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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Regular o redistribuir?

El estímulo paralelo del crecimiento y de la equidad supone una realimentación entre ambos que produce los mejores resultados. También es mejor una combinación de regulación y redistribución.

Seguro que hemos participado en conversaciones o discusiones sobre cuál es la mejor forma de organizar un país para conseguir que genere más riqueza y que además se distribuya de la mejor manera posible. En dos palabras: cómo conseguir una sociedad más productiva y más justa socialmente. Durante el siglo XX, tanto las teorías económicas como las ideologías han hecho de estos dos objetivos el centro de su trabajo y de sus luchas académicas o políticas. Me gustaría, a costa de simplificar lo que es complejo, exponer un esquema de las diversas opciones posibles. Es necesario analizar el tema, recorriendo sucesivamente tres niveles de discusión.

1. ¿Contradicción o complementariedad? Algunas corrientes defienden que estos dos objetivos son bastante contradictorios. Argumentan que la acumulación de riqueza favorece una mayor inversión productiva en busca de beneficios, y que la desigualdad social estimula el esfuerzo de las personas para conseguir mejorar su situación. La codicia de unos y el deseo de mejora de los otros son positivos para todos. Más inversión y más esfuerzo personal, supone más productividad, más ocupación, y mayor crecimiento. No descartan la búsqueda de la equidad, pero insisten en que “primero hay que generar riqueza, y luego repartirla…”

Sin negar parte de estos argumentos, otros vemos estos dos objetivos como complementarios, sobre todo en sociedades que han alcanzado ya un cierto nivel de desarrollo. Mayor igualdad de rentas permite una población activa mucho más sana y más formada; produce más cohesión social y crea un mejor capital humano, que eleva los niveles de productividad y de innovación, generando al mismo tiempo una mayor demanda de consumo. El estímulo paralelo del crecimiento y de la equidad, supone una realimentación entre ambos que produce los mejores resultados, tal como se comprobó en Europa durante la segunda mitad del pasado siglo.

2. ¿Mercado o planificación? ¿Cuál es la mejor forma de hacerlos complementarios? Creo que es un debate ya cerrado. La experiencia de las economías soviéticas ha puesto en evidencia que el funcionamiento de un mercado de libre competencia es más adecuado para conseguir una buena asignación de recursos que una economía planificada. Ésta, además, supone aceptar sistemas dictatoriales que eliminan no sólo las libertades económicas, sino también las de naturaleza civil.

Pero la opción por el mercado no se puede tomar sin tener en cuenta dos precauciones. En primer lugar hay que asegurar que en él funcione muy bien la competencia, ya que en ella está el origen de sus ventajas. Esto significa que aquellos sectores en los que existen monopolios u oligopolios, o deben ser de propiedad pública, o deben ser objeto de una regulación muy estricta. Y en segundo lugar, hay que corregir las desigualdades de rentas que crea el mercado. Algunas de estas desigualdades se pueden corregir con una buena regulación, y otras con una buena redistribución.

3. ¿Regulación o redistribución? Finalmente, a los partidarios de una economía de mercado, y a la vez de una mayor justicia social, se nos plantea la disyuntiva de, o bien evitar que el mercado genere excesivas desigualdades (regular el mercado) o hacer una redistribución a posteriori de las rentas (sistema fiscal y Estado del bienestar). Lo primero supone medidas como un salario mínimo, horquilla máxima de salarios, convenios colectivos de sector, con una fiscalidad moderada. Lo segundo significa fiscalidad fuerte, pensiones no contributivas, seguro de paro público, servicios públicos universales con gratuidad total, renta mínima garantizada…

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Necesitamos buscar una combinación de regulación y redistribución que, a nivel conceptual, mejore la igualdad sin perjudicar el dinamismo de la economía, y que, a nivel práctico, mejore la eficacia y el control de cumplimiento de las medidas políticas. Conceptualmente, yo siempre he sido partidario de la redistribución; pero viendo nuestra incapacidad de controlar el fraude fiscal, y ante la demagogia populista actual en relación al peso de los impuestos, creo que, en paralelo con la reforma fiscal, debemos dar pasos en medidas de regulación que, por ejemplo, no permitan salarios excesivamente bajos ni altos, y que eliminen las rentas procedentes de las operaciones especulativas que no producen valor real.

Joan Majó es ingeniero y exministro

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