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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

‘Brúclin’

L'Hospitalet proyecta su distrito cultural en seis manzanas, antes ocupadas por industrias, con grandes espacios que ya han atraído a dos galerías de Barcelona

El Pi de la Remunta tiene unos 200 años y se supone que es el árbol más viejo de l’Hospitalet. Este ejemplar de pino blanco está en mal sitio: el antiguo cuartel que aposentaba la cuadra caballar del ejército está parcelado como ARE, área residencial estratégica, aquella planificación que hizo el gobierno tripartito para poner pisos sociales allá donde la especulación los negaba. Se buscaron terrenos y se dibujaron líneas en el mapa. Era 2007 y se preveía una burrada de pisos, casi 100.000 en todo el país. Después no se hizo nada, pero ahora que los municipios recuperan pulso salen del cajón los planes. En la Remunta habrá 800 pisos, la mayoría asequibles y el pino está condenado a desaparecer. Ahora mismo está medio colgado de un talud, poderoso todavía. Morituri te salutant.

El Pi de la Remunta es un símbolo. Un grupo de vecinos lo defiende. El Ayuntamiento contestó de la peor manera posible: quizás, dijo, no es el árbol más viejo, como si el detalle fuera importante. L’Hospitalet no tiene ni un solo árbol protegido, Barcelona tiene más de un centenar. Hubiera sido un gesto excelente adaptar la edificación al pino, rodeándolo, porque hay terreno de sobra y habrá verde por todas partes, pero esa sensibilidad no existe. Y en esa inexistencia hay un mensaje. L’Hospitalet ha asumido la pista de hielo que Barcelona ya no quiere; y Núria Marín, alcaldesa, dijo que aceptaría todos los hoteles que tengan a bien echar raíces en su predio. Como al mismo tiempo presenta impecables proyectos culturales —el Brooklyn que comento—me recuerda el momento en que Barcelona tuvo que elegir entre frivolidad y mercado o innovación e inteligencia. Era cuando el fin de siglo y yo dije: no se puede ser al mismo tiempo Las Vegas y San Francisco.

La idea del distrito es rebajar los costes para la pequeña industria y para los artistas

Esta manía de ser una ciudad de gestos antiguos —cargarse el pino, poner el hielo— de gestos facilones para no perder nada, para contentar a todos, no casa con la ambición de ser el Brooklyn del Area Metropolitana. Ser alcalde es elegir el futuro, establecerlo no en el mapa sino en los valores. Vamos a Brúclin, pues. Es un espacio mágico. Son unas seis manzanas que se despliegan desde el vértice de la Avinguda del Carrilet y la vía del tren de Vilanova. L’Hospitalet está trinchado de vías, pero ese tren que pasa en lo alto le da un aire como de Chicago, porque estamos en un espacio industrial, de industria declinante. ¡Cuánto se producía aquí mismo! Talleres y galpones y fábricas de pisos —fábricas contemporáneas—, algunos en uso y otros tapiados, con esa anchura que tiene el urbanismo industrial y en la mitad justa una calle residencial, pequeñita, arbolada, que una imagina con sus restaurantes de diseño encajados entre las casitas de dos plantas. Aquí estará el distrito cultural de l'Hospitalet: Brooklyn, Brúclin.

El indicio son dos galerías barcelonesas que se han trasladado en busca de espacio. Llamo a la puerta de la Nogueras Blanchard y su dueño, joven, dinámico, me deja ver la obra de Stilinovic, un serbio que se rodea de blanco, color de duelo musulmán, para plasmar el silencio creativo que le da el dolor. Es bellísima. Aquí está otra vez la disyuntiva: una galería que interviene en el mercado y hace sus ventas, o que sólo quiere mover el mundo del arte, o las dos cosas. Eso es la cultura. La idea del distrito es rebajar los costes para la pequeña industria y para los artistas —mucho espacio, precios razonables, bonificaciones fiscales—para agruparlos en una masa crítica que multiplique su influencia. Un 22@ sin necesidad de ese diseño ostentoso que siempre pone Barcelona: menos capital y más creatividad. Y el Ayuntamiento arregla un poco el entorno, poniendo orden y verde. El proyecto es precioso porque el espacio es una maravilla. Pero es lento, porque sólo con la adhesión de los ocupantes puede acelerarse. Y encarecerse.

El dicho catalán afirma que hay que elegir entre ser sabio o ser rico. No se puede tener todo, decía mi abuela. Las opciones más interesantes son las más difíciles, porque no permiten el cálculo banal. El pino de la Remunta, entonces, es como una alarma que suena allá a lo lejos, arruinando la fiesta.

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Patricia Gabancho es escritora.

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