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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Frentismos

Uno de los problemas de las estrategias frentistas, de uno y otro lado, es que forma alianzas muy transversales y tarde o temprano las contradicciones emergen

Josep Ramoneda

Pablo Iglesias, después de pasar por La Moncloa, se ha desentendido de la respuesta frentista al soberanismo catalán, propiciada por una llamada de Pedro Sánchez a Mariano Rajoy y que ahora el presidente intenta capitalizar en medio de las turbulencias propias de la campaña electoral. El frentismo es el reconocimiento de un fracaso: la incapacidad de ganar en las urnas al independentismo. Y sirve para camuflar, detrás de la defensa de la ley y de la Constitución, la debilidad de los partidos españoles en Cataluña.

Los primeros pasos de esta unidad de acción no han hecho más que confirmar esta impotencia. A la hora de presentar recursos al Constitucional, el bloque unionista catalán ha quedado reducido a tres partidos PP, Ciutadans y PSC, dejando por lo menos en entredicho los cálculos que hablaban de derrota electoral del independentismo.

El frentismo dará un paso adelante la próxima semana. El lunes el Parlamento catalán aprobará la declaración de inicio del proceso de desconexión, cargada con promesas de desobediencia al Constitucional y a la legalidad española, que no contribuirá precisamente a reforzar y ampliar las bases del independentismo y que tiene todos los números para convertirse en un nuevo factor de frustración, por imposibilidad de cumplimiento de las expectativas generadas.

La declaración del Parlamento tiene un triple objetivo: reafirmar la continuidad del proceso soberanista ante las instituciones del Estado y ante un electorado en plena resaca postelectoral; mantener la estrategia —de eficacia discutible— de aceleración permanente; y dar satisfacción a las exigencias de la CUP para la investidura de presidente (aunque, de momento, a cambio de nada) Dadas las relaciones de fuerzas, más que un documento susceptible de efectos jurídicos, es una provocación. De joven, en el PSUC, aprendí algo de gran utilidad para la vida: nunca hay que caer en las provocaciones.

El frentismo se desautoriza a sí mismo en la medida en que se justifica con los mismos argumentos que critica a su homólogo soberanista catalán

Es fácil anticipar que el Gobierno recurrirá la declaración al Constitucional, con el apoyo incondicional del PSOE y de Ciudadanos. Que este la suspenderá, con plausibles razones jurídicas. Y que el frentismo en vez de buscar una salida política disparará la artillería dialéctica de la intransigencia en el imperio de la ley. La respuesta catalana dependerá de cómo se despeje el barullo que está impidiendo la formación de Gobierno en Cataluña. Uno de los problemas de las estrategias frentistas, en este caso la del soberanismo catalán, es que forma alianzas muy transversales y tarde o temprano las contradicciones emergen. Los frentistas españoles deberían tenerlo en cuenta. Y sorprende que en su inacción política sean incluso incapaces de aprovechar la confusión que vive el independentismo. La obsesión por cargarse a Mas, convencidos erróneamente de que sin él se acabó el problema, les impide cualquier estrategia desactivadora.

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El frentismo se desautoriza a sí mismo en la medida en que se justifica con los mismos argumentos que critica a su homólogo soberanista catalán. La razón patriótica: los valores superiores de la unidad de la patria milenaria, como dice a menudo Rajoy, que están por encima de cualquier otra cuestión. Y para ello se sacraliza la Constitución y se renuncia a la acción política por la judicial, en una manifiesta disfunción del sistema. El debate soberanista, dicen, impide que en Cataluña se discuta de los problemas de la gente. Es lo mismo que ocurre en España con el frentismo, a pesar de que en la escala de los problemas que preocupan a los españoles, según el CIS, el soberanismo ocupa el décimo lugar.

Dicen que no se puede negociar con los nacionalistas, porque se basan en el principio de que “somos distintos”, pero no se les ofrece otra salida que la confirmación de la diferencia: si no renunciáis a vuestros propósitos, no hay nada que hablar. ¿No sería mejor empezar hablando para poder acabar renunciando (unos y otros)? Si no se puede negociar, ¿qué queda? ¿Negar reconocimiento al 48% de los catalanes que han votado por la independencia y dejarlos fuera del juego político? El frentismo no resuelve, agrava, porque acepta la dialéctica de patria contra patria que ofrece el sector nacionalista del soberanismo (que no es todo, ni mucho menos, por más que el frentismo, tanto el catalán como el español, no lo entienda). Pablo Iglesias predica en solitario la vía del referéndum (un ejemplo de renuncia realista por las dos partes). La sensatez está a la izquierda.

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