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Consulta catalana
Crónica
Texto informativo con interpretación

Las ‘majorettes’ del ‘president’

La declaración de Artur Mas ante el juez se convierte en espectáculo político organizado

Cristian Segura

Cuatrocientos alcaldes se presentaron ayer en La Ciutadella con sus varas de mando. Las movían arriba y abajo, algunos con más soltura que otros. Se apoyaban en ellas, las levantaban y las hacían girar. Con los bastones del poder consistorial en la mano recorrieron el parque, el paseo Lluís Companys y se plantaron ante el Palacio de Justicia de Barcelona. Con las varas seguían el ritmo de los cánticos que surgían de la masa que les hacía el pasillo. Con las varas formaron un túnel por el que cruzó el presidente Artur Mas cuando salió de declarar ante el juez. El espectáculo, perfectamente sincronizado, fue inusual; recepciones populares de este tipo no acostumbran a ser para políticos sino para estrellas del pop o del deporte.

Todos eran Mas, o por lo menos es lo que gritaban insistentemente los alcaldes y los ciudadanos presentes. La JNC desplegó una pancarta gigante con el perfil de su líder impreso y la frase “Gracias Presidente”. Los voluntarios de la ANC, identificables por unos petos de color verde, informaban a los asistentes de los horarios de los homenajes a Companys, de la hora de llegada de Mas y de la ubicación de los autobuses que les habían traído a Barcelona procedentes de los lugares más recónditos del país. María Bové llegó sola desde Tarragona arrastrando un carro de la compra en el que guardaba banderas y cereales. Es una profesora jubilada que se pierde pocas movilizaciones independentistas. Su hija, Edtih, la tenía que secundar una hora más tarde. Con 33 años, Edith, cartera de profesión, decidió estudiar filología catalana para enseñar el catalán a niños y extranjeros, explica orgullosa su madre. Bové me insiste en una posibilidad que ella da por hecha: el sabotaje de la linea del AVE fue obra del gobierno español.

La mayoría de los asistentes eran jubilados. A más de uno no le habría importado que lo teletransportaran a un espectáculo de variedades en Marina d'Or organizado por el Imserso. Si no fuera por esta presencia de ciudadanos de avanzada edad –al fin y al cabo son los catalanes que, con excepción de los alcaldes, pueden dedicar más tiempo laborable a manifestarse–, la escena tenía un no sé qué de la rúa de colores y alegría de la mítica portada de El zoo d'en Pitus. De vez en cuando asomaba algún joven, como Imelda Orriols, de Banyoles, 17 años y recientemente aterrizada en Barcelona para estudiar Matemáticas. Quiso acercarse a la concentración, subida en el Bicing y de camino a la biblioteca, para dar apoyo a Mas: “Yo, todo por Cataluña”, apostilla Orriols. También irrumpió una clase de primaria de la escuela Font d'en Fargas gritando “independencia”. Los adultos que les rodeaban, les aplaudían y felicitaban a los profesores.

Mas salió del coche oficial acompañado por Núria de Gispert. Recorrió 100 metros de paseo triunfal seguido por un equipo de filmación que, según su jefe de prensa, tomaba imágenes para un documental. Una vez dentro, en los juzgados, se respiraba una tranquilidad sorprendente; el ruido del exterior no llegaba a la primera planta del palacio. Los Mossos d'Esquadra se esperaban con los periodistas. En la planta baja transcurría la jornada habitual: abogados con la toga acompañando al cliente, familias con caras desencajadas, procuradores y viejos policías con el cigarrillo permanentemente colgado de los labios.

Tras la declaración, lo primero que hizo Mas fue comentar la experiencia con su equipo más cercano, encabezado por Francesc Homs. Sonreía con un punto de nerviosismo. A la salida, el presidente se estuvo un buen rato para recibir el calor de sus adeptos. Saludaba con la mano haciendo el gesto de las cuatro barras, quizá esperaba a que alguien entonara Els Segadors, algo que inevitablemente sucedió.

Al otro lado del paseo Companys, cerca del autocar que los tenía que devolver a Bellpuig, esperaban en un banco Ramon Oromí y Joan Torres. Torres es un empleado de banca prejubilado. Oromí tiene 78 años pero aparenta diez menos. Practica mucho deporte. Se levantó a las 4:30 de la madrugada para asistir al homenaje a Companys en Bellpuig y de allí salir hacia Barcelona con sus compañeros de la ANC. Oromí es un pozo de sabiduría. Me descubre una pedanía, llamada Segura, al lado del pueblo de El Fonoll, municipio popular porque lo repoblaron familias nudistas. Oromí evoca cuando llegaron los primeros hippies a El Fonoll, hace más de treinta años. Él iba allí en bicicleta, 30 kilómetros de campo desde Anglesola. Los recuerdos de Oromí consiguen abstraerme del lugar donde estamos. Por un momento formo parte de una tribu neorural alejada del procés. En el campamento naturista el espectáculo no es el mismo, pero por lo menos no te has de manifestar cada mes.

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Sobre la firma

Cristian Segura
Escribe en EL PAÍS desde 2014. Licenciado en Periodismo y diplomado en Filosofía, ha ejercido su profesión desde 1998. Fue corresponsal del diario Avui en Berlín y posteriormente en Pekín. Es autor de tres libros de no ficción y de dos novelas. En 2011 recibió el premio Josep Pla de narrativa.

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