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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El momento catastrófico

La propuesta de declaración llegó al Parlamento con la negociación de la investidura de Mas en estado de incertidumbre. ¿Qué sentido tiene si hay que acabar repitiendo las elecciones?

Josep Ramoneda

Los procesos sociales contienen unas discontinuidades ocultas que explican que a veces se interrumpan o retrocedan cuando menos se esperaba. A estos instantes se les llama momento catastrófico. De pronto, el camino ascendente se bloquea, el impulso se quiebra y se entra en fase de estancamiento, confusión o descomposición. Paradójicamente, la declaración parlamentaria de inicio del proceso de desconexión de España que Junts pel Sí y la Cup promueven, podría quedar como icono de un momento catastrófico del proceso soberanista. Y los amantes de las astucias de la historia podrían incluso fabular (es decir, engañarse) pensando que todo fue por un escaño: el número 63, que perdió Junts pel Sí ya cerca del final del recuento de votos del 27-S.

Nunca el parlamento catalán había tenido una mayoría absoluta independentista, nunca dos millones de personas habían votado por la independencia, nunca se había planteado una resolución decididamente secesionista. Sin embargo, desde que los partidos soberanistas depositaron la declaración en el registro, la sensación de impasse y desconcierto ha crecido. No se puede alegar sorpresa: la declaración era un gesto político perfectamente previsible. Estaba en la hoja de ruta de Junts pel Sí y figuraba como condición previa (necesaria pero no suficiente) de la CUP para afrontar el debate de investidura. Pero, ha hecho emerger las contradicciones latentes dentro del bloque independentista (empezando por el propio gobierno catalán), entre los sectores más moderados y los más radicales. La declaración podría ser la expresión culminante del error de fondo de la estrategia independentista: el mal control de los tiempos. Se ha impuesto un ritmo acelerado que no se corresponde con las relaciones de fuerzas y que podría acabar reventando un motor demasiado revolucionado.

La propuesta de declaración llegó al Parlamento con la negociación de la investidura del presidente Mas en estado de incertidumbre absoluta. ¿Qué sentido tiene si hay que acabar repitiendo las elecciones por incapacidad de elegir a un presidente? Este sería el verdadero momento catastrófico. La hipótesis de volver a votar pesa como una pesadilla sobre la escena: frustración y fatiga. Tantas expectativas sobre el 27-S, ¿para nada? Y, sin embargo, podría ser una forma de ajuste a la realidad. Se volvería al momento anterior a la aceleración del 9-N, con los partidos independentistas presentándose por separado y con la necesidad de recuperar del derecho a decidir como bandera de enganche de mayor consenso. Un paso atrás que quizás permitiría al soberanismo recuperar los ritmos adecuados para dar dos pasos adelante.

Si admitimos que ni el independentismo tiene fuerza suficiente para forzar la desconexión, ni los partidos españoles para desactivarlo por vías democráticas, la única forma democrática de desbloqueo es que un día ambas partes abandonen las fantasías y entiendan que el referéndum es la solución más razonable para todos. Para España, porque probablemente lo ganaría. Y para Cataluña, porque se vería, por fin, reconocida como sujeto político. Pero este día hoy parece inmensamente lejano. No se liquidan tabús milenarios en tres años.

Y, sin embargo, en este contexto se hace más evidente todavía la crisis del régimen político español. A pesar del momento de confusión que vive el independentismo (con Artur Mas negándose a ceder y la Cup negándose a conceder), como viene ocurriendo desde 2012, el soberanismo sigue teniendo la iniciativa política, sigue marcando la agenda. El gobierno del PP, con el apoyo del PSOE, va a remolque, respondiendo reactivamente -con solemnes pronunciamientos de lealtad a la sagrada unidad de la nación - pero sin propuesta política alguna que pudiera seducir a los sectores más tibios del electorado independentista. El famoso lapsus de Rajoy, que un día dijo no saber quién mandaba en Cataluña, dando por supuesto que allí él ya no pintaba nada, lo explica todo: nunca ha contemplado reconquistar Cataluña por la vía democrática. Sólo piensa en retenerla por la fuerza de la ley. Ahora el presidente pretende atraer a PSOE y Ciutadans a una estrategia frentista, para lanzar un ataque presuntamente decisivo contra el soberanismo, descargando el imperio de la ley sobre él. Sería la asunción de un gran fracaso: la incapacidad del régimen español de encontrar una salida política a la cuestión catalana. La historia se repite. De un posible momento catastrófico, pasaríamos a un escenario de catástrofe colectiva.

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