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Chopin, Goya y consecuentes

Recital de Sofya Melikian para la Sociedad Filarmónica de A Coruña

La Sociedad Filarmónica de A Coruña ha celebrado su segundo recital de la presente temporada, en el que la pianista Sofya Malikyan se ha presentado con un programa con música de Fryderyk Chopin, Federico Mompou y Enrique Granados. La primera parte tuvo una coherente estructura, como de viaje circular con principio y fin en el pianista polaco (Nocturno en do sostenido menor, op. 48 nº 1 y Polonesa-fantasía en la bemol mayor, op 61) y, engarzadas entre ambas, las Variaciones sobre un tema de Chopin de Mompou. La segunda tuvo como protagonista a Granados en su suite para piano Goyescas.

Melikyan hace un Chopin de fuertes contrastes expresivos. Una especie de amalgama de dulzura y fuerza –con un aparente predominio de aquella- que destacó ya desde su versión del Nocturno con que inició el recital. Las Variaciones de Mompou son especialmente propicias para ese tipo de contrastes tímbricos. En ellas, mostró Melikyan el aspecto más impresionista de la obra, con un sonido en ocasiones cercano a lo nebuloso y que en otras, por su dureza y brillo, parecía querer recordar lo que el autor llamaba “el acorde metálico”. La Polonesa-fantasía trajo de vuelta al auditorio al Chopin más épico, aunque con una cierta brusquedad de pulsación que se tradujo en ocasiones en un desagradable eco de sonido a madera de algunos staccati, tal vez atribuible a las condiciones mecánicas del piano utilizado.

La versión de Goyescas por Melikyan fue una acertada muestra de los caracteres cambiantes de las seis piezas que la componen y de su inspiración en sendas obras de Goya. La gracia con que interpretó los requiebros se benefición de una notable soltura mecánica, aspecto técnico que se pudo valorar a lo largo de la suite: Coloquio en la Reja fue una sucesión de ternura, picardía y un cierto arrebato; hubo vuelo danzante en el Fandango.

Si hubo Quejas en La maja y el ruiseñor fueron de airosa levedad; se libró batalla entre agudos tiernos y graves de oscura dureza en El amor y la muerte. Y en el Epílogo: Serenata del espectro lo burlesco de sus staccati hubo de competir con la llamada de un móvil y las sonoras sonrisas de quienes no lo apagaron a tiempo. El gesto de agrado casi permanente de la pianista pareció demostrar su satisfacción por el trabajo realizado.

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