_
_
_
_
_
ELECTRÓNICA Kiasmos
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

‘New age’ 2.0

El minimalismo alborotado en la mesa de mezclas sirvió como estímulo durante un rato en la sala Shoko, pero la atención acaba dispersándose

La impuntualidad sigue siendo un concepto moderno, a juzgar por la demora que acumuló en la Shoko el esperado estreno capitalino de Kiasmos, el mismo viernes de todos los horrores en Bataclan. Existía curiosidad de sala abarrotada y sobreexcitada ante los nuevos derroteros de Ólafur Arnalds, un pianista islandés de aires etéreos, chopinescos y refinados que se ha dejado embaucar por el electropop compulsivo de Janus Rasmussen, otro más de los músicos traviesos que trasciende las remotas Islas Feroe. La interacción del pintoresco tándem equivale a la suma de sus partes: el tenue minimalismo repetitivo en los teclados se acelera en la mesa de mezclas, donde el aderezo siempre consiste en bombos implacables y bajos tan severos como una admonición. Algo así como new age de vuelos planeantes, pero en versión 2.0.

Rasmussen se coloca a la izquierda de la gran mesa y Arnalds a la derecha, iluminados solo por dos potentes haces de luz a sus espaldas que los convierten en siluetas, la de la media melena y la rubicunda. El invento funciona durante un rato, a ser posible no muy extenso: traspasadas ciertas barreras temporales, una parte importante del público se procuraba otros estímulos complementarios. Claro que hay momentos dinámicos, de revolución anímica y los consabidos acelerones de intensidad, pero la estampa de dos sombras accionando botones y modulando potenciómetros es bastante aburrida.

No es quitar mérito al resultado musical en sí, sino avisar de la escasa corporeidad de la experiencia (así intenten convencernos de lo contrario los más cualificados sanedrines del Sónar). En el fondo, y puestos a asumir la dictadura de los sonidos pregrabados, resultó bastante más orgánico y vitamínico el descubrimiento del productor ecuatoriano Nicola Cruz, que teloneó a los nórdicos con su recientísimo Prender el alma. Tambores indígenas en mitad de tanto byte: eso sí que tuvo mucha más gracia.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_