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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La unión de los unionistas

Los partidos no independentistas deben dar muestras de que quieren arreglar alguna cosa con medidas más concretas que la de revisar el texto constitucional para ponerlo al día

Finalmente, los partidos contrarios a la independencia han decidido unirse contra la proposición de desobediencia del Parlament de Cataluña. Todo está muy verde, pero la unión es una buena noticia si el gesto no se limita a reforzar el frentismo, sino a buscar formas de mediación. Cada vez se oyen más voces desde el soberanismo que, cuando menos a título individual, no le hacen ascos a una solución confederal, dada la pendiente antilegalista y, por lo tanto, antidemocrática, que se perfila en el documento presentado por los grupos que apoyan la independencia.

La “voluntad de iniciar negociaciones a fin de hacer efectivo el mandato democrático de creación de un Estado catalán independiente en forma de República”, último punto de la manifestación soberanista, es una voluntad ciega puesto que proclama la desconexión con quien se debería negociar. La desobediencia institucional, que no civil (no nos engañen) no puede ser la premisa de una negociación pacífica y civilizada. Para llegar a la República catalana, la negociación viene primero, no después de constituida la tal república.

Puede que me equivoque, pero desde que se inició el procés he pensado que no pasará nada que vaya más allá de continuos gestos de soberanía por parte de los Gobiernos catalanes, que serán sistemáticamente revocados por el Tribunal Constitucional. Hasta ahora, no nos hemos movido de esa dinámica. Sería penoso seguir en ella por los siglos de los siglos. Sólo lo evitaremos si los unionistas empiezan a moverse en una dirección nueva y valiente. Una dirección que, si reducimos a la propuesta de reformar la Constitución sin más datos, será inútil.

Los partidos no independentistas deben dar muestras de que quieren arreglar alguna cosa con medidas más concretas que la de revisar el conjunto del texto constitucional para ponerlo al día. Por ejemplo, cogiendo por los cuernos las dos cuestiones que más malestar producen en la conciencia independentista, e incluso la no independentista: la reforma de la financiación de las autonomías y la autorización del mal llamado derecho a decidir.

Mas empezó su escalada independentista con la propuesta de un pacto fiscal para Cataluña, que se frustró de inmediato

Abordar la cuestión del reparto del dinero, máximo valor de nuestro tiempo, y tratar de encontrar un modelo más justo para todas las autonomías (todas: incluido el concierto vasco y navarro), sería un paso que vería con interés una gran mayoría de catalanes, incluidos los soberanistas más pragmáticos, los que no quieren la independencia porque sí, sino por las supuestas ventajas económicas que reportaría.

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En cuanto al derecho a decidir, es el único punto que no divide en dos mitades a la sociedad catalana. Según las encuestas, un 80% se viene declarando desde hace tiempo a favor de la necesidad de un referéndum pactado y claro, que permita conocer la voluntad real de la ciudadanía.

Ambos propósitos significan una vuelta atrás del proceso. Artur Mas empezó su escalada independentista con la propuesta de un pacto fiscal para Cataluña, que se frustró de inmediato. Por lo que hace al referéndum, no hay que olvidar que la sentencia 42/2014 del Tribunal Constitucional abría una interesante rendija al respecto, al declarar posible “una interpretación constitucional del derecho a decidir de los ciudadanos de Cataluña”, realizada en el marco de la legalidad.

Aprovechar esta oportunidad sería una forma más inteligente de reaccionar ante la tozudez soberanista que recurrir cada resolución del Parlamento catalán con la cantinela de la inconstitucionalidad. No digo que esto último no deba hacerse también, pero tomando al mismo tiempo las riendas de una reorientación del conflicto.

A Rajoy le acucian las próximas elecciones generales, pero precisamente porque el móvil es electoral es más fácil cometer errores. Si la unión sirve sólo para reafirmarse en el no y repetir que la voluntad de independencia se mueve en el terreno de la ilegalidad, estamos donde estábamos. Desobedecer la ley ha sido la consigna que ha unido a la CUP y a Junts pel Sí, aunque esta última formación también ha empezado a agrietarse. Hasta ahora, ha sido fácil apuntarse a una independencia sin costes, muy a la catalana. Cuando el proceso va en serio y deja de ser un festival callejero, se extienden las dudas en las filas por la independencia. Lo cual sólo pone de manifiesto que el famoso seny catalán no se ha perdido del todo. Y que hay más disponibilidad para escuchar propuestas intermedias, que se aparten de las posiciones extremas. Es lo que deberían aprovechar los unionistas. No responder sólo con un Junts pel No, sino con la intención de dar un contenido claro y creíble.

Victoria Camps es profesora emérita de la UAB

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