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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Como incluir excluyendo

Cabe preguntarse si la Generalitat es realmente inclusiva, entre otras cosas porque fomenta y sufraga casusas ideológicas que no son compartidas por más de la mitad de la ciudadanía

Va circulando el dogma de que España, por ser un Estado sin instituciones inclusivas, maltrata a los catalanes. Al mirarse en el espejo, los propagadores del dogma podrían preguntarse si en Cataluña una institución tan principal como la Generalitat es realmente inclusiva, entre otras cosas porque fomenta y sufraga causas ideológicas que no son compartidas por más de la mitad de la ciudadanía. Acaba siendo una versión abusiva de lo que la psicología social llama la paradoja de Abilene. Es una situación en la que un grupo de personas deciden hacer algo que en realidad no quiere hacer. Aunque individualmente no les apetece, harán lo que creen que los demás desean hacer. Es el caso de la familia que, estando bien en casa, decide ir de viaje a Abilene. Será un trayecto fatigoso y poco agradable. Al regreso resulta que todos hubiesen preferido quedarse en casa y que si aceptaron la idea del viaje es porque creían que ese era el deseo de los demás. Así uno incluye excluyendo.

En el caso —por ejemplo— de una sociedad bilingüe como es Cataluña, el valor inclusivo de las instituciones tiene aún más requerimientos, salvo que se pretenda embarcar a todos hacia Abilene dando por supuesto que la lengua castellana llegó a Cataluña con las tropas del general Yagüe entrando por la Diagonal al acabar la guerra civil o afirmando que España opera de modo genocida con la lengua catalana precisamente cuando la Constitución de 1978 la ampara y potencia. Un rasgo definitorio de los viajes a Abilene es que al final hay un regreso y una fatiga. El secesionismo daba por supuesto que el viaje a Abilene era sin retorno, pero ahora está en una posición tan absurda que no pocos nacionalistas reconocen en voz baja que hubiese sido mejor no dar por hecho que todos queríamos subirnos al coche.

Tiene fuste intelectual la discrepancia entre la tesis de Acemoglu y Robinson en Por qué fracasan las naciones —las instituciones inclusivas son indispensables para el crecimiento económico— y la posición contraria de Francis Fukuyama al recordar el caso de China. Al margen de esta polémica concreta, lo constatable es que las instituciones inclusivas son fundamentales para una idea factible del progreso, para la transparencia, la aplicación de la ley y el ejercicio de las libertades. Todo lo contrario de un institucionalismo inclusivo es una concepción patrimonial de la política. Con Jordi Pujol, de forma astuta y con innegable buena cintura, eso ya comenzó. No es simplemente que el pujolismo convirtiese el poder en patrimonio. Al fin y al cabo, todos los partidos políticos tienen esa propensión. No, el pujolismo fue más allá y quiso tener el patrimonio exclusivo de Cataluña. Luego hemos sabido que había cuentas corrientes en Andorra pero, en su larga proyección, el pujolismo acabó creyéndose y haciendo creer que Cataluña le pertenecía, entre otras cosas porque había logrado monopolizar el capital simbólico de la catalanidad. Pujol era como el piloto automático de un autocar que iba hacia Abilene y recogía pasajeros en todas las paradas. Así comenzaba una gradual elisión del pluralismo, tal vez por indiferencia de muchos, acomplejamiento y por el temor del PSC a que pudiera considerarle insuficientemente catalán. ¿En qué consiste el pluralismo si no se ejerce?

En el caso del abstencionismo, tan acusado en las elecciones autonómicas previas a las recientes, el déficit democrático ha sido tan provechoso para el nacionalismo que cedió el poder a Jordi Pujol una y otra vez, aún cuando los socialistas fuesen generalmente los más votados en las elecciones generales. La idea del pujolismo como pal de paller comenzó a contrastar visiblemente con el abordaje de instituciones que hubiesen debido ser inclusivas. Y todo esto ha llegado a un cierto paroxismo en una Cataluña en la que en la plaza de Sant Jaume a un lado tenemos el populismo antisistema y en el otro el populismo secesionista. De esto modo se han activado tensiones sin salida inmediata, tal vez incluso con duración gravemente erosiva. Junts pel sí puede ser considerada como una candidatura más que nada divisoria. Mientras tanto, la renta per cápita en Cataluña, necesitada de recuperación después de la crisis, padece también en este caso la evaporación de la inclusividad institucional. Para quienes creían compartir una cierta idea de la catalanidad, la quiebra está causando desasosiego.

Valentí Puig es escritor.

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