauró los haya camuflado de acciones dramáticas. Quizá se encuentre en esta intervención del director la razón por la cual el espectador termina por sentir que la experiencia que se le ofrece entra en una acelerada dinámica de dispersión con el peligroso efecto colateral de apagar la atención del público.

Que los personajes aparezcan y desaparezcan como en un frío proceso de selección de personal es una decisión del autor; que Snorkel responda a una conducta dramática –a una lógica de la representatividad teatral– es una opción tomada por Fauró. Introducir “acción” en el universo obsesivo y centrípeto de Boronat distorsiona su teatro de voces interiores. La recepción mejora cuando nada interfiere en esa actitud que tienen sus alter egos de reclinarse en el diván del especialista con la actitud militante de despreciar la terapia y su posibilidad de sanación. Personajes –que quede claro que no tienen esa pretensión– que expresan un convencido escepticismo.

No es teatro irrepresentable, pero es una dramaturgia que soporta con dificultades cualquier intento de hacerlo representable. Un aliento anárquico que sufre con las interferencias, aunque sea con la mejor de las intenciones.

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